Madre solo hay una

(Publicado el 09.05.07)

Madre hay solo una
hasta que los hijos se enamoran


Lic. Víctor M. Barranco C.



Tiene en la memoria, asiento para los chaparrones. Hace tiempo que en sus ojos no anidan arco iris. En su cara, las huellas de todas las tristezas, y las marcas de todas las sonrisas. En el ocaso de su vida, ha perdido parte de los recuerdos, de la alegría, y hasta de la calidez de los hijos...los que se fueron, cuando ya no la necesitaron. Fue padre y madre. ..amiga y cómplice, pero nadie se lo reconoció. En el arco de sus brazos, hay ausencias que laceran la felicidad y la riegan de esa nostalgia que humedece los ojos con suavidad, pero que desatan furiosas tempestades del lado de adentro con inusitada frecuencia. Allí donde duele para uno mismo. Donde el ahogo y la angustia, no pueden ser compartidas. En sus horas de este envejecer virulento, no hay cariños que satisfagan ni suavicen la pena. Ya no echa bendiciones, no porque no quiere, sino porque no tiene a quién. Nadie toca en su cuarto en la noche arrastrando su cobija y buscando un lado en el regazo de la madre ante la embestida del miedo …a nadie le sirve un vaso de agua, como lo hizo tantas veces a media noche. Ya no está pendiente de enfermedades o travesuras, aunque quisiera…ni pasa la noche en vela celando el sueño de algunos de sus ya crecidos y adultos pedazos de su amor. Tampoco a ella nadie la atiende. Está en un rincón de la vida, en un recodo del calendario, en esa especie de hueco hostil en que el abandono nos coloca, cuando el amor se marcha. O simplemente, se desentiende.
Hoy, es solo un saco de soledades, que recuerda.
Una mirada opaca, que ve fantasmas y dibuja ausencias.
Una memoria maltrecha que habita un camposanto arenoso, en el que a punta de sacudones conserva todavía un espacio.
Ha visto volar sus pájaros, sin que siquiera se hayan despedido de ella antes de emprender el vuelo. Es un mar de recelos, una montaña de silencios.
Ha empapado con sus lágrimas su cama, su almohada, su vestido, sus amaneceres, su atormentada vigilia, el poco de piel que aún abriga sus huesos.
Lleva consigo, como escuálido equipaje, la ternura recogida en los sueños y vaciada en ese trajinar de hospitales y drenajes, que en medio de su desdicha son hoy la negación, al menos para ella y para los hijos que se fueron, de eso que… madre, hay solo una.

- ¿Qué espera para el día de la madre?
“Qué voy a esperar m´ijo….nada, absolutamente nada; si acaso un momento más para recordar mi tristeza. Ese día lo deberían quitar. Pero no por mí, que a veces ni siquiera me acuerdo de él, sino por las otras madres, las que tienen sus hijos, y reciben el reconocimiento de éstos solo ese día. Yo creo que el Día de las Madres no es sino un día para que los hijos justifiquen el olvido a su mamá por el resto del año. Es una especie de rincón obligado del afecto. De ratico de compromiso. De parpadeo de amor. Cumplen ese día, y está bien; con eso se sienten satisfechos....con ello piensan que cumplieron y ya…y eso no debe ser. Ese es un día comercial que a muchas recuerda que algunos hijos y parejas, solo nos ven como sus servidoras domésticas..y en vez de regalarnos atención personal, nos regalan una plancha, una lavadora, unos platos..como para que no olvidemos cuál es nuestro deber, y desde qué óptica nos miran…cuando con una flor, con un abrazo o con solo un beso estaríamos colmadas. Cuando con una llamada al día, un gesto cariñoso, o una visita inesperada, nos sentiríamos las mujeres más felices del mundo”.

- ¿Madre hay solo una?
“Si. Pero no solo la que pare. Si no aquella que cría, que se sacrifica, que enseña, que acompaña, que tolera, que padece, que divierte, que sana, que atiende, que se desvela, que juega, que amamanta, que cocina, que barre, que toñequea, que enternece, que educa, que hace las tareas, que alcahuetea, que es cómplice, que se enfrenta al padre, que es hombre y mujer……”

- ¿Desde cuándo no ve a sus hijos?
“Hace ya muchos años. Se casaron, y me fueron peloteando de casa en casa. Hasta que entendí, dónde estorbaba más. Solo les serví como cocinera, como cuidadora de sus hijos...como conserje de su casa..como enfermera en momentos críticos…pero no como mamás en el sentido más cariñoso de la palabra. No en esa relación de amor y atención que uno espera sea a doble vía. Ni con esa atención, dedicación y sacrificio que uno aspira compartir en familia.
Y los entiendo. Uno cuida los hijos pensando que algún día ellos van a velar por uno, pero después que se casan o se arrejuntan, ya la familia es la mujercita o el hombrecito y los hijos... es allí cuando las mamás, pasamos a un segundo lugar. Y cuando opinamos o criticamos, nos reprenden o nos miran con esos ojos como de indulgencia…como diciéndoles a sus hijos, a mis nietos, bueno…qué más, hay que calársela.
Un día traté de opinar sobre el noviecito de una de mis nietas, y entonces me dijeron de todo, desde vieja retardataria, hasta entrometida. Dígame el día que los sorprendí besándose y se me ocurrió regañar a la nietecita..casi me pega.
Cuando llegó mi hija, me exigió que no me metiera en la educación de sus muchachos...yo, que los había criado. De allí en adelante, esa nieta, por lo menos fue mi enemiga, y el hombre de mi hija que nunca me quiso...tuvo excusas para hacerme la vida de cuadritos...hasta que me fui.
Me fui de la casa que me dejó mi marido, y de la que ellas se apropiaron. Imagínate, empecé a estorbar en mi propia casa, y a mis propios hijos”.

- ¿La buscaron? ¿trataron de hacer contacto con usted?
“Solo en mis sueños. En lo más profundo de mis deseos. Fueron muchos los días que los esperé. Hasta ensayé unas palabras de perdón y arrepentimiento. Una promesa de no meterme en nada más, solo con la esperanza de que me llevaran con ellos. Pero fue en vano, nadie apareció. Me fui casa de un hijo recién casado. El mismo que me decía que yo era su todo....hasta que un día me enfermé, y la mujercita le dijo que ella no se había casado con él para cuidar viejas...que con cuidarlo a él tenía. Que quería disfrutar su matrimonio y yo con mis achaques no los dejaba. Que de pronto yo andaba en bata en la casa, y podía llegar una de sus amigas y qué iban a decir. Qué, que va mi amor….que o corregía el asunto, o ella no le daba mucha vida al matrimonio”.

- ¿Y la botó él de la casa?
“No, no me botó...pero no hizo nada por que no me fuera. Creo que sintió que se quitaba un peso de encima, el día que me fui. O a lo mejor le dolió, pero le dolía más perder su pareja. En todo caso, nunca me lo dijo”.

- ¿Usted cree que el hijo o la hija deben querer a su pareja solo si no incomoda a su madre? ¿qué es verdad que uno debe casarse también con la familia?
“No yo no creo éso..ni lo pretendo. Pero tampoco lo contrario. Yo sé lo que es la nueva familia. Pero, dígame ¿a quién acudimos los viejos cuando ya no podemos valernos por nosotros mismos?? ¿no tenemos derecho los padres a exigirle eso a los hijos??? ¿será mucho pedir que nos complazcan, que nos toleren, que nos entiendan…un poco más allá que un día al año???
Es posible que yo esté prejuiciada. Es posible que todos los hijos no sean tan remalucos como los míos…pero aquí hay mucha madre abandonada. Mucha madre que no tiene a quien echarle la bendición. Mucha madre de quien se acuerdan solo cuando repican las campanas. Y una mayoría a quien solo la visitan y la miman un día al mes…y que con un regalo o una comida un día al año, deben sentirse plenamente satisfechas. Con ese ratico, muchos hijos sienten que ya cumplieron”.

- ¿Qué hizo cuando se fue de la casa de su hijos?
“Me fui donde una señora, viuda también, que alquilaba habitaciones...para acompañarnos las dos en nuestros lamentos. Tú sabes que los mochos se buscan para rascarse.
Allí, estuve un año, hasta que murió...y su familia, me dijo que necesitaba la casa para venderla pues había dejado algunas deudas que ellos no podían cancelar, que no iban a alquilar más habitaciones, que si el pato, que si la guacharaca...y comencé de nuevo el peloteo; hasta que me recogieron estas hermanitas, y me dieron el cariño y la atención que mis hijos me negaron...pero solo después de vieja, porque cuando niños, siempre andaban conmigo.
Yo me pregunto a veces si es verdad que la vejez es cruel como suele decir una amiga mía; o simplemente, que no podemos exigirle a los hijos atención, por encima de sus nuevas familias. Yo me he llegado a preguntar, ¿el papel de mamá termina cuando el hijo se casa? ¿ después de viejo hay que arreglársela como uno pueda?...que mamá es todo pero solo cuándo nos necesitan, que después de la pareja, mamá es solo para visitar, y de lejitos? Que bien bueno el día de la madre, pero el resto del año…si te vi, no me acuerdo??”.

- Y ¿qué se responde?
“Que mamá es buena hasta que hay otro amor en la vida de los hijos. Que por más que la quieran… la esposa , el esposo y los hijos, van delante de nosotros, y que si la mujercita o el hombrecito los pone o las pone a escoger..entonces, mamá, a hacer maletas que estorbas. Y no es solo de viejos. De joven, cuando llegan a la adolescencia comienzan a rechazarnos. A esa edad los amigos son más importantes que los padres. Después las novias y los novios…después, como es ley natural, sus propios hijos. Y así uno poco a poco va quedando relegado a un segundo plano…a este día al año. A este rato en el que algunas madres cocinan, a otras llevan a comer….pero que muchos no se ocupan por qué están tristes. Qué desean. Cuánto cariño tienen. Hasta que morimos. Allí quisieran recuperar el tiempo. A medir sus faltas. A sentir la culpa de la desatención..la que reconozco que no siempre es por mala voluntad, sino por dejadez”.

- Pero yo conozco a muchos hijos casados, que no han olvidado ni su amor, ni su responsabilidad, ni la consecuencia con sus madres...
“Si, yo también conozco. Pero averigüe y verá que les dedican menos tiempo que el que podían dedicarles. Que pocas veces hay gestos de cariño, y sí muchos de reprimenda, de regaños, de corrección. Que no las llevan si no a donde no incomoden. Que una llamada telefónica es a veces, la única atención filial.
Aquí hay más de ochenta viejitas...pregunta, y después hablamos.
El amor de madre, no es nunca igual, al amor de hijo”.

Hablo con las demás ancianas, y cuando me miro en los ojos de cada una de ellas, el invierno es tan evidente, que prefiero tratar de encontrar colores brillantes para inundarles, aunque sea por un rato, el corazón de alegrías. Caminan despacio y con dificultad, se ayudan unas a otros, y en la soledad del sitio donde han sido acogidas, son las extrañas las que les otorgan la calidez que sus hijos, le negaron, o en todo caso en algún momento de su vida, justo al anochecer, le suspendieron.
¿Habrá que obligarlas a entender que el mundo de sus hijos grandes, no es el mismo que el que vivieron sus hijos pequeños....o tendrán que entender los hijos, que los años traen consigo pérdida de facultades, y “chocheras” que más que soportadas deben ser compartidas?.
Regreso al lugar donde sigue la viejecita, me acerco a ella, le paso mi mano por la cabeza...y siento, cuán importante es para ella el que en algún día, en algún rato, más que una mesada, más que un regalo, alguien le proporcione el cariño, la caricia que llegue a remover afectos, largamente esperados...esta vez, vengan de donde vengan.
Cuando la sequía es larga, cualquier lloviznita, inunda gratamente el lecho de la aridez.
Cuando las ausencias son eternas, cualquier asomo, rellena el espacio.
Cuando se tiene un hijo, cualquier hijo –en su ausencia- es un hijo tuyo.
Porque, cuando los hijos se van...se cierra en ellas y para siempre, una compuerta de amor.
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