¿A QUIÉN LE PIDO PERDÓN?

(Publicado en el Diario El Informador el 07.07.10)


En su vida, una horrible marca dibuja cada segundo la huella del vacío….justo, cuando el sol comienza a quemar su espalda, a encandilar su esperanza, a cebarse en sus lánguidos despertares. En sus días no hay tiempo para el jolgorio. El charco que ha hecho en sus ojos el invierno, eriza su piel constantemente y la obliga a la búsqueda de un abrigo. De una calma, de un aliciente para la conocida tristeza. Ya, en sus mañanas, ni siquiera las mariposas alientan la esperanza…piensa que vive, solo por costumbre. En algún momento sintió que la vida la castiga cruel e injustamente. Que le ha mandado una carga con la que no puede y que, en su concepto, ni siquiera merecía. Lo que había soñado siempre, la ilusión de toda mujer, en segundos se había trastocado en castigo inclemente. En verdad insoportable. En padecimiento eterno. Se había rebelado ante Dios, ante la propia naturaleza, ante su esposo, sus padres, ante sus principios…y en un segundo había mandado todo al limbo, sin detenerse a pensar cuánto daño hacía a muchos…ella, incluida. Un matrimonio feliz, una situación económica estable, una familia especial, juventud, la vida por delante, y la espera de un hijo o una hija colmaban todo su espacio. No quiso hacerse exámenes para averiguar nada. La sorpresa, como en la época de sus padres, era un aditamento a tanta alegría… “Lo que fuera, con tal que naciera sano o sana” era su única petición. Sin embargo, las cosas no salieron como pensaba. Maldijo. Rompió con todo. La aborreció. No la quiso ni siquiera conocer. Salió de la clínica sin verle la cara. Sin que le comentaran más nada. Que otros se ocupasen. Ella no merecía ese castigo. Pensó en Dios, y entonces lo vio tan duro con ella, tan absolutamente castigador, que prefirió ignorar sus designios. Pensó en la moral, tan reñida con ese golpe a su vida, con lo que serían sus placeres, con lo que le limitarían su libertad...que prefirió pasarla de largo sin temer ni importarle lo que pensara su gente. Pensó en el amor, y lo vio tan cruel, tan de mentira, que prefirió ignorar cualquier sentimiento. Después recapacitó y quiso enmendar lo trasgredido. Recomponer lo destruido…pero el castigo fue mayor. La vida, le negó esa oportunidad. Y le quitó, esta vez sin clemencia, el espacio para recomponer su vida y sus afectos. Solo le dejó un lugar para la culpa, donde el sonido del silencio, le aturde cada vez que se queda sola. Un lugar de eternidades para arrepentirse, justo en el sitio donde intenta disfrazar sus fracasos. Un tatuaje para la vida, escurriéndose cada segundo hacia esa muerte que retumba en su instinto renegado de madre.
No ha podido marcharse de lo trágicamente aprendido, de lo odiosamente experimentado, de las sonrisas que frustró, de tantas alegrías que sus rabias mutilaron. Hoy en la búsqueda de su libertad, de algún perdón…se siente más prisionera que nunca!


-No deja de llorar. Tiene 31 años pero aparenta mucho más. Me ha llamado muchas veces, aunque no acudió a ninguna de las citas. Esta vez, sin previo aviso, me visita
- Buenas Licenciado, discúlpeme por mi actitud, pero mi vida es un infierno. Estoy llena de miedo. De arrepentimiento. He hecho una cosa atroz. Me he negado como mujer. Como madre. No sé si soy una desalmada. He sido castigada por lo que he hecho, cruelmente….He maldecido, he sido inconsecuente como ser humano, como familia, como gente…soy de lo peor que usted pueda haber conocido

- Le pido que se calme. Que no sea tan dura con ella misma. Que todos nos equivocamos. Que todos cometemos errores. Le ofrezco un poco de agua. Un té. Pero no cesa de llorar y temblar. Cuéntame, si puedes y quieres, con serenidad….aunque no me habías avisado que venías, tengo todo el tiempo para oírte
- Fui una mujer feliz, siempre. Tuve todo lo que quise. Una familia maravillosa. Una situación económica holgada. Me enamoré de un hombre excelente, con el cual me casé. Compramos un apartamento y nos propusimos a realizar el sueño de toda la vida: ser padres. Me embaracé al año de casada, tenía 24, y todos los planes del mundo por desarrollar. Un embarazo medio difícil, medio complicado, pero sin ninguna gravedad aparente. Sin ninguna consecuencia advertida. Hice yo misma el moisés. Lo hice amarillo porque ni mi marido ni yo queríamos saber el sexo con antelación. Queríamos vivir la sorpresa. Nuestro único deseo era que “viniera lo que viniera, lo importante es que viniera completamente sano o sana”. Con mi mamá y mi suegra, compramos parte de la ropita. Pintamos el cuarto…compramos algunos juguetes...la emoción del primer hijo y del primer nieto vivida en toda su plenitud
- Un hijo siempre es una alegría, le digo
- Espere Licenciado que le cuente….estábamos de lo más preparados. Llegó el día del parto. Estaba prevista una cesárea. Llegamos a la clínica. Me preparan y me despido de mi marido y de nuestras familias rumbo al quirófano. Cuando regreso, aún medio dormida, pregunto ¿qué fue??...una niña, me dicen. ¿Por qué no está conmigo?...solo un momento más y te la traemos, señala una de las enfermeras. Pasa el tiempo, y mi marido que había salido para el retén, no llega. Veo las caras de mamá, de papá, de mis suegras y no veo la alegría que yo esperaba….comienzo a desesperarme y a preguntar si algo pasaba. Nada, me decían. ¿Está sana? Pregunté. Nació un poco falla de peso, y la van a dejar unas horas en la incubadora recuperándose, me dijeron. ¿Y mi marido? …ya viene, me repiten. Al rato, mis padres y mis suegros me dicen que van un momento a ver a la niña y que ya viene mi marido que se quedará conmigo. Apenas están saliendo…él entra. Le veo los ojos hinchados y le pregunto, desesperada, ¿qué pasó mi amor?....me abraza llorando… ¿se murió? le pregunto…no, me dice… ¿entonces?...me pasa la mano por el pelo, y me dice…tengo que decirte algo muy fuerte, pero que sé vamos a afrontar unidos. Dime, le pido, me vas a matar del susto!....La niña nació con un síndrome. Va a tener un severo retraso, dificultad de locomoción, problemas cardíacos, entre muchos otros. No es, ni va a ser nunca, una niña normal.

- ¿Cómo reaccionaste?
- Me quería morir. Comencé a llorar, a gritar, a maldecir. No entendía por qué a mí, por qué a nosotros nos pasaba eso. Nunca le hicimos daño a nadie. Nunca le deseamos mal a nadie. Ayudamos al prójimo. Fuimos buenos hijos…¿por qué ese castigo?, me preguntaba. Lo golpee a él, lo acusé de alguna enfermedad, de alguna posible tara que no me habría confesado. Maldije al médico que debería haberse dado cuenta. A la vida…a todo. Me declaré no creyente…estaba desesperada!...lo peor, que ahora desde la distancia lo veo y es lo que más me mortifica, fue que pedí no conocerla. Esa no puede ser hija mía. Yo no la quiero ver. No me la traigan…llévensela, regálenla... yo no quiero verla, pedía a gritos. Llamaron al médico, me inyectaron, y me dormí no sé por cuánto tiempo. Cuando desperté, estaba toda mi familia reunida, incluso un sacerdote amigo de la casa en la habitación. Mi marido y mamá me sobaban la cabeza. Pensé que lo había soñado…pero no, era esa la realidad. El sacerdote me dijo que quería hablar conmigo. Yo me negué. Pedí que se llevaran todos los ramos, los juguetes, las bombas que estaban en el cuarto. Mi mamá me dijo, déjame que yo te traiga la niña...es bella. Seguro que si la ves, la vas a querer mucho. Un hijo es un hijo. No es la primera mujer que tiene un niño con dificultades y lo saca adelante…por favor hija, me decía llorando, déjame traerte a la niña. No, le dije. No la quiero conocer. Me quiero ir al apartamento sin ella. Yo no tengo hijos!.

- Estabas muy descompuesta, le señalo
- Sí Licenciado…fuera de mí. Era como si el mundo se me hubiese acabado. Como si la naturaleza, la Providencia, la vida, se hubiesen puesto de acuerdo para hacerme daño

- ¿Por qué te negaste?
- No sé. Pienso ahora que por una mezcla de egoísmo, miedo, falta de información. No estamos preparados para tener un hijo con discapacidad. Eso pareciera una tara. Una culpa. Era, en ese momento, como un castigo…no como una hija. Creía que todo se arruinaba. Que no iba a ser capaz. Pensé también en la gente. En la risita disimulada. En el codazo ese silencioso. En que estaba recibiendo una cruz que no merecía. En cómo criarla. En la maldad de los compañeros de estudio…y no pensé en la maldad mía. Que era la peor de todas!. Me detuve, como hacemos muchas veces, a cuidarme del daño de afuera…y no en el mucho que yo misma nos estaba haciendo.
- ¿Qué hicieron ante tu negativa?
- Mis suegros decidieron quedarse con la niña. Ellos se la llevaron. Fueron sus padres, sus abuelos, sus amigos…todo lo que yo debía ser y no fui
- ¿Y tú?
- Yo me fui al apartamento con mi marido, quien confiaba –al igual que mis padres- que era una reacción momentánea y que más temprano que tarde yo recapacitaría y me llevaría a la niña. Que era un shock producto de la noticia, pero que el instinto de madre iba a permitirme superarlo

- ¿Pasó?
- No. Me negué ciega y tercamente a ello. Lo que me costó, además, el matrimonio y hasta la cercanía de mi familia, a quien no permití nunca que me hablaran de esa niña…

- Trágicamente incomprensible, le digo
- Así es, pero allí no termina mi historia. A veces, mis hermanas o mamá dejaban “descuidadamente” alguna foto de la niña en alguna de las visitas a mi casa…yo, las botaba sin verlas. Sin embargo un día, comencé a soñar con ella frecuentemente. La veía, blanca, gorda, bonita...llamándome. Habían pasado como cuatro años desde su nacimiento. Un día me propuse, me llené de valor y no boté una de las fotos. La vi…y me iba muriendo. Igualita a la niña que en sueños me decía mamá y me llamaba…o en todo caso, yo la veía igualita. Comenzó a entrarme un remordimiento…un arrepentimiento por la torpeza cometida. Me confesé. Hablé con mamá. Incluso me reuní con mi ex marido que vivía con la niña y con sus padres…y planeamos un día para que la conociera. Me la iban a llevar a casa. Se tomaron unos quince días para prepararme con la ayuda de un psicólogo para evitar cualquier rechazo…..mientras hablaba con mis cuñados, mis suegros, mi familia, mi ex marido sobre cómo era la niña, cómo se comportaba. Unos días antes de conocerla, presenta problemas cardíacos y la internan en una clínica. No me dicen nada, hasta que se pone muy malita. Ese día el sacerdote me lo comunica, le pido que me lleve a la clínica, llegué…y la vi…la vi solo morirse Licenciado. Todo el castigo del cielo cayó sobre mí…no la pude cargar…y cuando pude, renegué de ella. Me puse otra vez como loca…me sedaron de nuevo. Cuando desperté, se la habían llevado…esta vez para siempre. Allí empezó mi calvario, no encuentro a quién pedirle perdón, de qué manera hacer penitencia…cómo reponer esa mala acción como madre, como ser humano. Me condené para siempre. Se me devolvieron las maldiciones. Los improperios. Tanta crueldad cometida, con mi propia hija….hice algo contra natura…y seguramente voy a vivir mucho para pagarlo.

- ¿Qué te dicen tus padres, tus suegros, tu ex marido?
- Ellos son mejores que yo. Me han perdonado. Han tratado de darme ánimos…pero lo que hice no tiene perdón de Dios.

- Yo ¿cómo te puedo ayudar?
- A mí no Licenciado. A mí ya nadie puede hacerlo. Yo, como le dije, me condené. Pero si puede, en ese espacio suyo los miércoles en El Informador que se ha convertido en drenaje y lección publicarlo para, a través de esta horrible experiencia mía, ayudar a otros. Mostrar esta tragedia ocasionada por la soberbia, el egoísmo, la ignorancia…para que otras no la repitan. Un hijo es un ser especial, tenga los defectos que tenga. Y con lo primero que debe contar es con el apoyo de su madre…y no como en mí caso que se lo negué. Se debe ser madre no solo para el disfrute de las cosas bonitas, si no también para meter el hombro cuando las cosas no salen bien. Sobre todo ahora que hay tanto adelanto. A mí me queda un consuelo. Mi niña, sí mi niña aunque la haya negado y aborrecido, vivió 4 años felices gracias a su papá, a sus tíos y a sus abuelos. Ni siquiera le hice falta…yo, ahora es cuando más la extraño. No volví a soñar nunca más con ella, aunque trato. Su vida feliz, gracias a nuestros familiares, es el único consuelo que me queda. Consuelo que no puede, ni podrá nunca, borrar mis culpas. Eso…se lo aseguro.

Con una sensación de humedad en los ojos, en la mente, en sitio aquel donde el amor puede llegar a ser un jardín de incomprensiones, ella trata de retomar su paz, su calma. Apartar aunque sea por ratos, ese sentimiento de culpa que siente la agobia con razón y que empapa con renunciamientos su sábana, su almohada…lo que pudo ser el más hermoso de los sueños, trastocado en ese trágico deshojarse de flores, en ese violento suicidarse de aves; cuando es la razón tardía, el arrepentimiento a destiempo, el que obliga a caminar por los viejos pasos andados. Los que no tienen regreso. Sabe que no hay otra oportunidad, la que tuvo la botó y de mala manera. Que nunca más verá su sonrisa, que no supo ser madre, ni ser humano…que ahora solo tendrá el mismo dolor lacerando esa punzada que no cesará de repetirse.
No tuvo, ni tendrá ya, tiempo para enmiendas, mucho menos para comprobar si el rostro soñado, era el mismo de su niña rechazada. Solo tendrá el mismo horror culpando…las mismas lágrimas corriendo sin sentido…un epitafio, señalándola.
Ahora vive una inmensa oscuridad…donde se refugiaron alguna vez las orgías de su ira. Sola, como anda siempre, añorando el viejo camino desechado...la misma caja de colores no usada…los pequeños zapatos que nunca pudo ponerle. Viviendo un huracán de insomnios, incapaces de permitirle…algún otro sueño.




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