Las Mascotas

(Publicado el 21.03.07)

Las Mascotas nunca nos presentan
Facturas de amor


Por: Lic. Víctor M. Barranco C.

Traspone la cincuentena de años. En el camino dejó la posibilidad de compartir la vida con alguien. El afecto, si bien la visitó, lo hizo de manera espasmódica y de manos de imposibles en la moral de entonces. Sus padres –como correspondía en su tiempo- , se adueñaron de su vida, de sus espacios, de su libertad, y no solo le impusieron criterios y comportamientos, sino que también un aislamiento –el de la niña de su casa- que la llevó a ver la vida desde el balcón, a veces insoportable, de la soledad.
Sin embargo, el amor a sus padres, la sumisión, esa pasión enfermiza de posesión y sobreprotección que le brindaron, a la que tuvo que responder en silencio, sacrificando las propias expectativas, un día de pronto, cesaron. El fallecimiento de ellos, la dejó sola, sin nada más allá de la relación familiar...pero con nada suyo. Nada, auténticamente suyo. Ni siquiera a sus sobrinos, esa bendición de la Providencia a quien Dios no le da hijos, pudo tenerlos a tiempo completo como hubiera querido. Sus hermanos hicieron su vida, y construyeron su propio mundo más allá del suyo. Volcó entonces su pasión por las mascotas, y todo el amor que tenía para dar, lo resumió en animales sumisos, cariñosos...a quienes trata como sus hijos, quienes ni le reclaman, ni le imponen...y desde ellos, construye lugares para su amor, frustrado, constreñido, asfixiado, en ese grito de sobrevivencia que –a veces- necesitamos oír retumbar, si bien no de la garganta del ser querido, si de la mascota cariñosa que nos recibe celebrando nuestra llegada.

- ¿Sustituye una mascota el cariño de un ser humano?
Quienes no podemos ufanarnos de haber tenido en demasía el llamado cariño humano, sentimos el de nuestras mascotas como más honesto, más sincero. En ellas podemos volcarnos, sin temor a que nos traicionen. Ellas nos contradicen, se oponen, incluso se rebelan...pero no traicionan. Solo piden cariño por cariño. Y son capaces de mostrar una fidelidad, que ni las personas que más dicen querernos la tienen.

- Como compañía ¿suple una mascota...la compañía de un hijo?
Definitivamente no, aunque yo no tengo hijos. Pero siento que las mascotas cubren su ausencia. Cubren sus espacios. Cubren sus afectos. Si bien no puedes verlos crecer, hablar, compartir...hay una comunicación fluida, un compartir de cosas que llenan y cubren espacios. Yo creo que quienes volcamos nuestro amor en los animales, es porque no tenemos gente que nos quiera como ellos...salvo los niños, que vuelcan otro amor, otro interés en estas criaturas. En los adultos, ellas suelen llenar el sitio de la soledad, y si bien no ocupan lugar en nuestros sueños, si lo hacen en nuestras vidas, en nuestra preocupación, en nuestro placer…en el umbral hermoso de la incondicionalidad.

- ¿Una mascota es una excusa de soledad, una culpa paterna o materna, la consecuencia de la tristeza...o aquello de a falta de pan buenas son tortas?
Quizás un poco de todo. No es lo mismo una mascota en la niñez, que mascotas a mi edad. En esta etapa de la vida, las mascotas pueden llegar a serlo todo. Una excusa para esa soledad que atormenta y nos hace llorar en silencio. Sobre todo cuando vemos a los otros con hijos, nietos, riendo y planificando y a nosotros solos, sin una sonrisa en la mañana, sin un calor en la noche, sin una compañía en el día; sin hombros que nos apoyen en la dificultad, sin manos que nos ayuden a labrar el camino, sin la ternura del afecto entibiando nuestra almohada.....una culpa paterna o materna, porque algo nos negaron, algo nos faltó que buscamos en los no racionales...alguna pichirrez de cariño quedó de seguro en el camino…algún exceso de intolerancia, alguna carencia de comunicación...algo.

- ¿Prefieres a los perros que a tu familia? ¿No es eso consecuencia de la rabia?
Consecuencia de la tristeza, tal vez. Solo la almohada sabe de las lágrimas de quienes envejecemos solos. Solo el corazón tiene huellas, de este ocaso no compartido. Solo la nostalgia sabe del otoño sin compañía.
Y a lo mejor todo eso, reunido en aquello de “a falta de pan, buenas son tortas”.
Lo que pasa es que cuesta aceptarlo, y lo peor, que muchos nos critican nuestro amor a las mascotas. Pero ¿quiénes lo hacen? Los que no se detienen a pensar que ellos tienen sus afectos completos. Los que nos juzgan sin sentarse del lado nuestro de la acera. Los más mezquinos. Los que tienen hijos, parejas...y critican que falta de ellos, nosotros tengamos que conformarnos con un perro, un pájaro o un gato para los días de frío...o cuando el dolor embarga. Hay quien me dice que “huelo a perro”…y bien, sí. Huelo a quien me acompaña. A quien me entiende. A quien se alegra con mi compañía. A quien me agradece por la comida, por el cariño, por el paseo, por la atención, por el cobijo, por la presencia en su enfermedad. Por quien no pretende cobrarme nada por su afecto. Por quien no tiene facturas de amor a la mano.

- ¿Cambiarías tus mascotas por algún afecto humano?
Hoy para mí, creo que es tarde. Pero hace unos años lo hubiera hecho con los ojos cerrados. Solo sabe de soledades, quien está solo. Solo sabe cuán caliente es el agua, quien le mete la mano...los demás, desde afuera, solo tienen una referencia. Yo tuve afectos, y por mamá los dejé. Hoy, con mi experiencia, no sé si los hubiera dejado. Los padres, y mira que tengo 65 años, son a veces demasiado posesivos. Solo quieren a sus hijos, en la medida en que sean como ellos sueñan que sean. Todos aspiran a que los hijos se sacrifiquen por las madres, sin percatarse que a veces, en ese sacrificio se les está yendo la vida. Todos esperan que aún con familia nueva, todo gire en torno a ella. Que uno deje cualquier cosa, cuando ella llame. Que primero ella que todo...sin nunca preguntarse que uno siente, o piensa, o padece en determinado momento. No, hay que dejarlo todo cuando ella nos requiere. Por ello hoy ni tengo madre, ni tengo a nadie, tan solo estos animales que me acompañan, para mortificación de mis vecinos...pero para una gran satisfacción en el sitio de mi amor.

- ¿Te llorarán tus mascotas, te cuidarán en la pena?
No me llorarán...ya me lloran. Me lloran cuando no estoy. Cuando estoy lejos. Me acompañan en silencio cuando estoy molesta o triste...conocen mis estado de ánimo, y los advierten. Es más, hasta los comparten.
Me adivinan en mi ausencia, me presienten a mi llegada, se contentan con olerme...y a cambio, solo me piden un poco de cariño.
A lo mejor no me cuidan en la pena, o en la enfermedad...pero no porque no quieren, solo porque no pueden.

- ¿Te sientes realizada? ¿Es ésta la vida que te complace?
Me siento serena. En ese estadio en que la vejez se asoma, acompañada. Con el afecto que pude encontrar. Con la compañía que pude conseguir. Creo que nadie, o muy poca gente, a esta edad mía se sienten complacidos con lo que tienen. Soy sola, independiente, y en casa siempre me espera alguien a quien le hago falta...que ya es mucho decir. No sé si a muchas que tienen maridos, hijos y nietos, las espera algo así.

- Entonces, ¿no es tan malo aquello de “vida de perro”?
Depende de quiénes sean los perros....así como de quiénes sean los hijos. Porque hay hijos que tienen vida de perros....y perros, como los míos, que tienen vida de hijos.

Su soledad, le trajo claridad. Esa libertad íntima para escoger a quién amar. Ella, destruyó los límites que le crearon. Venció los fantasmas del otoño y el ruido de la soledad. Se construyó un mundo ajeno a partir de la carencia de uno propio. Quizás más simple, menos ortodoxo...pero más honesto y más querido, siempre desde su perspectiva. El amor en el ser humano, es un sentimiento –definitivamente- para ser compartido. Más allá de la relación común, más allá del convencionalismo social, más allá de las querencias filiales. A falta de espacios construidos en la ortodoxia, la vida te presenta la posibilidad de otros espacios, menos convencionales, más heterodoxos...pero siempre, prestos a silenciar el ruido en el sitio del afecto. Envejecer en soledad, es como envejecer dos veces. El frío sin cobija, es como un castigo adicional. Por ello, para algunos, una vieja frase sigue siendo una justificación de vida, más allá de lo anecdótico, más allá de lo complementario...”mientras más conozco al hombre, más amo a mi perro”.

0 comentarios: