EN ALGÚN MOMENTO ENVIDIÉ TENER UN PADRE

(Publicado en el Diario El Informador el 01.09.10)


Un trazo. Una marca. Una cicatriz. El viejo dolor asomándose de nuevo en su orgía de soledades. La misma tiza que dibujó tulipanes, turpiales, cerezos, trastocada en fuego inclemente quemando los sitios donde su fantasía había escrito creíbles cuentos. La misma angustia… la de siempre, esta vez inundando el reiterado espacio donde el mismo clavo, la misma cruz, la misma azucena marchita, la conocida espina…enterraban la esperanza que alguna vez ella misma se prometió para el sitio de su amor paterno. No supo de él en sus primeras palabras. Estuvo ausente de sus primeros logros. No compartió nunca sus juegos. No la vio dar sus primeros pasos, ni decir sus primeras palabras. Él, simplemente se marchó… olvidando. Ella creció, llena de interrogantes. Su mamá le decía que era un bicho…nunca lo creyó del todo. Lo atribuyó siempre a una exageración producto de esa resaca después de la tormenta. A ese resentimiento, después de una separación. Por eso, un día lo buscó. Sin esperar nada de él, solo no morir sin haberle conocido. Sin haberle visto, aunque fuera por una vez, la cara. No quería, ni necesitaba, ayudas de ningún tipo…y a lo mejor ni siquiera afectos que nunca tuvo. Pero quería saber quién y cómo era…solo éso. Que dejara de ser una sombra. Un fantasma en sus sueños. La figura imaginada tantas veces que se escapaba de sus manos, sin que sus dedos se enteraran. Un sueño difícil de cumplir, asido a su departamento de esperanzas y fantasías. De él, alguna vieja foto. Una huella. Una sed. Un rincón desconocido, en su afecto. El mismo camino por donde se escaparon tantas veces sus vuelos, disfrazados de afecto paterno. La entrañable frustración, muchas veces vestida de resentimiento, donde los grises anunciaban toda la ira de esa orfandad consecuencia de un abandono. La curiosidad por saber quién y cómo es el hombre que la engendró…el que debió ser su padre, pero abandonó el compromiso. O lo hicieron abandonar, como muchas veces lo pensó, tratando de comprender. La sábana húmeda del sudor de muchas noches insomne, reviviendo lo que ella pensaba pudiera ser el encuentro. Aquel ambiente color cerezas que los unía por aquella raíz que, aunque abandonada, ella conservaba para siempre. La incertidumbre capaz de enloquecer a cualquiera. La conocida textura de lo desconocido, alimentando aventuras y encendiendo perdones. El malogrado néctar, con que ella piensa se malogró la razón, cuando prefirió cabalgar la noche que afrontar la hermosa consecuencia de sus instintos. Un trazo. Una marca. Una cicatriz. La vida misma escrita con la piel, a lo largo de lo mejor de sus veintidós años...pero sin él.

-Muy joven. Desenvuelta. Me ha escrito un par de correos. Me visita en mi oficina y me cuenta
- ¿Cómo está Licenciado? Le he escrito varias veces. Algunas saludándolo. Otras reconociéndole lo útil de sus escritos. La última, diciéndole que quería conversar con usted y contarle la historia de una amiga. Pues aquí estoy, aunque debo confesarle que la historia no es de una amiga. Es mía.

- Muchas veces, le digo, quienes han vivido situaciones incómodas, indignantes, cuando vienen a contármelas y mientras entran en confianza, se las atribuyen a algún conocido. Luego, terminan –la más de las veces- confiándome que son ellas las protagonistas. Así que no te preocupes.
- Nací de una madre maravillosa. Mujer de sólidos valores y de una reciedumbre poco particular. Una mujer que me levantó y se levantó, sentada a una máquina de coser. Haciendo vestidos, ruedos, arreglos, camisas, remiendos. Dedicada a mí, que soy su única hija. Sola. Sin más nadie en su afecto familiar más próximo. Con su ejemplo su ayuda, esa sapiencia innata que Dios le ha dado a las madres para que, incluso, puedan suplir a los padres cuando fuera necesario.

- ¿Y tu padre?
- No se me adelante, licenciado….que ya voy para allá. De él, poco supe. Embarazó a mamá, prometiéndole matrimonio. Casa. Un hogar. Lo típico de su tiempo. Pero, una vez que supo el estado de mamá, dejó la peluca. Nos abandonó y ya. No me conoció, ni hizo nunca nada por conocerme. Tampoco nunca más supo de mamá, aunque ella sigue viviendo en la misma casa de toda la vida. Simplemente se ausentó. Mamá me dice que se portó como un bicho. Que después que la enamoró y le pidió “una prueba de amor” tan frecuente, dice ella, en su tiempo -cuando un avispado quería acostarse con su novia-…la dejó sin despedirse. Sin siquiera discutir sobre la hija por nacer. Sin querer saber nada, a pesar del amor que decía tenerle. Mamá siempre se negó a hablar largo de él, más allá de las críticas y los duros calificativos que siempre le endilgó. A la medida que crecí, comencé a preguntar, pues en el colegio todos tenían papá, menos yo. En los actos, su puesto siempre quedaba vacío. El día del Padre, el dibujo que yo hacía, se lo entregaba a mamá…y aunque de verdad, ella lo llenaba todo, en algún momento me hizo falta papá. No que viviera conmigo. No que me diera nada, porque dentro de la sencillez y humildad que vivíamos siempre tuve todo lo que deseaba tener, pero me sentía como mutilada. Algo me faltaba. Y si bien nunca me acomplejé por ello…en algún momento, envidié tener un padre.

- ¿Qué hiciste al respecto?
- En primaria preguntar, pero sin respuestas que no fueran las eternas críticas de mi madre “al vagabundo ese que me preñó y nos dejó”. Ya adolescente, con más criterio, abordé a mamá…y cuando me repitió el estribillo, le dije…bien, te creo, pero ahora cuéntame solo cómo es. ¿Qué edad tiene?. ¿Qué hace?. ¿Supiste más de él?. ¿Sabe él de mí?. ¿Tiene familia?. ¿La conoces?. Alguna cosa que me diga sobre papá. Recuerda, le dije, que no solo es el hombre que te engañó o decepcionó…también es mi padre y ese vínculo lo puedo suspender, y hasta tratar de ignorar…pero nunca romper, le dije.

- ¿Cómo reaccionó?

- Siempre esquiva. Hasta que en algún momento me dijo: está bien, cualquier rato te cuento. Pasó el tiempo, e ingresé a la Universidad. De tanto insistir, mamá me contó que él era carpintero, vivía en Chivacoa con su familia, pues tenía esposa e hijos incluso antes de relacionarse con ella, aunque de esto se enteró después que se marchó…y entonces, me dio su nombre: Augusto. A partir de ese momento, decidí buscarlo por mi cuenta. Quería, necesitaba conocerlo. No me iba a morir, o se iba a morir él, sin que yo le viera la cara. Sin que yo supiera cómo es el ser que me engendró y que junto a mamá, me dio la vida.

-¿Qué hiciste?
- Un compañero de clases tenía familiares en Chivacoa y por allí comencé. Sin darle muchos datos sobre el por qué, le dije que buscaba al Sr. Augusto conocido carpintero, para un trabajo que necesitaba. Que seguramente siendo Chivacoa un pueblo pequeño, sus familiares a lo mejor lo conocerían. Buscamos, hablamos, pero fue inútil. No pude dar con él. Un par de años después, con la gestión más o menos olvidada en medio de tanto estudio, comencé a salir con un muchacho de Yaracuy, de quien me hice novia. Le dije que buscaba a un Señor Augusto, carpintero, para un trabajo. Me dijo que iba a hablar con su familia, porque a él, no le sonaba. Un día, me dice que una prima de él, estudia con los hijos del carpintero. Que a través de ella me iba a conseguir todos los datos para que yo entrara en contacto con él.

- ¿Qué pensaste entonces?
- Que era maravilloso, que estaba muy cerca de poder conocer a mi padre. Ya mamá me había mostrado unas fotos amarillentas donde ambos aparecían en un paseo por Sarare. Yo tenía en mi mente alguna imagen. El día que Raúl, mi novio, me consiguió el teléfono se me revolcó el corazón, Licenciado. Me puse la mar de feliz, y fue cuando le conté a mamá lo que había estado haciendo y lo que había logrado en torno a mi inquietud de conocer a mi padre. Al hasta entonces difícil Señor Augusto

- ¿Qué te dijo ella?

- Me pasó la mano por el pelo…me abrazó y me dijo: mi niña, sé que ésa es una inquietud que tienes hace mucho tiempo y que debes satisfacer. Solo pido a Dios que no sea peor el remedio que la enfermedad. Tú no necesitas nada. Has llegado hasta acá sola, sin otro esfuerzo que el tuyo propio. Si no se ocupó de ti pequeña…no creo que lo haga ahora. En todo caso es tu decisión y la respeto. Solo voy a pedirle a mi Dios, que ese encuentro sea para tu alegría… Le dije, no te preocupes, vieja. Ya estoy crecidita. Este año me gradúo de Ingeniero, y menos voy a necesitar a nadie. Tú lo llenas todo, pero entiéndeme, es una necesidad que creo debo satisfacer en algún momento….estoy contigo, me dijo. Siempre voy a estarlo.

- ¿Qué hiciste?
- Me llené de valor y lo llamé. Le dije, Buenas Señor Augusto ¿cómo está?...bien, me respondió ¿con quién hablo?...con María Fernanda…¿le suena?...No, no me suena, me ripostó. Yo soy la hija de Carmela, ¿se acuerda de ella?...se calló un rato, y me dijo ¿qué quieres?..Solo conocerlo y que me conozca. Nada más que eso. No quiero nada de usted, que no sea la oportunidad que nos veamos….déjame pensarlo y te aviso, respondió. Llámame en una semana. Cortó el teléfono, sin despedirse. Me imaginé que era la impresión, después de tantos años. Así se lo conté a mamá cuando me preguntó. Esta vez ella no me dijo nada, me escuchó en silencio. A la semana lo llamé. Hola Señor Augusto es María Fernanda, se acuerda de mí?...sí, me acuerdo. Pensé lo que me dijiste y está bien, vamos a vernos pero en Barquisimeto. Dime el sitio, que yo puedo disponer de una hora para ello. En mi interior saltaba de la alegría, y esa extraña emoción ante la incertidumbre… esa rara sensación frente al no saber lo que iba a pasar, justo con mi papá. Le dije, en Las Trinitarias en la Feria de las Comidas, el sábado a las 2:00 de la tarde, ¿le parece?...me parece, contestó. Y así quedamos.

- ¿Cómo fue el encuentro?
- Yo llegué primero. Cuando lo hice, me percaté que no le había dado ninguna seña sobre mí para que me ubicara. Ninguna pista. Entonces apelé a mi memoria, a esa foto tantas veces vista y manoseada para identificarlo. Aunque 20 años después, no podía saber cuánto había cambiado. Sin embargo cuando lo vi, de una vez lo identifiqué. No había cambiado mucho, salvo en el pelo medio canoso y algunos kilos de más. Lo vi y lo llamé…Sr. Augusto, le dije. En ese momento sentí, lo extraño que era él para mí…que se me hacía difícil llamarlo papá.

- ¿Cómo te saludó?
- Un saludo formal que, sin dudas, trató de ser amable sin llegar a lograrlo. Me iba a dar la mano, y me acerqué para besarle la mejilla. Se dejó, pero sin corresponder. Pensé…es muy pronto aún. Se sentó a mi lado y me dijo: bien aquí estoy, dime lo que quieres decirme. Yo, no sabía por dónde comenzar. Qué decir, que no me fuera a malinterpretar. Estaba medio turbada por las circunstancias, sin embargo me armé de valor… bien, en principio solo quería conocerlo. Verle el rostro. Poder recordar la cara de mi padre, y no a través de una vieja foto. Yo, no quiero nada. Todo lo tengo. Estoy a semanas de graduarme de Ingeniero. Mi madre, dentro de sus posibilidades, me ha dado una educación, una casa, y todo lo demás. Pero para mí era y es muy importante verlo en persona. Oírlo. Saber de usted. Quién es ese personaje difuso, que me tocó en suerte fuera mi padre y que vengo a conocer 22 años después de haber nacido. Guardó silencio un rato, me miró a los ojos y me dijo…en verdad que no sé qué quieres. Eres mi hija, pero yo tengo una familia. Una mujer, unos hijos a quien va a ser difícil explicarles que me encontré una hija de 22 años. Éso me traería muchos problemas. Además, has vivido todos estos años sin mí, así que no te hace falta. Vine, fundamentalmente, porque quiero decirte que te olvides de mí. Que sigas tu vida como hasta ahora. Con tu mamá. A mi el establecer alguna relación contigo, solo me traería problemas…y repito, bien, eres mi hija, pero no te siento como tal. Yo no te quiero. Y a estas alturas va a ser muy difícil que lo haga. Creo que lo mejor para los dos, es que cada quien siga su camino. Lo siento si te hiciste alguna expectativa, pero no voy a arriesgar lo que tengo por ti, a quien ni siquiera conozco. Así que, ya me viste…ahora, olvídate de mí.

- ¿Qué le dijiste, qué hiciste, cómo reaccionaste?
- No dije nada, Licenciado, porque no me dio tiempo. Terminó de hablar y allí mismo se levantó de la silla y se marchó. Tenía razón una vez más mi mamá, es un bicho. Pero fíjese, no lloré. Me aturdí, pero no lloré. A lo mejor tenía razón. Yo le quedaba grande como hija. Recordé una frase que alguien me dijo: “es más fácil tener hijos, que un padre que sepa serlo”. Valoré como nunca a mi madre. Y no entendí cómo se había relacionado con un personaje como ése. Pedí un café, y pensé. Padre no es el que engendra. No es quien resulta como tal de un accidente de placer. Padre, es otra cosa. Nada que ver con el señor con quien acababa de hablar. Me fui a casa, y le conté a mamá. Ella me abrazó y me dijo, qué bueno que la vida te permite ver las cosas por ti misma. Sí, le dije. Lo vi. Lo miré. Lo escuché…y menos mal que se marchó. Eso, me alegró por las dos.

Entonces ella, como las primeras criaturas de este Universo, se volvió tiempo, barro, viento. Y aquél jardín de cisnes que guardó por tanto tiempo con la esperanza de alguna vez regar, se transformó en ventisca de realidades. Y no hubo en ese recuerdo más voz que la del otoño, ni más música que la del invierno…ni más calidez, que la de esa mujer que de nuevo, sola, inundaba todo su camino. Y entonces él, se volvió tempestad, noche y pesadilla. Dolor, grito y herida. Y el mismo andén que la condujo a la vida, comenzó a señalar el camino de la suerte. Y en ese afecto, no hubo más norte que la nada, ni más excusas que la irresponsabilidad, ni más castigo que el olvido. Por ello se volvió ausencia, recuerdo y abandono. Ahora trata que no se vuelva odio, miedo o venganza. Y con esa misma reciedumbre de la que fue hecha por su madre para vivir en medio de las dificultades, se negó a continuar la esperanza. Ahora quiere gritar, para no ser ya, más nunca silencio. Ni siquiera desea borrar sus pasos…es esa huella, la que le permite saber, dónde queda el sitio que su padre…le negó por última vez!
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