Nadie es completamente bueno

(Publicado en el Diario El Informador el 22.04.09)

Nadie es completamente bueno

Lic. Víctor M. Barranco C.

El sueño, el frío, la angustia, la tristeza, esa misma mentira de todos los días abría surcos en su cara, en sus años, en su familia, en el sitio aquel donde –durante tantos años- fingió una sonrisa. La miseria de los demás enterrada en su ser, en su vida, en el desarrollarse de cosas que nunca esperó y que ahora forman parte de su cotidianidad y de las miserias propias, han ido minando su resistencia. Aquella sensación escalofriante que en las tardes nunca dejó de recordarle que también la luz, emite sus sombras. Él, el amor de su vida, el esposo ideal, el padre ejemplar, el auxiliador de los vecinos, el testimonio de bondad que tenía más cerca…era una gran mentira. Los tres niños tomados, reconocidos por lástima, para que no crecieran desprotegidos ante la incertidumbre de una madre muy pobre y un padre desconocido ...esos que fueron alegría y cariño, que llenaron la casa en su momento…nunca pensó que se convertirían en los protagonistas de su tragedia. Él les dio su apellido en un gesto que ella reconoció de gran generosidad, propio de ese esposo que en suerte le había tocado. Nunca imaginó que en verdad los hijos eran de él. Que el amor al prójimo era una farsa para tapar su relación adulterina con quien atendía los quehaceres de la casa. Que ese ejemplo de marido del que ella alardeaba, tenía en su casa su propio harem. Dos mujeres para su uso y abuso bajo el mismo techo. Una, de dueña de casa y la otra, de encargada. Amigas. Viviendo treinta años compartiendo su hombre en su propia casa, sin saberlo y a los hermanos de su hijo, hermanos de sangre y no de afecto. Lo descubrió cuando en su lecho de enfermo, él se lo confesó. Cuando ya era tarde. Cuando no había nada que hacer, ni a nadie a quien reclamarle…pues él, protagonista del engaño, de la traición, del adulterio, de la manipulación de sus sentimientos, estaba muerto. No pudo llorarlo. Nunca se hubiera imaginado que en su andar de siempre, el hubiera preferido empaparse de los albañales. En esas aguas putrefactas del deshonor, donde se cultivan gratuitamente los odios ajenos. En el sitio donde, al caerse las caretas, hay mil verdades que empantanaron, ensuciaron, excretaron…abusando de su inocencia. Cuando lo oyó sintió en el aposento de su verdad, como él se había ensañado desde su perfecta conducta formal contra su integridad y su respeto. Buscó a Dios, abrazó a su hijo, incluso a los otros que no tenían la culpa de ese padre embustero muerto, y en contubernio con el pudor, en complicidad con su dolor, de amigas con su resistencia, ajena a esos avatares…sin embargo convocó sus fuerzas para enfrentar el horror, el miedo y la vergüenza. Reflexionó y hoy está a la espera de saber si despeja la mentira. Si a sus hijos, el suyo, y los de su marido les cuenta lo que sabe. Si dice la verdad, la única faltante en el testamento. Allí, sumergida en el asco propio de enterarse que por décadas y sin saberlo, en su casa compartió con su doméstica el pan, su hombre y hasta la adopción de unos hijos que le decían a su esposo papá….sin pensar que nunca dejó de serlo.

-Debe tener como 50 años. Llena de vida, la marca una traición muy particular. Con unas consecuencias, también muy particulares. Acaba de enviudar. En el lecho, antes de su muerte, su marido le rebeló un secreto que cambia su vida y la de quienes le rodean…pero que también cambió la imagen de quien creía era un ángel como pareja y como gente, hasta que lo escuchó.
- De verdad que no sé por dónde empezar Licenciado. Son tantas las ideas que vienen a mi cabeza, que me cuesta ordenarlas. Es más, no sé si lo que me pasa lo debo contar, o debo guardarlo solo como trapito sucio de la familia

- Como quieras, le digo. Podemos conversar en otra oportunidad y así tienes tiempo de pensar lo que quieres hacer
- Es que lo que me pasa es tan malo, que prefiero contárselo para que la mucha gente que lo lee reflexione, y quien quita que alguna mujer esté pasando por lo mismo que yo, lo lea, y pueda exigir explicaciones a tiempo

- Te escucho….
- Hace un par de meses enviudé. Estuve casada por treinta años con un hombre ejemplar…bueno, al menos eso creía yo. Trabajador, de su casa, amoroso, cumplidor de sus deberes, sano, colaborador…el marido perfecto. Comerciante exitoso, sin embargo nunca se dejó tentar por la vanidad. Fuimos creciendo económicamente de a poco, y siempre nos dio todo lo que quisimos. Tuvimos un hijo, Manuel, a quien buscamos una muchacha que nos ayudar a atenderlo. Carmen -en ese entonces de 16 años- y recomendada por una vecina resultó la escogida. Inteligente, hacendosa, siempre fue más allá de sus obligaciones…a tal punto, que llegó un momento en que era ella quien manejaba la casa, incluso, a veces iba hasta el negocio y ayudaba a mi marido con el mayor de víveres que tenía. La auxiliar ideal, perfecta. Le fuimos tomando cariño, y cada día la fuimos tratando con mayor apego, hasta que llegó a ser como de la familia. Nos acompañaba en los viajes, comía en la mesa con nosotros…en fin, de muchísima confianza. Cuando cumplió 20 años, nos dijo que estaba embarazada. Yo lo lamenté mucho porque pensé que se iba a ir. Aunque nunca le conocimos novio –claro, ahora me lo explico- y salía solo cada mes a ver su mamá a Humocaro…estaba embarazada. Le conté a mi marido, quien como ángel de la guarda –y hombre de comunión diaria- se ofreció a echarle una mano, cosa que me enorgulleció en aquel momento. Me dijo, vamos a ayudarla, vamos a protegerla y vamos a meterle la mano con ese niño…total, Manuel ya tiene 4 años y no vamos a poder tener más hijos por lo que el médico recomendó. Así que le hacemos un favor a quien ha sido tan buena con nosotros…y Manuelito tiene un amiguito con quien jugar y crecer.

- ¿No notaste nada extraño?
- Nada Licenciado, ni siquiera como a los tres meses cuando mi marido me dijo... ”Mi amor, creo que debemos proteger ese niño más allá de la alimentación y el techo que le damos. He pensado seriamente, si tú no te opones, reconocerlo…darle mi apellido”

- ¿Qué le dijiste?
- Primero me sorprendió, pero viniendo de un hombre tan bueno, tan religioso, me pareció un acto extremo de caridad. Solo le dije, vamos a hablar con ella a ver qué piensa. “Hazlo tú, me dijo, que entre mujeres es más fácil que se entiendan en un tema tan delicado y en el que yo puedo aparecer como un metiche”. Así lo hice. Hablé con ella. Antes que nada le pregunté por el padre del niño. Me dijo, de él no sé nada señora. Es el hijo de mi padrino que en una fiesta me tomó por la fuerza y quedé preñada. Ese es hijo mío solo. De nadie más….me pareció un gesto que había que apoyar. Le comenté lo que me había señalado mi marido, y entonces me dijo: “yo no quiero causarles más problemas” “yo voy a hacer lo que ustedes quieran y lo que ustedes digan”…y el niño se registró como hijo mío y de mi marido.

- ¿Tuyo también?
- Sí, mío también. Porque era muy difícil entender que apareciera en los papeles como hijo de mi marido y de la doméstica…imagínese Licenciado!!!...pero allí no terminó todo. A los dos años, Carmen volvió a salir embarazada. Estaba de nuevo esperando un hijo. Yo me molesté muchísimo porque me parecía un abuso. Con el primero la apoyamos porque me había dicho que había sido forzada. No era su culpa… ¿pero una segunda vez?

- ¿Qué le dijo ella?
- No hacía sino llorar. Que la perdonara, que si yo quería ella se iba. Que nosotros que éramos tan buenos, pero que se había enamorado, como cualquier mujer y había sido engañada…. ¿pero cuándo te enamoraste, le pregunté? Si tu no sales nunca! Bueno conocí a un muchacho en el abasto y nos veíamos a escondidas, me dijo. Él ofreció casarse conmigo…pero me engañó. Entonces nuevamente hablé con mi marido y él, todo bondadoso me dijo…”mira mi amor, nosotros podemos seguir ayudando a esa muchacha ya con muchos años en esta casa. Manuelito la quiere mucho. Te ayuda para todo. No tenemos problemas económicos…. ¿por qué no ayudarla?

- ¿Qué hiciste?
- Al principio me negué…me parecía un abuso. Pero tan convincente fue mi marido que acepté con la promesa que ni uno más…y así fue.

- ¿También le dio el apellido tu marido?
- Igual que al otro. Y al final me sentí bien. Me sentí que ayudaba más allá de mezquindades formales y prejuicios tontos. Lo asumí como un hijo adoptado por mi marido y por mí. Parte de esa voluntad de servir a los demás de mi marido. De esa profesión de fe que él manifestaba. De esa inmensa bondad que siempre nos mostraba. Hizo a dos hijos ajenos suyos, solo por amor al prójimo! Así todo siguió, los muchachos crecieron como hermanos, aunque le contamos cuando tuvieron uso de razón que no eran hijos nuestros sino de Carmen, aunque lo quisiéramos como tales. Y a Carmen nunca la quisimos privar del amor de sus hijos, por lo que nunca escondimos “la filiación”…en todo caso, la que yo suponía. Mi marido salía con ellos. Les dio sus estudios. Al nuestro-nuestro lo mandamos a Caracas a sus estudios universitarios y los otros dos se quedaron acá. Uno se graduó de Licenciado en Administración y el otro, se quedó con mi marido en el negocio y es quien hoy lo maneja. Me dice mamá vieja y a su madre mamá Carmen. En el patio de la casa se le hizo una casa pequeña a Carmen donde vive. Los hijos viven en la casa principal con nosotros. Hace como seis meses a mi marido le confirmaron un tumor cancerígeno de irreversibles consecuencias, lo que trastornó su vida y la de todos. Siempre nos preguntamos por qué a él, tan piadoso, tan bueno, tan honesto…tan sin pecado. Fue empeorando, hasta que cogió cama. Una noche me dijo que quería confesarme algo para poder morir en paz.

- ¿Qué le dijo?
- Antes que me contara le dije que el había sido un hombre muy bueno, que me había hecho muy feliz, que el solo hecho de haberle dado el apellido a esos muchachos, la educación, el cariño, sin ser de él…le había ganado, de seguro, el cielo. Que Dios debería estarle mirando satisfecho por todo lo que él había realizado. Que yo daba gracias todas las noches por haberlo conocido…..”Sobre esos niños quiero hablarte, me señaló”. No te preocupes le repetí, si te pasa algo –que no creo- yo voy a velar por ellos. Ese amor que con el tiempo junto contigo he aprendido a tenerles y a considerarlos como dos hijos más a pesar de no serlos, no va a cambiar bajo ninguna circunstancias. Tranquilo, que vamos a seguir tu ejemplo….”óyeme, me dijo…óyeme un minuto por favor, que siento que me queda poco tiempo. Y no me interrumpas por muy desagradable que sea lo que vas a oír. Óyeme completo y después hablas. Esos niños son realmente míos, mis hijos. Son hijos de Carmen y míos. Carmen y yo establecimos una relación al poco tiempo de llegar a la casa. Cosas que pasan. Cosas del animal que llevamos dentro y que no pude evitar. Ella quería irse cuando supo que estaba embarazada, pero yo no la dejé. Eran mis hijos y por ellos tenía que velar. Pero tampoco quería perderte. Tú eres el amor de mi vida, aunque no lo creas. He pedido perdón a Dios, a diario...y ahora te lo pido a ti. No te dije nada para no hacerles daño ni a ti, ni a ninguno de mis hijos. Sí, te engañé, pero lo hice por conservar la unidad de la familia…simplemente, perdóname”

- ¿Qué hizo?
- Lloré. Lo insulté. Le dije pecador, embustero, falso. Vivía con su amante en mi casa, y me hizo reconocer a los hijos de ambos, imagínese semejante desfachatez…y dos veces, Licenciado. Esta pendeja pensando que hacía una caridad y lo que estaba era alcahueteando a mi esposo y a su amante en mi propia casa, y además criando a los frutos de su adulterio!. El mundo se me vino encima. Sobre todo la imagen de él. De ese ser maravilloso ahora convertido en engendro del diablo. En esa mosquita muerta de Carmen, tan hacendosa, tan servicial, acostándose con mí marido en mis narices. Mil cosas juntas, con el agravante que él estaba muriéndose… me calmé. Salí del cuarto, tomé mi carro y me fui al Santuario La Paz, a buscar explicaciones, calma, esa serenidad perdida. Sosiego para todas esas rabias que se me vinieron a la cabeza. Calma para la tormenta.

- ¿La conseguiste?
- No. A los días murió. Dejándome ese pantanal de sentimientos encontrados

- ¿Hablaste con los muchachos?
- No. Y creo que no voy a hacerlo. No voy a amargar su vida, ni a cambiar la imagen que tienen de su “padre”, entre comillas. Con una que sufra, es suficiente. Hablé con ella, con Carmen. Me desahogué con ella. Le dije de todo. Ella me escuchó llorando, pidiéndome perdón, exigiéndome que no dijera nada. Le pedí que se fuera, con cualquier excusa, de la casa. Pues las cosas ya no serían igual. Aceptó. Inventó un viaje largo con una hermana, el cual sabemos que no tiene regreso. Solo para ver a sus hijos, que –acordamos- se quedan conmigo. Cerca de 30 años Licenciado, él, su amante y yo, su esposa, conviviendo sin saberlo. El hombre que comulgaba todos los días en una vida de engaño permanente. Por eso es que no hay que confiar en nadie…ni siquiera en las buenas acciones. Todo tiene un interés. Todo tiene una contraprestación. Nadie es completamente bueno. Ni siquiera los más religiosos. Yo perdí la fé en los hombres…pero gané dos hijos maravillosos!

Se marcha. Con la vida hecha un infierno, solo a pocos días de sentirse en el Paraíso. Atrás, donde quedan las huellas, las pisadas, las promesas, las falsas verdades está la cuna de esa nueva marca para su tristeza. Para ese calendario nuevo que signa sin piedad, su nuevo infierno. Allí donde se cuece el barro de que fuimos hechos, el carpintero de las angustias marca con fuego el futuro de ese incómodo, extraño y repulsivo comportamiento. Sobre las vivencias, sobre los pasos, en la espalda de ese dechado de virtudes que fue hasta antes de su muerte, la doble moral inventaba paraguas para la lluvia, luces para las sombras hasta que le tocó dibujar la partida. En el Sur, donde sembramos las pisadas, donde vamos a echar lo que quede de nosotros, ella espera que la vida y el tiempo dibujen olvidos en su andar perenne. Y que en su memoria pueda -alguna vez- lograr que las hojas, las que caen, las que se arrastran, las que cumplen su ciclo vital y que alguna vez brillaron en su vida altivas, soberbias, ejemplarizantes; no se conviertan para él al final, en solo un nombre, un número y alguna fecha para recordar su tránsito. Por eso calla ante sus hijos. Sus tres hijos. Está segura que las sonrisas que aprendió a querer, aún después de la traición…bien lo merecen.
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