Le ha sido difícil entender

(Publicado en el Diario El Informador el 08.04.09)


Le ha sido difícil entender
Que su mamá es distinta


Lic Víctor M. Barranco C.

Permanece en la cama desde hace muchos días. Más de tres mil días, contabiliza su madre. Leve, como la brisa, despierta en los suyos la ilusión de los sueños pequeños, ésos que nunca llegan a romperse del todo. Hoy es solo una mueca, un rictus…como esas alegrías que no llegan nunca a dibujarse plenamente. Silente, como la angustia de diario. Como esos mendigos que apartan el hambre solo con su dolor. Como ese frío inexplicable que, aún en medio de la resolana, marca desconsideradamente el sitio del amor. En el lecho de su piel, se tejen casi imperceptiblemente, las culpas de quienes en su mente dibujaron las sombras que siguen marcando cada metro del camino. Su sonrisa, esa que esboza a veces, es invención solitaria incapaz de abrigarla de afecto consciente. Está allí por años, en la cama de un hospital embadurnada de los mismos fantasmas. No ha dejado de ser pasajero de la muerte, aún cuando –oficialmente- no ha llegado a su destino. Transita con ella y la carga –aún sin querer- anunciada y a cuestas. Hoy es solo una consecuencia. Un usufructo del error. Un pequeño accidente, cuyas consecuencias comparte solo con su madre. Con ese hijo que le habla y la ve llorar, sin lograr saber si ella percibe su voz, o su caricia. Con los familiares que, poco a poco, han dejado de visitarla. Con enfermeras y vecinas de cama, para quien su gran tragedia comienza a ser cotidiana. Mientras ella, sola, en esa inconsciencia provocada ve pasar–indiferente- los minutos, en blanco, al igual que el diario de los indigentes. Como esas lágrimas de quienes tienen la vida solo como dolor. Como esa huella que marca, pero que nadie está dispuesto a repetir. Con su eterna somnolencia como testigo, viviendo la noche de su noche. Su madre, no deja de llorarla aún cuando la siente viva. Sin embargo no ha dejado de sentir que a veces recoge flores para ese dolor que sigue llevando a cuestas. Como quien repite una tragedia en el sitio de la maternidad, cuando recuerda a esa hija hoy postrada, jugando con ella de pequeña. Hoy es una fragilidad acostada. Sujeto de una lealtad que ni reconoce, ni puede agradecer. Quien, con boleto obligado, se marchó una tarde a la estación de los sueños, pero no de los esperanzadores, sino los de la inconsciencia. Los de esa vida vegetativa que le hace tanto daño a ella, como a los demás de su entorno familiar. A quienes se percatan de su horror. En ese cuarto de hospital donde el silencio…es el traje a vestir, todos los días y también todas las noches.

-Alguien le regaló el libro EN VOZ BAJA y le recomendó, no solo leerlo, sino que entrar en contacto conmigo para contarme su caso. Aunque vive en Caracas, a partir de ese momento ha seguido las entrevistas a través de la página web de El Informador. Intercambiamos correos y en un viaje a la capital, la visito.
- Tengo cerca de diez años, me dice, acudiendo a esta cita diaria con la tristeza. Con lo irremediable. Subo a esta habitación, donde se ha detenido el tiempo durante la última década. Mi hija tiene ese tiempo acostada en una cama, sin moverse. Aunque a veces responde a ciertos estímulos externos, no sabemos si desde su encierro en las paredes de su piel, es capaz de advertir los mismos…o si solo es una respuesta inconsciente. A veces sentimos que responde a nuestras voces, a nuestros abrazos, a esa caricia que repetimos desde lo más profundo del amor a quien queremos tanto. A esa palabra cariñosa con la cual nos dirigimos a ella. A ese afecto grande que siempre tratamos de transmitirle

- ¿Qué le sucedió?
- Justo un día de las madres fue traída a esta maternidad con dolores de parto. Ingresó cerca de las 10 de la noche. Al día siguiente la prepararon para una cesárea. Dicen los médicos que para ese momento su cuerpo estaba descompensado. La anestesia se le fue para el cerebro. Cuando llegamos aquí, ya ella estaba inconsciente. Le diagnosticaron hipoxia postanóxica. Tenía apenas 19 años de edad.

- ¿Qué pasó luego del diagnóstico?
- Me dijeron que en cualquier momento se recuperaba. Que tuviera fe. Esperamos casi una semana que reaccionara. Cualquier movimiento, cualquier sonido emitido, cualquier movimiento lo advertíamos como una señal de que pronto saldríamos de esa pesadilla. Pero no fue así. Luchábamos -en ese momento- por dos vidas. La de ella, y la de ese angelito hermoso que llevaba en sus entrañas y que en sus años de vida, que son los mismos que su madre lleva en cama, nunca ha podido escuchar de ella más allá de sonidos guturales. Pasaron los días, y un médico se me acercó y me dijo: “vamos a esperar un par de días más. Luego, la vamos a desentubar. Esperemos que reaccione y viva. Vamos a sacarla de terapia, porque allí ya no hay nada que hacer con ella, y hay gente cuya vida depende de esa cama”.

- ¿En que consiste la hipoxia postanóxica?
- Es la consecuencia de algún problema en la anestesia o en la sedación. Un accidente en el suministro de oxígeno al cerebro que aniquila las células que se encargan del pensamiento y la memoria. Quien lo sufre queda en lo que se conoce como estado vegetativo, sin llegar al coma. Puede incluso interactuar y hasta comer. Responder a estímulos primarios…pero no tiene conciencia. Sin embargo, para que usted vea, cuando su hijo la visita y le toma de la mano, se le humedecen los ojos.

- ¿Usted cree que se percata del cariño que ustedes le hacen?
- Creo que sí. Yo la peino, la baño, la arreglo y de pronto me regala una sonrisa. Cuando la abrazo, a veces siento –y no es mi imaginación- que disfruta de ese abrazo. Cuando su hijo está en el cuarto, es como si se alegrara. Como si el instinto maternal se saltara todas las argumentaciones médicas, y le permitiera de alguna manera gozar la presencia de su hijo. A veces la siento triste, y alguna lágrima se desprende sin control. En ese momento le hablo, le converso y siento que la apaciguo. Que puedo darle serenidad cuando la angustia la domina. Hablo mucho con ella. Le cuento de mí, de su hijo, de gente que visita este hospital y pasa a saludarla. Le cuento mis problemas. Mis angustias. Le informo cuando tengo que salir a comprarle alguna cosa, y creo que me escucha. No sabe usted Licenciado la pena para una madre, ver a su hija durante tanto tiempo postrada en una cama, prisionera de sus sombras y sin posibilidad de revertir su situación.

- El hijo ¿Qué dice? ¿Cómo lo enfrenta?
- Aunque para el haya sido difícil entender que su mamá es distinta a la mamá de sus amiguitos, no la conoce de otra forma. Para él, aunque entiende el problema, su mamá siempre ha sido así. Nunca lo amamantó, nunca lo acobijó, nunca pudo hacerle cariño, ni ayudarle con las tareas, ni recogerle los juguetes. Su mamá es este saco de ternura, de respuestas mecánicas, de mudez tormentosa, de tratamiento eterno, de vida asistida que él conoce tan bien y que, aunque siente que es distinta, ama y extraña. Lo viera usted, haciéndole cariño. Lo viera usted contándole del colegio. Lo viera usted trayéndole la boleta. Abriendo frente a ella sus regalos de navidad. Picando su torta de cumpleaños. Poniendo la velita, después de apagada, debajo de su almohada. Los viera usted a los dos, compartiendo sus silencios. Sus miradas. Ese amor que estoy segura ambos logran transmitirse y sentir.

- ¿Con quién se queda el niño?
- Con el abuelo, mi esposo. Ese que ha sido padre, madre, abuelo, abuela, durante todo este tiempo.

- ¿Y el papá?
- Ese dejó la peluca una vez que supo que mi hija estaba embarazada. No supimos más de él. Aunque era vecino nuestro, desapareció del lugar…como si se lo hubiera tragado la tierra. No sé si la angustia que eso creo en mi hija ayudó a establecer las condiciones para que pasara lo que pasó.

- Usted, ¿cómo lo ha manejado?
- Entre el dolor de verla allí en esa cama, y la esperanza por que se pare de ella. Entre la lágrima por ver cómo se apagó su vida a los 19 años, y la alegría porque en algún momento me sonrió. Entre el sobresalto de no saber cuándo partirá definitivamente, y la satisfacción cada mañana de un nuevo día alcanzado con ella a mi lado. Entre la pena por abandonar al resto de mi familia, y la satisfacción de tener un marido como el que tengo. Que justifica la bendición del matrimonio, el amor, la amistad, el concepto de padre que muchos han perdido.

- ¿Cómo es pasar los días en un hospital sin estar enferma?
- Es una variedad de sensaciones y vivencias que se debaten entre la incomodidad de casi residir en este centro de salud por donde desfilan todos los males, y ese beneplácito íntimo de saber que en medio de su dolor, muchos tienen un rato para preguntar por ella. Acá he conocido la dimensión de la amistad, del ser humano, del desinterés. Esta ha sido una escuela dura, tormentosa, horrible, que no repetiría…pero escuela al fin y al cabo.

- ¿Es optimista?
- Todavía. Acá rodeada de mis estampitas de la virgen, espero el milagro. Sueño con el día en que ella pueda echarle la bendición a su hijo. Darme un beso. Volver a decirme mamá. He imaginado muchas veces el día en que ella pueda dejar de ser prisionera de ese sopor que durante tantos años la ha acompañado. Y pienso que si mi Diosito me ha traído hasta acá, por algo será. Cuando la veo con su hijo intercambiando silencios, creo que en algún momento será. Claro que soy optimista. Por eso la arreglo, la pinto, la peino…para el día que despierte se vea como la reina que siempre fue.

- ¿Por qué quería hablar conmigo?
- Una amiga de Barquisimeto me regaló su libro, y me dijo: léelo, para que veas como a partir del dolor de algunos, otros aprenden. Desde ese momento, hace como siete meses leo sus reportajes a través de la página Web de El Informador. Vi su correo y le escribí, porque quería decirle al mundo a través de usted lo que estaba pasando en mi familia. Que se miraran en mi espejo. Hay familias que lo tienen todo, salud, recursos y no son felices. Madres que esperan que sus hijos sean súper héroes, intelectuales, doctores….cuando yo me conformaría con que la mía solo me pidiera algún día la bendición. Hay hijos que exigen regalos, juguetes, prendas caras y se molestan mucho cuando no se las dan a tal punto que le reclaman y hasta reprenden a sus padres…cuando el hijo de la mía sería feliz, solo con que ella respondiera a algunos de sus cariños.

Me despido. La dejo como gran maestra de la vida. Adiestrada en la universidad del dolor...del dolor de madre. También yo, aprendo una lección. Con ella, es fácil hacer del amor la mejor excusa para la vida. La dejo esperanzada, pero triste. Sintiendo que su hija sigue condenada a ese pensar constante en la nada, mientras ella busca en la memoria, en ese camposanto de papel, esa vivencia marchita que hoy la ocupa. Ha descubierto los sitios cenagosos. Pero allí, al lado, ha inventado un apagador que le descubre el sol cada mañana. Conoce la distancia de quienes se aíslan sin saber el valor de sus sonrisas. Ella sabe que su hija tiene un cuerpo que no le pertenece. Que no domina. Un amor al que no puede asomarse conscientemente, una fe a la que no puede acudir sola, ni siquiera sueños que recordar le acompañan…aunque ella presiente que a ratos, al menos el amor, lo aborda a su manera. Ella sigue andando. De manos de su fortaleza y de lo que la vida –en estos últimos diez años- le ha enseñado. No siente rabia. Sí, los pocos y pequeños premios que le da la vida. Valora la caridad inmensa de los solidarios. Hoy que entiende que, sin dudas, la búsqueda del calor a veces…pasa por la candela.

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