Un Niño Especial

                                                                                          (Publicado el 07.03.07)

UN NIÑO ESPECIAL
ES UNA ANGUSTIA DE AMOR
QUE PRODUCE GOZO


Por: Lic. Víctor M. Barranco C.


La miro jugar con su niño, y si no supiera su verdad, pensaría que es una familia igual a las demás. Miro a sus ojos, y allí veo toda la esperanza del mundo. El reflejo de las sombras apartándose, para darle paso a esa fe capaz de sentir que, por encima de las dificultades de su hijo, por encima de las carencias, por encima de las desigualdades, ella va a lograr darle una vida igual a la de los demás. Un hijo discapacitado, si bien es un manojo de preguntas al principio ¿por qué a mí? ¿qué hago? ¿cuánto va a sufrir? ¿qué va a pasar cuándo yo no esté?...es luego, sin dudas, un abanico de decisiones.
Pregunta a Dios, ¿por qué a ella?..y a veces hasta duda de su bondad. No entiende por qué un inocente, venga a sufrir penas sin tener ninguna culpa. Por qué un niño, al nacer y sin nada que pagar, tenga que sufrir una pena injusta.
Por ello, inventa felicidades donde los demás adivinan borrascas fuertes. Se siembra de decisión y alegrías, donde los demás presienten angustia y flaquezas. Aprende a llorar a solas, y en medio de esa lágrima producto de alguna impotencia o de alguna debilidad, recoge voluntades para compartirlas con quien fortalecerá no solo su ánimo y su carácter, sino que también su relación de pareja, irónicamente, a partir de esa “debilidad”.

- ¿Eres feliz?
Muy feliz. No le puedo negar Licenciado que a veces lloro, que a veces me pregunto y repregunto cosas, y hasta se las pregunto a Dios... pero cuando lo veo a él, a mi niño, a este pedazo de mi hecho todo ternura, a esta carne mía multiplicada que me muestra la grandeza de Dios en cada abrazo… esa sonrisa, a ese mundo mágico en el que me introduce cada vez que me abraza o me besa, siento que estoy llena de bendiciones. Que la vida no consiste en disfrutar solo las cosas buenas que tenemos, sino en valorar lo que tenemos, y cómo lo tenemos. Aunque a veces no sea del todo como hubiéramos deseado.

- ¿Qué pensaste cuando te dijeron que tenías un hijo discapacitado?
Lloré. Lloré mucho. Tenía la ilusión de mi primer hijo. Soñaba con su primera sonrisa. Su primera mirada. Y de pronto, los regalos, las flores, y el rostro de quienes me visitaban en la clínica fueron una mezcla de alegrías y tristezas que me hicieron flaquear, dudar, preguntarle a la vida por qué de algo que yo sentía no me merecía...
Lo veía, y pensaba de lo que se iba a privar. Ni deportes, ni la pelota que la había comprado su papá. Ni juguetes, ni estudio, ni paseos, ni bicicleta, ni carro en su adultez, ni título, ni grado, ni matrimonio, ...qué se yo, muchas cosas pasaron por mi cabeza... una mezcla de lo bueno y lo malo, en tercera dimensión. Un adivinar de calamidades. Un presentir de frustraciones. Un ser distinto, que iba a necesitar de demasiados esfuerzos para poder ser feliz..y lo que era más grave, para poder atenderse solo, llegado el momento.

- ¿Cuándo y cómo saliste de esa primera impresión?
Rápido. Mi esposo, mi familia, mis amigos, y sobre todo mi hijo me mostraron el camino. Comencé a investigar, a aprender, a ver otros casos, a saber que un hijo es un hijo..y punto!!, sin apellidos, sin diferencias..me dispuse entonces a encontrar vías alternas de desarrollo para él, y comencé a dar los primeros pasos hasta que...

- ¿Hasta qué?
Hasta que pasas de nuevo por el tormento. En la calle, todos te miran con curiosidad. Algunos con desprecio. No consigues un instituto donde ponerlo a estudiar. El rechazo y las puertas en las narices, cuando te recuerdan que “él no es igual” te presentan el segundo estadio de las culpas. ¿qué hice, o qué no hice para legarle a mi hijo en vez de alegrías, la tristeza del rechazo? ¿será feliz? ¿vale la pena el esfuerzo que estoy haciendo? ¿por qué los demás no entienden?... y entonces te llenas de rabia de nuevo, de impotencia... pero esta vez no por ti, sino por él, por ese hijo a quien has comenzado a llevar a socializar, que sabes que puede aprender, que ha dado sus primeros pasos en la búsqueda de ser un niño a secas, sin adjetivos odiosos o excluyentes...para volver a llorar, y en la almohada, en el abrazo de la pareja, en la comprensión de quienes nos quieren tomar prestada las fuerzas para seguir adelante, en el entendido, que ahora no estoy sola con mi marido y mi familia pasando este trecho de angustias... sino que desde este momento mi hijo, comparte con nosotros sus propias debilidades en el juzgar curioso y a veces falsamente compasivo de los demás...pero también en cada logro, en cada gesto, en cada meta alcanzada, en cada palabra nueva, en cada sonrisa esgrimida que nos reafirma cada hora que allí hay una vida que puede ser igual a otras vidas, solo que con un poco más de esfuerzo… y entonces descubro los trofeos a lo vivido, las flores que podemos ir recogiendo, el sol resplandeciendo, y un cuaderno manchado de colores capaz de ser testigo de una vida como aprendizaje.

- ¿Piensas en el futuro, cuándo no estés?
Pienso, y no le puedo negar que a veces me da miedo. Pero siento que le voy a dar las herramientas, que mi Dios me va a permitir estar con él, hasta que se labre una vida. Que hay una familia, unos amigos, un entorno...y espero que después unas leyes, y unos centros educativos más humanos, capaces de terminar lo que él, mi esposo, mi familia y yo comenzamos juntos. Porque no olvides que, detrás de cada colina… siempre hay un llanito. Detrás de cada chaparrón, siempre hay un sol resplandeciente.

- ¿Vas a tener más hijos?
Por el momento, no. Quizás más adelante. Mi hijo requiere mucho de mi ayuda en la actualidad y debo dedicarle mucho tiempo. Un hijo no puede ser consecuencia. Un hijo es la causa de muchas cosas. Debe ser no solo producto del amor, sino que también de la responsabilidad. Que pueda contar con un ambiente hermoso, pero también con la dedicación necesaria de sus padres. Hay que ser responsables con una vida que se trae al mundo. Por ello, cuando pueda compartir mi tiempo, seguramente tendré otro hijo.

- ¿Temes a que sea también discapacitado?
No. Ni temí antes, porque no me lo esperaba, ni temo ahora cuando se cómo sacarlo a flote. A estas alturas de mi vida, mi único temor, es que muchas madres no sientan lo que yo siento, y se avergüencen de sus hijos. Mi único temor es que algunas parejas con niños discapacitados, piensen que eso es algo para ser tratado solo en familia. Que no salgan con ellos, que los confinen a una cárcel en sus propias casas. Que no los estimulen, que no los enseñen a enfrentarse con la realidad, ésa que los va a ver como cosas raras, pero que también en algún momento los va aceptar… Sí, tengo temor por otros niños que, a diferencia de mi hijo, les sea negada la posibilidad de acceder a la vida plenamente. Al abrazo de siempre, a ser tratados como los demás niños. A quienes se le ha dado el calificativo de “especial”, pero transitan la pena de no poder serlo, sino en el estricto ámbito de las cuatro paredes a las que algunos padres, lo han confinado.

Veo a su hijo, y entiendo lo que es capaz de hacer un padre y una madre cuando la voluntad está por encima de las propias carencias. Veo al hijo, y en su sonrisa adivino que conoce la felicidad, aún más allá de las propias limitaciones. Veo a la familia compartir con él, y entonces uno entiende ese vínculo hermoso del amor, capaz de arrebatarle sonrisas a las malas situaciones.
Hablo con el niño, me abraza, me besa, y como padre y abuelo entiendo cuán fácil es corresponder al afecto, cuando éste está sembrado más allá de la lástima. Más allá de la formalidad. Más allá de la pose simple. Veo su sonrisa, y en ella adivino a Dios, en su bondad y sabiduría. Le escucho, y entiendo que la alegría no tiene límites. Que el amor puede derribar los más altos muros. Que en un hogar feliz, no hay más limitación que el que sus integrantes pongan.
Se despide, como todo un caballerito formal. Dejándome en el sitio del afecto, una de mi más contundentes lecciones. Me da su mano, y me llena de razones para cantar por la vida. Para sembrar de golondrinas, cualquier inclemente verano. Para aprender que en cada color, hay un mundo de ilusiones. Para leer en su sonrisa, lo mejor de la creación. Para entender muy de cerca que un niño especial es, una angustia de amor…que produce un honesto y cálido gozo.

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