RESIENTO MUCHO DE MI MADRE



Hay una espera convertida en pesadilla, un viejo dolor atravesando luces en medio de la noche. Una sombra largamente detenida en el lugar de la tristeza. Una figura en el espejo escuchando una risa que no es suya. Hay una vida que rebasa el azul…un viejo odios construyendo tanatorios en el borde de la razón, la vieja herida de la vida rasgando el ropaje de su tiempo. Es el tormentoso camino recorrido, los mismos pies llenos de todas las miserias del mundo, el conocido organillero componiéndole canciones a la muerte. Hay una madre, de la que resiente. Un hermano por quien se ha batido contra todos, incluso contra su propia felicidad y bienestar pero que según él mismo, no tiene regreso. Lo que pudo ser una familia, desperdigada en medio de una soberbia matriarcal…donde hizo nido la trampa del hombre –esta vez de uniforme y autoridad- y acabó con la libertad, con la esperanza, con lo que pudo ser y solo terminó en la nada. Ese final, irreversible, convertido en sorpresa. El último paso, desprendido de todo. Violentada por sus tíos. Castigada por su madre. Pasajera habitual de internados y cárceles. Huésped transitorio de retenes de menores no ha podido detener el vértigo. Ni el rechazo social. Ni el temor. Vive sola con su tormento. Nadie conoce su historia íntegramente. Le ha tocado toparse con lo peor del ser humano, muy de cerca. Ha visto el odio en los ojos de otras como ella, habitante de los sitios con barrotes. El lesbianismo. El abuso. La pobreza. La ausencia del amor de madre. El odio rodeándola consuetudinariamente. Hoy, en medio del dolor se detiene. Ha sacado fuerzas para sobreponer las dificultades y es una profesional de la República. En sus ojos es fácil descifrar la lluvia consecuencia de esa dificultad para el olvido. Su rabia es protagonista de coloquios solitarios en el viejo mecedor que le sirve de confidente. Tiene un gran charco de obstinada turbidez en el sitio de su amor. Ha comenzado a descifrar soledades. Después de hurgar en su odio, de ganarse lo que tiene a punta de reciedumbre, sin marido, olvidada del amor porque no cabe en su vida cuando osa contar su secreto…escribe en sus atardeceres, aún cuando comienza la plenitud de su vida, una oda taciturna, vaga, sobre el color y olor de las conocidas violencias. Prisionera de un karma que en el fondo no le pertenece, defiende a capa y espada su deber de acobijar a los suyos, así no lo agradezcan. Sabe de todo tipo de violencia, pues las ha padecido todas. Y de cada una de ellas lleva una cicatriz que aún duele y sangra. A pesar de su promulgada dureza, no deja de conmoverse cuando recuerda. Cuando retrocede. Cuando revive. Aunque maltratado, tiene el corazón ávido de nuevas y amables sensaciones. Por eso, después de muchos años de un silencio que la estremece, mira adentro con detenimiento y encuentra allí a viejos pasajeros del miedo deseosos de sembrar puertos...para abandonar, definitivamente, el invierno.

-Me escribe de nuevo. Lo había hecho ya en el pasado, pero no había concretado la entrevista. Esta vez, aún con alguna dificultad, se encuentra conmigo. De fácil verbo, ha sido protagonista de las más cruentas situaciones. Conoce el rincón de la miseria humana…lo ha visitado demasiadas veces!
- No sé por dónde empezar, me dice. He pasado tantas cosas que, cuando leo sus entrevistas, me veo dibujada en la mayoría de ellas. Nací en una casa con una madre muy severa. Castigadora. De la que recibí más pelas que comprensión. Donde a temprana edad fui violada por mis tíos, hermanos de mamá, a quien ella confiada mandaba a dormir a nuestros cuartos. Tendría a lo sumo 7 años de edad. No recuerdo si llegaron a la penetración…pero tocaban mis partes íntimas. Hacían cosas indebidas. Extrañas. También lo hacían con mi hermanita, un poco menor que yo. A quien, por cierto, mamá botó de la casa porque salió embarazada de su novio. En ese momento ella le dijo… me castigas por estar con mi pareja, pero mis tíos me violaron y nos has hecho nada…y sin embargo, igual la botó de la casa, haciendo a un lado la acusación contra sus hermanos.

- ¿Le contaste, en su momento, a tu madre tu situación?
- Al principio no me percaté que era una violación. Para mí, eran caricias de los tíos. Una vez quise protestar ante mi madre, y ella me dijo que respetara a mis tíos, so pena de violento castigo...y sus palizas eran muy fuertes. Como a los doce años, entendí lo que me estaba pasando. El abuso que ellos cometían conmigo y con mi hermanita. La aberración cebada en nuestros cuerpos infantiles. Para completar, un hermano, en medio de nuestras carencias, comenzó a trabajar en la tienda de una amiga de mamá, para quien siempre fue más importante que trabajáramos, a que estudiáramos. Allí, se llevó alguna tontería que le interesó y lo denunciaron. Cayó preso por primera vez. Logramos que saliera bajo una medida cautelar. Pero en una redada cuando mostró su boleta, un policía lo amenazó con rompérsela, si no “se bajaba de la mula”. Lo llevaron detenido, y entonces unos uniformados se presentaron en casa exigiendo una cantidad de dinero que no estaba a nuestro alcance para “no sembrarlo”. Cinco millones de Bolívares. Como no pudimos pagarla, “lo sembraron” y lo condenaron a 5 años de cárcel. Dónde no solo aprendió lo que no sabía en materia de drogas y delincuencia…sino que acumuló mucho odio en contra de todo. Salió peor que como entró, y de allí en adelante no tuvo regreso. Quiere cobrarle al mundo, lo que el mundo le ha hecho. Necesita vengarse de una sociedad que le condenó sin tener más culpa que ser muy pobre. Requiere decirles a todos que ellos mismos le hicieron descreer en la justicia, en la bondad, en la equidad. Que la libertad vale unos pocos bolívares. También la vida de alguien, su reputación, su futuro y hasta su familia. Afirma que no tiene futuro. Que está marcado. Que no puede abandonar el callejón hacia el que lo empujaron. Que es su único refugio. Su hábitat natural. El espacio al que lo condenaron. Tiene hoy, un abultado prontuario…que, irónicamente frente a la sociedad, nos señala a todos en la familia. Y hasta nos culpa, por carambola. Y que de alguna manera pagamos, porque nadie perdona o acepta sin recelos a quien tiene algún familiar preso, o señalado por la justicia. Yo misma he estado en alguna casa hogar, ese disfraz de retén donde la droga, el lesbianismo, la miseria andan realenga por todos los espacios. Yo misma he sentido cebarse en mi debilidad de recluida la miseria de mis carceleros, las aberraciones de mis compañeras, el odio de quienes son obligados a expiar sus culpas en esos antros de reclusión.

- ¿Estuviste detenida?
- No. Recluida. Resulta que me peleaba con mis hermanos y mamá llamó a la policía. Cuando ésta llegó le pidió me llevarán. Es más, mi hermanita le dijo que si me llevaban a mí…debían llevársela también a ella. Pero mamá dijo a esa niña no…solo a la más grande, señalándome. Me llevaron a ese retén, y allí conocí lo peor de lo peor. Ni siquiera baños había. Hacíamos nuestras necesidades en una especie de batea. Tuve que inventarme “un prontuario” para que me respetasen las demás internas. Allí no hay prejuicios. Ni límites. Ni moral. Ni decencia. Allí hay una sola meta: sobrevivir. Sobreponerse a las miserias. Contaminarse lo menos posible. No dejarse ganar por el odio. Ser fuerte en el miedo.

- ¿Tienes resentimiento contra tu madre?
- Mucho. Creo que tiene la culpa de muchas de las cosas que me pasaron y que ella motivó, o pudo evitar y no quiso. Fíjese que a los meses de estar interna me dieron la libertad, y ella se negaba a sacarme de allí. Nunca me entendió. Nunca nos ayudó. Nunca nos demostró cariño. Fue siempre muy dura.

- ¿Y tu vida?

- He tratado de irme superando. Saqué un título profesional. Me casé, pero no es fácil para quién ha sido maltratada sexualmente, armonizar una vida de pareja. Tuve dos hijos, y hasta allí llegó mi matrimonio. Me olvidé del amor. El sexo no me hace falta. Trato de olvidar y sin embargo no puedo. Trato de pasar la página y me es muy difícil. No puedo drenarme porque es una mácula que la gente sepa lo que me pasa. A quien le cuento, me rechaza. Fíjese que mi hermana se casó sin decirle nada a su marido, y el día que le contó que teníamos un hermano preso en Uribana, la dejó. Imagínese si le cuenta que fue violada por sus tíos!. Hay situaciones, Licenciado, que la sociedad nos hace más difícil de llevar. Imposibles de resolver. Cómo aliviar esta angustia, si debo ahogarme en ella para no hacerme más daño!. ¿Cómo gritar las injusticias, si es pecado vivirlas??

- ¿Visitas la cárcel?
- Claro. He sido visitante de todos los penales donde mi hermano ha estado. Me he sometido a esa vejatoria, inhumana y cruel requisa solo para que sepa que yo estoy con él por encima de cualquier dificultad. No me da pena verlo. Me da pena el trato que en esos internados reciben esposas, mujeres, hermanas, hijas y madres de los reclusos. De quienes no se ocupa nadie. Allí a él, en un motín, lo apuñalaron. La vida de un preso en nuestro país es una rifa. Allí no hay seguridad de nada. ¿Cómo recomponer a alguien en medio de la mayor crueldad e inmundicia?. Un día llevé a mis hijos pequeños para que vieran lo que le pasaba a quienes tomaban el mal camino. Para que aprendieran la solidaridad familiar, pero también lo que le espera a quienes toman el camino equivocado...o a quienes se los hacen tomar obligados, por no tener dinero para pagar un chantaje uniformado.

- ¿Le has contado a tus hijos?
- Todo. Les he contado todo con pelos y señales. Ellos son lo único y más hermoso que tengo. A ellos les debo toda la confianza. Ellos hoy plenan mi vida. Son el oasis en medio de tanto desierto. Ellos merecen la vida que no tuve. El amor que no me dieron. La comprensión que me negaron. El amor que alguien me robó.

- ¿Cómo reaccionaron?
- Tienen un gran resentimiento con su abuela. La culpan de lo que me ha pasado. La hacen responsable de no cuidar de mí. De enviarme a la jaula de los lobos solo por una rabieta. De maltratar mi vida, injustamente. De ignorar mí llanto, a pesar de ser su hija. De creer más a sus hermanos que a nosotras. De proporcionarme tanto llanto, tanto dolor, tanta frustración innecesaria en esta vida.

- ¿Tienes contacto con tu mamá?
- Sí, pero muy poco. Entre nosotras no existe contacto frecuente… seguimos muy distantes. Tengo todavía muchas cosas que olvidar…muchas cosas que ella tiene que explicarme. Hay mucha rabia. Demasiado dolor para restablecer los puentes de un afecto como el que requiere una relación normal de madre-hija.

- Después de adulta, ¿has hablado con ella de lo que te pasó?
- La increpé por lo de mis tíos. Por lo del retén. Por lo de mis hermanos. Por lo de la familia….me pidió perdón. Pero no se puede recomponer todo lo dañado, todo lo omitido, todo el daño causado solo con una petición de perdón. Sería mágico el que pudiéramos hacer daño, y solo con pedir perdón, repararlo. Que podamos destruirle la vida a alguien, y pensar que esa palabra pueda justificar de algún modo las graves consecuencias.

- ¿En esos momentos duros, en esos momentos solos, nunca nadie te brindó cariño?
- Mi madrina. A quien quiero por encima de todas las cosas. La única persona en el mundo que me puede dar una cachetada, y no se la regreso. Ella en lo que pudo fue muleta, bastón, cobija, calor…

- A esos tíos que te violaron ¿los has vuelto a ver?
- Si, los he visto de nuevo en varias oportunidades

- ¿Qué has sentido cuando los has visto?
- Temor….mucho miedo. No dejo de recordar. De vivenciar. De retrotraer. De que me invadan las sombras, los fantasmas, las pesadillas.

- ¿Con tanta angustia, no te has olvidado de vivir?
- Es que siempre me toca a mí. Siempre soy yo quien debe dar la cara. Quien debe cargar con la solución de los problemas. Quien termina cargando con las culpas…pagando unos platos que no rompí. Siempre me pregunto ¿por qué a mí?...pero nunca, he podido dar con la respuesta.

- ¿Cuándo vas a comenzar a vivir para ti?
- Soy feliz viendo a mis hijos crecer sanos y libre de maldades…pienso que eso es vivir para mí.

- ¿Por qué quieres contar lo que por mucho tiempo ha sido un terrible secreto?
- Porque no aguanto más tanto silencio. Porque necesito gritar, aunque sea a través de usted, de ese espacio que tanta gente lee y a tantos enseña, mi pesadilla… para dejar de hacerme daño.

Se asoma a la ventana de su vida y solo hay vacíos escritos en los rostros de su gente. Una especie de ruido aterrador, puliendo el andar entre cárceles, aceras, alcantarillas y hospitales. La sombra de lo que puede ser una sonrisa, usurpando el sitio de colores que pudo haber dado –sin miedo- luces a sus libros y cuadernos. La marca del frío, recordando lo oscuro y tenebroso del terreno. Mira hacia adentro, y ve las mismas botas sucias de su andar por el calendario. En su cuarto, un mueble que en las noches suele crujir con el cabalgar de las pesadillas. Una cortina que extraña la luz ausente. Un espejo que se niega a reflejar violetas y se pierde en la búsqueda de las azucenas. La casa de la almeja limitando la libertad. Tan solo el golpetear del viento, dibujando en la noche, los fantasmas de siempre.
Recuerda, y entonces desata ese lloviznar cotidiano que, robándole espacios a la cobija ausente, no logra sustituir su calidez…esa que requiere como cobija en el sitio que el sudor recrea para su humedad en el viejo y manoseado jardín de insomnios y fragancias marchitas. Observa el caer del agua en sus noches de tormenta y siente que ha sido protagonista como ella, de todas las tempestades. Allí cada vez que recuerda, cada vez que voltea, cada vez que se detiene en las cicatrices recrea el rojo coral que estableció mansedumbres de azules en tiempos de espuma. Como ese recorrer íntimo por sus sobresaltos, cada semana, cada mes…cada año.






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