A veces nuestros padres

(Publicada en el Diario El Informador el 29.04.09)

A veces nuestros padres
no nos dejan otra salida


Lic Víctor M. Barranco C.

Una neblina fría, indescriptible, repugnante…la acompaña desde esa noche. Lo que en aquel momento le resultó una solución eficiente hoy, en su alma, en su nombre, en el sitio de sus culpas, no ha dejado de ser un ruido que la aturde permanentemente. Donde debió estar el amor, el instinto materno, la consecuencia de la pareja, la justificación de la familia…truena. Truena siempre. Hay un pantanal de desechos en su soledad, en sus aspiraciones, en ese reloj que en su vientre se detuvo en aquel momento, eternamente. En esa misma sombra que la martiriza y la acompaña. En esos pies que no pudo besar y que ahora extraña. En esos juegos que no pudo jugar. En esos ojos donde no pudo verse. En ese llanto que no sintió. En ese pedacito de carne que hoy necesita. Allí, donde debió haber una sonrisa, solo hay terremotos y huracanes. Adentro, cuando le toca quedarse sola, hay una verbena de odios, de temores, de señalamientos en esa ira que no cesa. En esa hora que no deja de culparla. En ese sentir a Dios castigándola para siempre. A veces para arrepentirse, no le alcanza la noche…ni la vida. No entiende por qué, donde debía haber un sueño, solo hay una cuna para las tempestades. Retrocede en el tiempo y aunque se justifica, no deja de culparse. Tenía 18 años en aquel momento, y muy pocas salidas. Diez años atrás, nadie comprendía. Iba a ser echada de su casa. Un embarazo no deseado, más bien odiado, era como la antesala a un largo camino de espinas que ella pensó debía evitarle vivir a quien nunca llegó a conocer…y sin embargo, hoy daría lo que no tiene por repetirlo. Por eso no deja de sentir, ahora que desea y no puede, una profunda tristeza. Esa sensación que la vida le está obligando a pagar sus pasadas culpas. Recordándole cada segundo lo que ha sido su más grande y oprobioso secreto. Ha recorrido todos los caminos, visitado todos los médicos, buscado ayuda en las amigas…pero, en ese recorrer los atajos de siempre, siente que donde debió estar el camino que conduce a Dios, hay señales exigiéndole que no pase. Tiene 28 años, y una noticia de los muchos médicos consultados que aseguran que ese sueño que la obsesiona, no podrá cumplirlo. Que es posible que esa decisión de años atrás de interrumpir el embarazo, hoy sea una de las razones que influyan en ello. Cuando pudo ser madre, no era el momento. Demasiados prejuicios, pudores y acusaciones gravitaban sobre esa posibilidad para hacerla cierta. Hoy que lo desea con todas las fuerzas de su género, la naturaleza se lo impide. Ella asegura que paga unas culpas. Su pareja…que es solo una casualidad de la vida.

-Me escribe. Solicita que la escuche. Me dice que su vida puede ser un testimonio adecuado para esta reflexión de los miércoles. Luce muy joven. La acompaña su pareja, quien será su marido en apenas tres meses. Están condenados, según ella, a ser una familia de dos.
- Hace cerca de diez años, me cuenta, teniendo apenas 18 recién cumplidos un día confirma que estaba embarazada. Tenía un novio, compañero de estudios, con quien descubrí la sexualidad un poco a los empujones. Sin que pensáramos en casarnos o en establecer familias, un día descubrimos, luego del tercer encuentro sexual pleno que tuvimos, que yo estaba embarazada.

- ¿Cómo lo descubrieron?
- La primera sospecha fue cuando dejé de “reglar”… yo que era un reloj para eso. Pasaron los días...y nada. Esperé un mes, y tomé varios brebajes recomendados para que me “bajara la regla”, pero nada Licenciado. Compramos entonces una de esas pruebas caseras de comprobación a través de la orina y, conjuntamente con mi mejor amiga, me la hice. Resultó positiva. Entonces me la repetí como diez veces porque, no es que no creyera…sino que no quería creer.

- ¿Cuándo se lo dijiste a él?
- Esa misma tarde, en mi casa, cuando fue a visitarme

- ¿Cómo reaccionó?
- Lo esperaba. Al igual que yo, había algo muy dentro de nosotros que nos decía hace rato, que yo estaba embarazada. No nos sorprendió, pero si nos alarmó. La pregunta, una sola ¿Qué hacemos ahora?

- ¿Qué se contestaron?
- Nada Licenciado, al principio estábamos bloqueados. Porque decirles a mis padres era garantizar que me botaran de la casa, y poner a ese hijo y a mí a pasar trabajo. Mi novio estudiaba igual que yo, y sus padres no nos iban aceptar en su casa. Su padre era muy conservador y seguramente me iba a juzgar desde esa óptica. Además, no era lo que queríamos

- ¿Qué querían?
- Como novios pasarla bien, sin complicaciones. Estábamos frente a un accidente, impensado. No tenía yo confianza con mi mamá para contarle, y mi papá era un ogro. En casa no se hablaba de sexo…cuidado con abrirle los sentidos a esa muchacha!, decía. No quiero culpar a nadie, pero a lo mejor si las condiciones de mi casa hubieran sido otras, también mi actitud lo habría sido.
- ¿No sospecharon nada?
- Nunca. Teníamos más bien una relación formal padres e hija. De respeto supremo y yo creo que mal entendido. Más que respeto yo sentía temor. Los castigos corporales que papá y mamá me daban cuando hacía algo que no les parecía eran exagerados. Recibí unas palizas que ni le cuento Licenciado, a veces solo por hablar con un amigo en la puerta de casa. Imagínese si les digo que estaba embarazada soltera…me matan!. No tenía en mi casa posibilidad de ser entendida. Mis padres frente a mis relaciones con el sexo opuesto eran demasiado estrictos. Y mi hermanita, que en ese momento tenía 10 años, era muy pequeña como para auxiliarme.

- ¿Qué hiciste?
- Le conté a mi amiga más íntima, con el ruego, con el juramento que ése iba a ser nuestro secreto. Ella, habló con su hermana mayor a quien tenía mucha confianza, como si fuera a otra compañera de clases a quien conocía poco y quien le había pedido ayuda. Comenzaron los consejos encontrados. Que hablara con mi mamá, que corriera el riesgo. Que me fuera con mi novio, que hablara con los padres de él. Una prima. Una profesora…una amiga que había pasado por lo mismo. Un médico. Un psicólogo…Que sé yo, cuántas posibles soluciones. Pero yo tenía miedo a ser descubierta. Miedo a la paliza. A que me botaran de mi casa y a pasar trabajo. Al rechazo de mis amigas. A no poder criar sola esa bebé. Demasiados miedos juntos para una muchacha inexperta como yo, y sin tener a quien acudir con confianza. Sin ser censurada. Yo aspiraba solo que alguien me comprendiera. Que me ayudara desde el consejo, y no desde la reprimenda. Que me guiara hacia una decisión acertada, sin prejuicios previos. Que se pusiera en mi lugar.

- ¿Alguien se puso en tu lugar?
- Nadie en mi familia, porque nunca supieron. Es más en una conversación durante el almuerzo conté que una compañera estaba embarazada soltera y no sabía que hacer…y a mi papá por poco le da un infarto. “Usted deja de tratar a esa loca, ahora mismo” “eso es un mal ejemplo” “y cuidado con una vaina, porque te boto de la casa” “¿incomprendidas?…puticas diría yo”…me dijo casi fuera de sí. Lo que me cerraba cualquier camino.
- ¿Y?
- Bueno, mi amiga íntima me contó que la doméstica de su vecina le había contado –después que la hubiera tanteado sobre el caso- que una prima de ella le había pasado lo mismo y había interrumpido el embarazo sin ninguna consecuencia física, y que nadie –además- se había enterado. Que era un método fácil y seguro. Me contó…al principio me alarmé. Me pareció gravísimo eso de hacerme un aborto. Sobre todo que a mí eso me lucía como una operación. Entonces ¿Cómo iba a justificar la ausencia de mi casa durante ese tiempo? ¿Cómo lo iba a pagar? ¿Cómo hacer para que no se me notara?

- ¿Pensaste en el niño?
- Verdad que no Licenciado. En ese momento pensé solo en mí, y en lo que me podía pasar si lo tenía. Mi amiga me dijo que solo me quedaba un par de semanas para decidir, porque después no iba a ser posible. Lloré. Lloré mucho. Cómo deseaba en ese momento tener una madre o una hermana mayor que me escuchara. Que me orientara. Que tomara conmigo la decisión.
- ¿Y tu novio?
- Desde el primer momento que se lo plantee me dijo: decide tú. Tú eres, fundamentalmente, quien tiene el problema.

- ¿Qué decidiste?

- Primero pregunté cómo era la cosa. Me dijeron que había un medicamento que originalmente se prescribía para problemas renales o hepáticos, y del cual se tomaban dos pastillas y dos se introducían por los genitales y a los tres o cuatro días se presentaba la expulsión del feto. Que solo debía tener preparado quién y cómo me iba a hacer después el curetaje. Que eso era un día… máximo dos. Que inventara un paseo con unas amigas o una jornada de estudios de fin de semana fuera de la casa para justificar la acción. La doméstica nos dijo que ella conocía un médico que podía hacerme el curetaje y darme el récipe. Que en su consultorio podía estar en el día. Que con una noche en casa de una de mis amigas era suficiente para recuperarme. Y que en una semana iba a estar sin problemas. Así lo hice. Conseguí el dinero. Compré las pastillas y encomendándome a Dios, lo hice. Todo salió como estaba programado. Solo que hubo un poco más de hemorragia que lo previsto, pero que en casa de mi amiga pudimos controlar con lo que nos recomendó el médico. Volví a casa…y nadie supo nada nunca. Sin embargo, esa no es toda la tragedia licenciado, solo una parte de la misma.

- ¿Cuál es la otra parte?
- A raíz del aborto, rompí con mi novio. Después tuve alguno que otro pero nada serio. Hasta que conocí a Luis, éste ser especial que usted ve aquí y que me acompaña y quien hoy día –y desde hace tres años- es mi pareja. Lo sabe todo. Con pelos y señales. Él me ha entendido, y me ha ayudado a sobreponerme. Como toda pareja, queremos tener hijos. Hemos tratado durante este tiempo y no hemos podido. He ido a muchos médicos que tratan de la fertilidad…y nada. Me han dicho que no podré tenerlos. Que no voy a poder ser madre. Que cuando pude, fue imposible…y ahora que quiero, también lo es. Siento que es Dios castigándome. Aunque Luis sostiene que es solo una casualidad de la vida. Siento que estoy pagando las consecuencias de aquel aborto provocado. Pero siento además, que estoy pagando las culpas de todos. De esos padres controladores e intransigentes que no supieron enseñarme, ni darme confianza. De esos que me provocaron mas temor que respeto. De esa sociedad de doble moral que juzga errores como el mío con tanta crueldad, pero que le pone a uno a disposición todas la oportunidades para caer en ellos. De esa educación en casa de mentira, donde no se aborda la realidad de la vida, sino una ideal que no existe. De ese no hablar claro que obliga a los jóvenes a adivinar, siempre a su manera, la mitad de cuento. De creer que si no hay matrimonio, no hay familia. De esa religiosidad extrema, incapaz de comprender y perdonar, aunque basan toda su prédica en la bondad y el en el perdón. De esa formalidad social que juzga desde lo conveniente, lo que debería ser solo absolutamente humano.

- ¿Te sientes culpable?
- No…me siento víctima. De una familia sin confianza entre ellos. De ser ignorante sexualmente –en cuanto a las consecuencias de una maternidad- aún a mis 18 años.
- ¿No crees que las cosas han cambiado mucho en estos diez años?
- Menos de lo que cree Licenciado. Si bien hay una mayor libertad y un mejor conocimiento de la sexualidad, si bien hay una mayor apertura de los padres –que no siempre es confianza-, si bien es posible abordar esos temas desde una óptica más abierta que en el pasado…un embarazo deseado sigue siendo un problema muy difícil de resolver. Una decisión donde está en juego la vida, que alguien debe tomar, pero sabiendo por qué la toma. Una consecuencia extrema, que en muchos países es legal y socialmente aceptada sin falsos escrúpulos.

- Si te tocara vivir esa experiencia hoy… ¿qué harías?
- Depende. Si es con esta pareja que tengo, sería la madre más feliz del mundo. Si fuera en las mismas circunstancias del pasado, repetiría mi decisión del pasado.

- ¿Aún con el castigo de Dios?
- Si se repitiesen las condiciones de mi padres, de mi novio, mías…de hace diez años, aún con el mayor de los castigos. A veces, a los hijos, los padres no nos dejan otra salida!

Su castigo, si existe, es volver siempre al mismo lugar. A la misma consecuencia. Hurgar inútilmente en el vacío que se le hizo al fondo de ese saco que anida el recuerdo de aquella noche para tratar de extraer de allí alguna luz, algún calor, alguna sonrisa nueva que calme las culpas que le atormentan. Esa obligación de resurgir de las tristezas, de cada rabia, de cada miseria, de cada lección penosamente aprendida. Obligar a cada noche, a cada nuevo silencio, a cada rebelde lágrima, a cada divina culpa…a olvidar. A permitirle levantarse, perdonarse del todo, justificarse. A poder gritar sin ayeres, ni remordimientos. Repisar, replantear, reescribir….encontrar con su pareja esa vida que seguramente merece. Pasar la página, hasta donde le sea posible. Encontrar razones que en algún momento la justifiquen. Andar, solo andar. Sin otra obligación que cada mañana nueva. Sin otra pasión que la inmediata. Sin otro norte que la reparación de lo dañado. Inventar un lugar donde se puedan olvidar los errores del ayer, y desde allí asomarse sin pena…a ver, sin miedos, el atardecer.
Category: 0 comentarios

0 comentarios: