POR LA BUENAS O POR LAS MALAS....



En el camino le estropearon la vida, los valores, los principios, el género, lo que siempre había sido…el norte aquél que le obligaron a reconstruir una tarde, en medio de la más terrible de las sin razones. La gran pasión, el gran amor, concebido ahora –después de la borrasca- de otra manera…de una, que ni siquiera se hubiera imaginado. Anegado, dolorosamente, por todas las angustias cuando presentó su espalda como escudo, y solo logró que la lujuria y perversión de otros escribieran en ella las más negras y despiadadas historias. No hubo entonces, peor herida posible….el olor de la vergüenza, ahogó entonces la señal de cualquier cicatriz. El ruido de cualquier honor. El espacio de cualquier reciedumbre…No fue fácil asimilar la cotidiana laceración, la permanente ruina, el bullicioso demoler de lo defendido...todas las lanzas apuntaban al sitio donde en algún momento él había escrito coloquios a la esperanza abriendo fuego en medio del viento para apaciguar, de una vez y para siempre, todo lo que había sido hasta ese momento. Aprendió a convertir su dolor en una excusa del odio…en una celada para la ansiada venganza. En esa herramienta de la vida que sustituye al amor, cuando el dolor transita los lugares de los sueños, acabándolos...y es capaz de escribir miles de míseras historias cada día en lo mejor de los propios cuadernos. En medio del recio invierno, sus tulipanes perdieron el color, habían extraviado su aroma, estaban ajados en su tersura…pero nadie debía darse cuenta. Fue entonces cuando sintió que había sido domado por el abuso. Apresado por la agresión. Esclavizado por esa perversión que a la fuerza le habían impuesto. Fue cuando se colocó los zapatos al revés, y regresó –esta vez voluntariamente- a lo que fue su habitual castigo. A la misma inclemencia. Al sucio denominador de sus últimos días. Olvidando la familia. A esa conducta hormonal que él mismo no se explica, y en la que ya no quedan huellas, ni deseos, ni odios. Solo la represión de la rabia, en medio de un recién descubierto placer con el que –a pesar de las culpas íntimas- trata de borrar lo que para sí escribió como definición personal por tanto tiempo. En el camino donde le habían desandado la risa, consiguió una risa nueva, pero sin imaginarse cuán duro sería sobrellevarla consigo, sin caer en la depresión. Maquilló las nuevas debilidades, consecuencias de las viejas miserias...y sin entender los fantasmas que ahora le visitan, vive la pasión descubierta al borde de las alcantarillas. Para de vez en cuando a sumergirse en ella, y dejar al animal salir para que retoce…aún sabiendo que se hace daño y hace daño a todos los que le quieren por ello. Trata de explicarse el por qué de su cambio…pero teme contarlo a algún especialista, y mucho más a la familia, por evitar lo que estima será para ellos la más grande decepción. Ya no sabe quién es…piensa, que solo un pervertido instrumento del deseo

-Me ha enviado varios correos. Sin embargo, ha aplazado muchas veces las fechas fijadas para las entrevistas. Inquieto, se sienta esta vez y apenas se le oye cuando saluda…

- Perdóneme Licenciado, me dice, pero estoy un poco nervioso. Cuando le cuente va a inferir que soy muy poca cosa. Un desecho de hombre. Una vaina demasiado mala!

- No te castigues…cuéntame, que a lo mejor exageras esa autocrítica cruel que te haces

- No, no exagero…va a saltar de esa silla cuando le cuente mi historia. Debe ser lo peor que usted ha oído

- Bien, cuéntame y veamos…no suelo prejuzgar a nadie
- Hace muchos años, fui detenido por una pelea en una fiesta, donde herí a un vecino con un cuchillo…nada grave, pero él tenía conexiones muy importantes en los lados del poder. Me demandó, me acusó judicialmente, y me detuvieron por intento de homicidio. Tuve un poco más de un año preso, pero ese año cambió mi vida para siempre

- La cárcel, le digo, sobre todo en nuestro país traumatiza irreversiblemente a quien la sufre. Deja en él o en ella, marcas imborrables en su memoria, y en algunos… en su conducta
- Déjeme que le siga contando Licenciado. Me llevaron a Tocuyito. Allí la primera noche cuando entré escuché a algunos de los recursos sonar las rejas con algo metálico y gritar “llegó carne nueva”… “miren esa papita”. Me asusté mucho, por los cuentos que me habían echado…pero pensé que como “mi delito” no era de los peores, me encerrarían con otro tipo de gente. Pero no, estaba equivocado. Esa noche los mismos guardias, entiendo que por instrucciones del vecino a quien herí, me tiraron a los caimanes. Primero me quitaron el reloj. La ropa, los zapatos. Después me sometieron a la fuerza. Me violaron más de veinte reclusos…fue tan terrible el episodio, que me desmayé varias veces. Y cada vez que volvía en mí, había alguien saciando su aberración en mi cuerpo. Era una mezcla nauseabunda de fluidos, sangres y excretas. Pero a ninguno de ellos le importó. Eran como animales volcando en mí lo peor de los instintos. Lo más ruin de los deseos. La más cruel de las agresiones.

- ¿Nadie intervino en tu auxilio?
- No, ni siquiera los custodios que morbosamente disfrutaban de la escena. Solo cuando los reclusos se cansaron o se sintieron satisfechos, pararon. Yo ni siquiera me moví. Tan grande era el dolor físico que no podía moverme…pero mucho más grande el dolor moral que aspiraba a que me hubieran reventado por dentro para morirme después de eso. A la mañana siguiente como pude me lavé. Alguien me había mandado ayuda para ello. Ni siquiera pregunté. La acepté en medio de ese silencio que la vergüenza obligaba. No le miré a la cara. Como pude lavé la ropa interior que fue lo único que me dejaron, y así mojada y manchada…me la puse. Me consiguieron después un pantalón y una camisa…y aunque me negué al principio a aceptarla, terminé por hacerlo. Me senté en un rincón, y allí en el suelo me quedé dormido en medio de miles de sensaciones de las más funestas. Del odio al deseo de venganza. De la ilimitada vergüenza a saber qué pensaría mi esposa y mis hijos si se enterasen. De ese malestar físico insoportable, a saber si tendría el valor de quitarme la vida

- ¿En algún momento supiste quién te ayudó?…pues era como conseguir un amigo o un aliado en medio de ese dantesco escenario que vivías
- Claro que sí. La segunda noche me encomendé a mi Dios, después de hacerle cualquier clase de reproches por lo que me habían hecho, para que me protegiera. Me quedé en “el rincón” que había hecho “mi sitio”...esperando.

- ¿Pasó algo?
- No…me dormí esperando se repitiera lo peor, pero nadie esa noche se metió conmigo. No sabía si era porque ya me habían dado suficiente castigo….o porque no estaba en condiciones físicas de aguantar otra “redoblona” como alguno me dijo después. Al día siguiente, con más de 24 horas sin probar bocado, la misma persona que me ayudó con la ropa, se me acercó con un poco de café y un pedazo de pan. Aunque receloso, mucha hambre me atacaba, y lo acepté. Él se quedó conmigo allí mientras me tomaba el café y me comía el pan, en absoluto silencio. Antes de irse me dijo, El Morocho quiere hablar contigo a solas y eso te conviene. Voy a arreglarlo para que sea esta noche como a la media noche. Yo, receloso, sin embargo pensé que si tenía una conversación con uno de ellos a medianoche, tampoco iban a ir por mí en esa oportunidad y acepté. Total, peor no me iba a ir.

-¿Quién era El Morocho?

- Ya le explico, me dice. Resultó ser el Jefe de esos bichos. Esa noche se me acercó y me habló. Me contó de la vida en la cárcel y me recomendó “entender” y “aceptar por las buenas” esa realidad. Me ofreció protegerme como lo había hecho después del “ataque” de mis “compañeros” de reclusión. Le pregunté por qué no lo había hecho en el momento del ataque lo que me hubiese evitado tanta agresión. Se hizo el que no me había oído y continuó hablando. Me propuso hacerme “su pareja” mientras estuviera preso y gozar de muchos privilegios…y agregó: por las buenas o por las malas… tú decides!

- ¿Qué decidiste?
- Qué no!..Cómo iba a aceptar eso…prefería que me mataran. Entonces me dijo, no te van a matar. De todas maneras, porque me gustas mucho, te voy a dar una semana para que lo pienses y accedas, un buen tiempo además para que te recuperes. Mientras, alguien va a estar cerca, cuidándote….me agarró la cara, y se fue

- ¿Qué pasó luego?
- A los cuatro días, ya recuperado, sin que nadie se metiera conmigo…en la noche, en mi rincón de pronto me di cuenta que estaba solo. Todos se habían alejado. Me llené de miedo y decidí defenderme o morir esa noche, pero no permitiría otra humillación. Me venció el sueño, cuando sentí que me estaban amarrando. El Morocho estaba allí, y me violó…sin decirme nada. Satisfecho, se fue y me dejó amarrado hasta el otro día. Cuando me soltaron traté de ahorcarme con el pantalón, pero alguien avisó a los guardias y me sacaron para Enfermería…les imploré que me dejaran morir pero no me dejaron. Estando en Enfermería, El Morocho me visitó y me dijo, acéptalo…va a ser más fácil para todos. Como ves, tengo acceso a todos los rincones de esta vaina!. Traté de pegarle, quería matarlo, pero me agarraron y me sedaron. Cuando desperté estaba de nuevo tirado en el suelo, en el mismo rincón que había hecho mío. Ese fin de semana había visita, y mi esposa y mi hermano vendrían a visitarme. Solo pensaba en cómo verles la cara sin que se me notara toda la vergüenza que sentía. Temía que le contaran lo que me habían hecho. Me llene de impudicias y hable con el personaje que “me cuidaba” y le pedí que mi familia no se enterará de nada….y así fue. Mi mujer solo llegó a advertir ojeras y palidez en mi cara, lo que de una vez atribuyó a la condición de preso. Me habló de mis hijos y lloré. Lloré mucho. Por primera vez drené todo lo que me pasaba y que Elena y Juan mi hermano, atribuyeron al tema de los hijos.

- ¿Cómo pagaste el favor que pediste?

- Nadie me habló después de ello. Pero en la noche, después que me venció el sueño, me maniataron nuevamente y El Morocho me volvió a violar. Así pasó en muchas noches…incluso, al tiempo evitaba hacerme daño…casi que cariñoso le diría…y aquí viene lo más grave. Una noche cuando me poseía sexualmente, sentí placer. Un asqueroso placer. No sé si fue la costumbre, la soledad, el instinto, o la porquería que yo también llevaba dentro. Mi cuerpo respondió a los estímulos, mientras mi mente se oponía aunque ya se había resignado. No sé si él se dio cuenta, pero había cambiado. Imagínese Licenciado un macho machote de 35 años casado y con hijos, sintiendo placer con el autor de su violación y de su sistemático sometimiento…pensé que me había convertido en marica. O que era un mariposón enjaulado a quien El Morocho, le soltó el moño. Me sentí más perro que quienes me atacaron. Más despreciable que ellos, aunque a veces me consolaba diciéndome a mí mismo que era un recurso de la mente ante la agresión de la que había sido objeto. Pero no, porque me pasaron muchas cosas cuando me soltaron a los pocos meses de haberlo sentido y de haber consensuado la cópula de allí en adelante.

- ¿Cómo reaccionaste en tu casa?
- No quería verle la cara a mi esposa. Esa noche, incluso, ella esperaba un encuentro íntimo conmigo, pues se imaginaba que después de casi dos años sin pareja, yo llegaría desesperado a casa…pero no fue así. Le expliqué que lo que necesitaba era descansar después de tanto peo…ella me comprendió.

- Pero no iba a esperar para siempre por ti
- Y así fue. Al tercer día tuve intimidad con ella, pero no fue lo mismo. Yo había cambiado y ella lo sintió, aunque nunca pudiera imaginarse el por qué lo había hecho…pasaron las semanas y sentí necesidad de ver a El Morocho. Fui a la cárcel y allí tuvimos un encuentro íntimo…el último. Porque esta vez volví a sentir el mismo asco y la misma rabia que cuando me violaba. No reaccioné violentamente, pero casi que vomito cuando me tocó. Ahora Licenciado, no se qué hacer. Ya hace años que esto pasó y rehíce mi vida familiar. Pero, ¿debo contárselo a mi familia? ¿Soy un homosexual reprimido? ¿Una loca a todo meter que goza el sexo del mismo género si es con violencia? …vine a decirle mi historia con el ruego de que la publique. Porque nadie esta exento de pasar por donde pasé. Y para que me aconseje, pues la culpa, la pena, la lástima por lo que me convirtieron no me deja vida. Sobre todo porque ya no sé quién soy cuando alguien me rompe las formalidades.

- Creo que debes ponerte en las manos de un profesional para que te ayude a sobreponer el infierno en que vives y que, en mi modestísima opinión, obedece más a las circunstancias en que se dieron las actitudes y conductas, que a una definición de un cambio perverso de personalidad
- No sé, me dice. Quería drenarlo, y con usted lo he conseguido. No tiene idea de cuánto me censuro. Me he vuelto huraño, seco con mi mujer y mis hijos, retraído. Esperando que alguien me ayude, o que mi Dios me lleve para descansar definitivamente.

Cambió, definitivamente cambió. La ira, el odio, la venganza, la aberración enterrada en su piel inclementemente, lo hicieron aceptar otros puertos…ese anclaje consecuencia de las propias pesadillas. Ya no se siente ni luz, ni ventana, ni siquiera para los suyos. Solo ese timonel desviado recorriendo el mapa que perversiones ajenas le obligaron como guía, para una vez saciada la elemental pasión, dejar lesionado y sin reparación a lo que fue un irreverente crujir de sus huesos. Ellos lo obligaron a cambiar. A dudar de lo que era. A ser, incluso, lo que nunca quiso ser. Y el instinto entonces se repitió con saña en su carne, en su mente, en sus valores, sin límites, sin permanencia y sin respeto. Por ello siente que su vida la acabaron en otra parte, que dejó su huella en otro camino, pero que su rabia sigue alimentando el sitio de su vergüenza irreversiblemente. Ya no siente amor, ni siquiera por él, pero nadie debe enterarse. Solo su almohada, aquel nauseabundo rincón, su hombría violentada y aquella culpa de siempre resonando en sus pasos, la huella de todos los vientos. Porque ya no es el norte de sus pasos lo que le preocupa, ni siquiera el arrebato de lo mejor de su esfuerzo…solo ese camino suyo recorrido asquerosamente por otros, encharcando su vida, su familia y sus sueños.


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