NADIE ME ASUME COMO MUJER

(Publicado en el Diario El Informador el 08.09.10)


Hurga en su piel…y mira las cicatrices que dan cuenta de sus muchas madrugadas haciendo de la calle nido y angustia. Remueve los sueños y se tropieza con el mismo grito ahogado de muchos años. Imagina el amor…y hay lodo encharcando sus hojas de ruta. Hace muchos años se descubrió distinto a lo que sentía que era. Por eso cuando busca alguna señal en el espacio de su luz, siente que más se confunde. Ejerce, contra natura dicen algunos, el más conocido, censurado, socorrido y antiguo oficio del mundo. Deambula por las calles, buscando el sustento que –a cambio de su cuerpo- le permite una vida holgada. No se siente hombre. Pero no se opera porque sus clientes lo prefieren completo. En “su negocio” debe ser activo-pasivo casi siempre. Siente que antes, cuando estuvo en la 19 y ahora que ejerce en la Avenida Lara, el encanto es ser travesti y no transexual. A tal punto, que si uno saca la cuenta, dice, son más los travesti que las mujeres ejerciendo la profesión…además, asegura, los que tienen más clientes. Por ello, cuando mira atrás, cuando pretende devolverse de la vida que le ha tocado en suerte, siempre encuentra una vieja alcantarilla por donde rueden sus buenos deseos. La vieja pasión que carcome su vida y no le da descanso. La misma mano cavando su fosa...en la que cotidianamente va a ser enterrado demasiadas veces. Se refugia en la noche. Donde le acompaña solo el murmullo del quejoso viento. El lado oscuro de sus clientes, que aflora en medio de alguna cama alquilada por horas pero que les da la satisfacción que la propia les niega. Ese que muchos tienen, pero que siempre temen que alguien les descubra. El secreto de las impúdicas fantasías. La doble moral. Aunque sabe donde duele, muchas veces no puede evitar el sentirse lastimado después que el cliente se marcha. Se ha enamorado. Se han enamorado de él, o de ella, como quiere ser visto y como muchos lo ven cuando lo contratan. Pero nada por mucho tiempo. Esta condenado, o condenada, a los amores telegráficos. De esquelas cortas. De pocas palabras y casi ninguna explicación. De ser receptor de los secretos ajenos, pero de solo alquilar los propios para buscar en algún huésped amable, la calidez del afecto correspondido aún en medio de la vil prestación de un servicio. Hurga debajo de piel y hay una sensación de vidrios rotos que punzan sin pausa más allá del placer de la carne. Del revoltijo de pasiones. De las indefiniciones que crean sus angustias, pero alimentan el morbo de sus acompañantes. No se siente masculino. Tampoco una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. Se siente femenina a tiempo completo. Dama afectiva, llena de testosteronas. Operada, mantiene un cuerpo que ya quisieran algunas mises, presume. Las hormonas y el bisturí, con el dinero aportado por el comercio de su ambigüedad sexual, le ha permitido ir moldeándolo con el detalle del artista. Pero no se ha operado, ni se va a operar, el sexo. Sigue siendo una mujer, aunque con genitales de hombre…pero solo, por complacer a sus clientes!

-Muy joven, de buen vestir, extrovertida, si no dice que no es mujer cuesta advertirlo….distinta a los estereotipos que sobre personas de su condición uno se ha creado, me visita después de algún correo y varias llamadas telefónicas a mi secretaria.
- ¿Cómo está Licenciado? Disculpe por las veces que me han citado y no he venido, pero no es fácil hablar sobre lo que uno es, o quiere ser…sobre todo, cuando esa condición es censurada agriamente por la sociedad. Cuando son muy pocos quienes la entienden, y que cuando lo hacen no dejan de mostrar alguna curiosidad perversa o crítica malsana oculta. Pero también porque uno asume lo que es en algún momento, y simplemente lo vive. Aunque pocas, muy pocas veces se enfrenta a una persona como usted para conversar y ser radiografiado sobre lo que uno es, en el nivel más racional del ser. Además, para ser mostrado y confrontado por la inmensa legión de sus lectores. Claro, y por eso estoy acá, con el respeto con que usted trata a sus entrevistados y con la lección de vida que ofrece cada vez que recibe a alguien para dialogar sobre su particular historia.

- Cuéntame, le pido…
- Naci varón, pero desde que tuve uso de razón me sentí mujer. Mi fuerza, mis ademanes y mi actitud, eran de niña. Fui siempre muy hembra y muy linda, afirma al recordar su vida en esos días. Si usted ve mis fotos de pequeña, jamás pensaría que era varón. Me narra su vida a través de una serie de episodios en donde es la niña diferente, la adolescente incomprendida, la heroína en peligro, la mujer guerrera que vence duros retos, la bella pícara que seduce a todos con su carisma e incomparable belleza, en fin una historia capaz de justificar lo que desea ser. . Cuando tenía 12 años, me dice, me harté del maltrato que me daba mi padre, entonces huí a Barquisimeto desde Chivacoa. Luego de verme en peligro a manos de un explotador sexual, pude escapar y devolverme para mi natal Yaracuy, donde mi padre me recibió indiferente y me siguió coaccionando severamente para que siguiera su ejemplo y "fuera un macho". Pero tan hembra me sentía, que ya me gustaban el maquillaje y los accesorios femeninos. Y quizás por el influjo de la mente y el deseo, sentía que mis curvas se iban acentuando. No podía ver a los hombres porque se me erizaba la piel. Yo ya sabía lo que quería y cómo lo quería. Ahí comencé mis primeros pasos de travesti, pero debió pasar mucho tiempo antes de que pudiera definitivamente asumirlo a tiempo completo y en público.

- ¿Cómo fue ese proceso de asumirte mujer, cuando en realidad eras hombre?
- En esa época en mi imaginación, en mi fantasía, en mi deseo, me llamaba Daniela. El nombre con que me identificaba dentro del mundo interior que edifiqué, por encima de la tragedia de ser diferente. Así, todo lo que tenía que vivir como mujer me fue llegando. Aunque sufrí cada etapa que pasé. Cada paso que di. Cada centímetro que avancé. El primer baile como “niña”, los aplausos en la presentación de danzas y hasta el primer novio, un compañerito del colegio, al que no pude seguir asistiendo por la cruel terquedad de mi padre, quien se negó a seguir apoyando a un "maricón".

- ¿Qué hiciste entonces?
- Con la pueblerina mentalidad de la sociedad donde vivía en mi contra, decidí venirme a Barquisimeto a vivir en la casa de unas tías. Allí conocí a un funcionario retirado, casado y padre de dos hijos, con quien sostuve un romance "muy puro", porque éramos como noviecitos de 15. En esa época era toda seriecita, recuerda. No trabajaba como Daniela, pero ya la llevaba dentro, asegura. Era, si puede decirse, un hombre muy femenino… de jeans muy ajustados y curvas muy pronunciadas, con un derriere de concurso, y unas lolas que comenzaban a crecer gracias a los tratamientos, que hicieron entrar en sospechas a las tías y a todo el mundo. Imagínese Licenciado, el cuerpo que tengo siempre lo he tenido. Me he cuidado mucho… refiriéndose a su silueta, a simple vista femenina, a la que hay que detallar minuciosamente si se quiere encontrar algún rastro de su original armazón masculina…

- ¿Cómo te llamabas en tu vida de varón?
- Créame Licenciado no quiero recordar mi nombre masculino porque la que sobrevivió fue Daniela, la que cumplió el sueño de ser "ella", un triunfo que celebro a cada instante

- Dime entonces, ¿cómo se desarrolló Daniela?
- Mi triunfo como Daniela comenzó a gestarse cuando ahorré algo de dinero y decidí venirme a Barquisimeto. Allí comenzó mi vida como una mujer completamente definida y arriesgada, porque no todo el mundo es apto para esto. Hay que tener cojones, me dice. Y mire lo que soy hoy, muchos años después de haberme bajado del destartalado autobús que me trajo desde Chivacoa para probar suerte y asumir sin pena ni limitaciones, mi identidad femenina. A los ocho días de mi llegada, ya había conseguido trabajo como masajista interna en un lugar próximo a la Avenida Vargas, un reservado en el segundo piso de un concurrido negocio. Ganaba desde 40 mil hasta 200 mil bolívares por jornada. Un señor de gran peso en la ciudad se convirtió, entonces, en mi benefactor. Luego trabajé en un sitio gay del centro de la ciudad. Aunque era muy concurrido, era de mala muerte… pero fue el sitio donde obtuve uno de mis mayores éxitos como Daniela, al ser elegida mientras estuve allí, como la chica más productiva del local.

- ¿Por qué entonces escogiste la calle si allí estabas tan bien?
- De allí pasé a otro bar, donde seguí siendo la estrella del espectáculo de imitadoras de Ana Gabriel, Rocío Durcal y otras divas favoritas del público asistente. Luego trabajé en un restaurante y más tarde retomé la vida `artística` donde un cliente borracho trató de agredirme con una botella porque me negué a irme con él y tuve que abandonarlo todo por el acoso de ese viejo verde de gran influencia en la ciudad. Comencé entonces el oficio de trabajadora sexual, en la carrera 19. Tuve que empezar de nuevo. Pero con la suerte de ser buscada por muchos y de producir el dinero suficiente para tener casa y carro propios. Con una clientela que está conformada por hombres pertenecientes a los estratos más altos de la ciudad.

- ¿Qué haces con ellos?
- Los acompaño. Los complazco. Luego de tantas noches, he podido sacar mis propias conclusiones acerca de las tendencias eróticas de cada uno de mis clientes de acuerdo con el poder adquisitivo y la clase social a la que pertenecen. Y mire Licenciado, me dice, la gente de los estratos más altos es la más perversa, enferma sexualmente y morbosa que he conocido en mi vida. Adora tener sexo con un travesti. Pienso que son gays escondidos. Que se excusan en mis formas de mujer para poder darle rienda suelta a debilidades que tienen. Creo que son más perversiones sexuales que fantasías. Porque después de estar conmigo, siempre me piden que acepte yo el rol de activo en la cópula. Y entonces, fuera el tapujo, fuera el clóset, que viva el amor, que viva la felicidad.

- ¿Te has enamorado?
- Sí. Pero hasta allí. Nadie quiere formar una familia con un travesti. Y aunque muchos me dicen que me quieren, les da pena mostrarse conmigo, aunque como ve…nadie pudiera a primera vista descubrirme como tal.

- ¿Te vas a operar para ser una mujer completa?
- Yo soy mujer las 24 horas del día... y de noche aún más, me dice, y no me realizo el cambio de sexo Licenciado, sencillamente porque ese es el gran secreto de los travestis para complacer a los hombres. Y mi oficio es complacerlos. Fíjese nada más, y trate de contestarse, el por qué la gran mayoría de trabajadores sexuales que usted ve en la noche son travestí… ¿por qué no son mujeres completas? Creo que no es un problema de bisexualidad porque yo que estoy en este mundo, no creo en eso. Hay homosexuales activos y homosexuales pasivos. Y alguno que otro, por presión social, disfrazado de heterosexual!

- ¿Eres feliz?
- Lo piensa…se le humedecen los ojos y me dice: no!...Nadie puede serlo fingiendo lo que no es…Licenciado. Y mire que me propuse no desmoronarme acá, si no transmitirle a usted el triunfo de mi voluntad sobre la naturaleza y sobre la presión social. Pero siento que estoy perdiendo. Vivo una confusión enorme. Nadie me quiere si no para satisfacer sus perversiones o sus fantasías especiales…pero ya me convencí, que nadie va a tratar de construir una familia conmigo. Así como estoy de buenota, con las lolas operadas, el derriere aumentado, las uñas postizas, las piernas lindas, depilada totalmente, nadie me asume como mujer plena. Ni siquiera los que comparten mi cama. A tal punto que al final, lo que buscan es ser poseídos por el hombre que tanto he tratado de sustituir. No voy a dejar de ser una trabajadora sexual. Mis amigas viven escondidas. Aunque ganamos bien, vivimos corriendo de la policía, de los malandros, sufriendo los excesos y agresiones de algunos clientes. Perdóneme Licenciado, pero no es verdad que la vida es tan fácil y tan linda como le conté al principio. Nadie nos quiere, nadie nos respeta. Todos abusan de nosotros. Incluso aquellos que dicen entendernos, lo que quieren es acostarse gratis con nosotras. Somos objetos del deseo, de la curiosidad o del desprecio. No mujeres. No hombres….y a veces no sé, si somos en concepto de todos siquiera personas.
Perdóneme Licenciado. Vine a hablarle de lo conseguido, a mostrarle mi éxito, a esperar que me leyeran mis compañeras y mis clientes para que supieran que soy feliz haciendo lo que hago…y míreme aquí, llorando por mis debilidades y fracasos.

-¿Por qué viniste?
- Por equivocada.

- Pero creo que en el fondo siempre has estado clara del precio que a veces hay que pagar para ser como quieres ser
- El mío es muy alto Licenciado. Quiero ser una mujer, pero ni quiera quienes me contratan como tal, aprecian que lo sea. Contándoselo en frío, para mi pesar, me he dado cuenta.

- ¿Qué vas a hacer?
- Nada. No me quiero devolver porque me siento mujer. Pero debo definir esta ambigüedad que aunque no quiera aceptarlo me hace daño.

Se marchó, quizás por o para sentir de nuevo el mismo ruido…la misma sensación de confusión...el viejo cascarón oscuro, que no aguanta más la eterna coartada. Regresar a lo que creía superado, que marca lo extenso de su cuidada piel. El mismo frío advirtiendo la noche. Los insomnios de siempre encendiendo las alarmas. El mismo sueño garabateando incomprensiones para transformarse cotidianamente en pesadillas. La misma censura lacerando los huesos, la repetida lesión después del amor o el sexo…una y otra noche. Pareciera obligada a encontrar el final de todos los caminos. El despertar de las fantasías. El refrescar el antiguo rosal arrugado por tanta vida vivida. Cuando racionalizó lo que consideraba sus logros, entonces descubrió que no había sorpresas…solo aquellas que inventó para apaciguar el camino. Ni siquiera afectos propios y duraderos, solo aquellos del interés. Los que reciprocaron compromisos temporales del comercio. No consiguió el pincel para despintar la vida que le tocó en suerte, a pesar de los borrones que logró efectuar. La realidad apareció sola, sin ayuda y como verdugo. La propia vida cobrándole en tristezas, las pocas alegrías conseguidas. No hubo entonces, ni mesas, ni cubiertos, ni manteles…el invierno fue servido en el sitio donde los pies dejan huella, aún sin quererlo. Por eso no queda el recuerdo de las almohadas, ni de los cuartos, ni de las sábanas…porque nunca fueron propios. Tan solo su las marcas en su cuerpo, cuando se erizó muchas veces en medio de un servicio prestado. El descubrimiento que la vida, es tan solo una excusa del odio…que usa al hombre como su mejor señuelo.



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