Lo Que Yo Padezco

(Publicado el 14.02.07)
LO QUE YO PADEZCO
MAS QUE UNA ENFERMEDAD
ES UN TATUAJE SOCIAL

Por: Lic. Víctor M. Barranco C.

Tenía una vida por delante. Una profesión reconocida. Una mujer que, en silencio, comprendió su paso por el desierto y lo llenó de afectos, de entendimiento, y quien sabe si de comprensión. Tenía el respeto de la gente, de sus hijos, y la tormenta interna de una pasión secreta que le habría sembrado la muerte, en alguna tarde de afectos y calideces socialmente indebidas. Pocos sabían de la inconformidad con su género. Más allá de la debilidad o de la perversión, había inclinaciones que él suponía naturales, imposibles de justificar con su rol, su especie, su actividad diaria...sus hijos.
En medio de la tormenta de saberse enfermo sin retorno, del riesgo de sufrir un tatuaje social más grave que el padecimiento físico, prefirió adelantar la muerte, antes que morir en vida como castigo injusto a sus hijos, a su prestigio, a la mala suerte.

- ¿qué sientes?
Toda la humillación del mundo. Pero sin culpas. Miro dentro de mí, y de verdad que no hay vergüenzas. Quizás arrepentimiento. Quizás el no haber hecho cosas y tomar previsiones a tiempo. Pero no hay culpas, ni lástima... solo una gran rabia por saber que voy a morir en el momento menos indicado.

- ¿Cómo te enteraste que tenías Sida?
Esta es mi segunda recaída. La primera vez, una diarrea pertinaz, unos hongos en la boca, problemas en el aparato respiratorio...y esa sensación de que me podía tocar, me llevó a realizarme unos exámenes, donde salí positivo.
Ese día, me pasó de todo por la mente. Mi esposa, mis hijos, el qué dirán...el de mis amigos y el de mis enemigos. La vergüenza de mi familia, la responsabilidad de mi mujer, quien había soportado mis otros afectos con la discreción de una compañera solidaria, con el silencio de una amiga cómplice y con la disposición de una madre dispuesta a realizar un sacrificio más por la unión de su familia. Me pregunté sobre el tiempo de vida que me quedaría. Sobre si era un castigo divino, el haber faltado a las reglas naturales de la relación de pareja. Si el sexo contra-natura más que un problema cultural era también el beneficiario de un castigo maldito por lo que hacía con mis relaciones homosexuales, más allá de mi compromiso de pareja... pensé muchas, pero muchas cosas.
Me traté con un médico amigo, guardé el secreto y éste comenzó a señalarme cada noche, a través de ese intermediario a veces cruel que es la conciencia.
Luego, entré en una nueva etapa profesional de mi vida, con más reconocimiento, con más aceptación, incluso con más salario...mejoré mis condiciones físicas, y descuidé el tratamiento para paliar mi situación.
- ¿Cómo fue la recaída?
Justo, en el momento de mi mayor éxito profesional, cuando mis hijos comienzan a graduarse, cuando recibo la bendición de un nieto...me repite la diarrea pertinaz, esta vez haciéndome perder casi treinta kilos en apenas un mes.
Ya hay rumores sobre mi identidad sexual, e incluso más de un irreverente lo señala de manera pública tratando de castigarme… quizás sin saber, que el mayor castigo frente a todos era el que después de mi primera recaída haber vivido mi propia muerte, ahora con la segunda, comenzó a morir lo que me quedaba de vida.
Me he inventado un cáncer de estómago, un parásito, una diabetes… en fin, cualquier suerte de dolencias capaces de justificar una sintomatología por demás evidente y descubridora de lo que tengo para cualquier individuo de modesto conocimiento.
- ¿y los amigos, las otras relaciones?
Con miedo. Tratando de esquivarme. Sintiéndome culpable de cualquier riesgo o eventualidad que ellos pudieran sufrir. Rechazándome en voz alta y haciéndose eco de los rumores de mi enfermedad, solo para evitar que confirmen que ellos tienen las mismas debilidades mías, que padecen las mismas pasiones, y cuidado..si la misma enfermedad.

- ¿y los hijos?
Amándome desde el fondo de sus corazones, desde lo más íntimo de sus vidas. Cuidando mi memoria, respetando en silencio lo que adivinan. Comprendiendo este saco de debilidades que solo tuvo fortalezas a la hora de educarlos. Siguiendo el camino trazado, por encima de las acusaciones. Comprendiendo, perdonando, y haciéndome creer que aceptan mis razonamientos sobre las otras enfermedades que encubrían la verdadera.
Me abrazan y lloran en silencio..y en cada lágrima de ellos siento una culpa que no puedo evadir...al final de mi vida los he hecho reos de mis debilidades...pero también protagonistas de sus vidas, y si bien en lo privado hay epitafios difíciles de justificar para ellos, en lo público les dejo un reconocimiento y un respeto que sé, saben valorar.
- ¿y la esposa?
Llena de grandeza. Con muchos problemas al principio. Con las dificultades y críticas justas cuando se enteró...pero con la valentía de sentirse amiga y compañera. Mujer a secas, más allá del consabido calificativo de “mi mujer”. Convertida en amiga, asesora, consultora, madre de mis hijos...una relación de pareja, que prescindió de la intimidad después de la tormenta…pero que en medio de la borrasca consiguió estadios donde ella protegió inteligentemente la familia, este saco de debilidades y pasiones incomprendidas.

- ¿por qué no lo asumes y ayudas a otros a no correr riesgos?
Lo pensé, pero no tengo la valentía para ello. Nadie me lo va a perdonar. Y voy a someter a mis hijos a una pena mayor, sin necesidad. Por el contrario, creo que debo apurar la partida. Mientras menos se enteren de mi debilidad y mi padecimiento, menos sufrirán ellos. Espero que por lo menos les quede la duda, que puedan respetar al hombre que si en vida no pudo acabar con sus debilidades, fue capaz de convocar a la muerte para hacerlo.
El sida más que una enfermedad es un tatuaje social, un doble padecimiento, una enfermedad que genera culpas, señalamientos y depravaciones que en la mayoría de los casos no existe.
El Sida ha sido satanizado, y con él, padece no solo el enfermo, el contagiado, sino que también el entorno…y de verdad creo que no debo hacerle más daño a mis hijos que el hasta ahora causado...por ello debo aligerar el paso. Pedirle a la noche que venga. Sentir la tierra convocada por mí prontamente. Escoger el camino y no sentarme a esperar que me vean cadavérico, inútil y hecho despojo en la espera del tránsito natural.
Las enfermeras y los médicos comentan tu enfermedad en ese tono de secreto que invita a su difusión, y preguntan, con dejo de inocencia pero intención de juzgamiento a quiénes te quieren, sobre la sintomatología que padeces, para decirte que se enteraron que algo le estás ocultando.
En fin, el sabor de la crítica en el padecimiento ajeno.
Por ello, creo que no estoy vivo...solo camino a la muerte.

Lo dejé. Supe luego que incumpliendo los tratamientos y evadiendo las dietas recetadas, logró que la muerte atendiera la convocatoria.
Ninguno de sus amigos públicos o sus parejas secretas le acompañó en el tránsito final. Tenía razón él, cuando señalaba el miedo a exponerse, a pasar el tormento por él vivido.
Sus hijos, recibieron el reconocimiento y el respeto a la vida pública a la que se había dedicado con éxito. Pocos repararon, salvo morbosos y vengadores, en otra cosa que los éxitos en vida de a quien despedían por última vez. La esposa descansaba de una carga que supo llevó exitosamente a buen puerto.
Después solo el silencio. Un ambiente de críticas, sanciones y perdones flotando por igual entre quienes advierten, aunque sea en las almohadas de sus cuartos, que muchos o casi todos tienen una doble moral. Alguna vivencia de la que son incapaces de aceptar en público.
Cuando me enteré de su fallecimiento, entendí que la libertad del hombre a veces se reduce solo a encontrar la penitencia suma, a las culpas que siente carga consigo...en ese apurar la muerte.
.Aunque con ello no borre, nunca, el daño que pudo haber hecho.
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