Allí me dijeron

(Publicado el 23.05.07)

Allí me dijeron
Que mi barriga
No eran Lombrices


Por: Lic. Víctor M. Barranco C.


Cuando la vi, jamás pensé que a los Once años, pudiera tener ya la experiencia de un embarazo, un aborto y dos enfermedades venéreas.
Ella, a su muy corta edad, fue convertida en mujer, en objeto de la aberración, en la tragedia de una vida a la que le arrebataron la sonrisa, la inocencia, la confianza... a la que le habían arrugado la niñez... quizás para siempre.
En sus ojos, el brillo de la inocencia era un ausente por largo tiempo.
En sus cuadernos, ni dibujos, ni colores, ni fantasías. No conoció tortas de chocolate, ni fiestas de rosado y azul pastel, ni peluches, ni estrenos, ni Reyes, ni sueños, ni fantasías. En su piel, todavía la marca del asco, de la repugnancia, del miedo.. habitando con toda su fortaleza.
En su sexo, se habían desatado todas las violencias del hombre, cuando es la aberración acompañante obligada en el camino de la marginalidad.
En su cuerpo de niña, si bien es evidente la presencia de la ovulación prematura, las formas que pudieran incitar al deseo, no existen...fué víctima de un desalmado. De uno de ésos animales de camisa y pantalón que no han logrado domesticarse.
Se acostumbró a ver el sexo, cuando en su rancho de cuatro por dos, los hombres de su mamá, lo disfrutaban apenas a centímetros de donde ella dormía..con ella como testigo mudo, y a veces como actor obligado.
La promiscuidad, si bien la había hecho testigo asqueado de lo que debe ser un acto hermoso de entrega...le tenía reservado ser víctima, protagonista infeliz de una pasión que, limitando en lo irracional, que encharcándose en la aberración, le había lacerado de manera tal...que ya no había vuelta atrás.
No conoció el mimo, el cariño, el “tuna que tuna tuna”…la hicieron mujer a las trompadas, adulta en un ataque.
Ya no era la aspiración de la colita, del brillo, del juguete, del vestidito, de lo que usaban las compañeritas del colegio…alguien, le había manchado sus cuadernos...y destrozado su figura, su sueño, su frescura, su candidez de muñeca.

- ¿Cómo te llamas?
- “Joselyn, me contesta”.

- ¿Alguien te hizo daño?
- “No sé”. Verdad que no sé. Mi maestra dice que sí. Mi mamá dice que no. La Doctora poco me explica….y yo, la verdad que no sé.

- ¿Ibas a tener un bebé?
- “Si, pero la doctora me dijo que mejor era entregárselo a Dios. Que yo, a mi edad, debía tener solo muñecas para jugar. Que debía entender que no tenía edad para ello. Que mejor el bebé estaba en el cielo. Que Dios iba a reparar lo malo que me habían hecho. Que no me preocupara, que lo que me habían hecho tenía cura. Que a lo mejor ahora no lo entendía, pero que después –cuando grande- no solo lo iba a entender, sino que me iba a contentar de que así fuese”.

- ¿Y se lo entregaste a Dios?
- “Si, como me dijeron que tenía que hacerlo.. Llegué a una sala todo blanca, allí me pusieron una bata de papel sin nada por debajo; me dieron unas pastillas, y sentí unos dolores, así como retorcijones de tripa, me dolió la cabeza y después me quedé dormida. Cuando desperté, ya Dios había venido por mi bebé”.

- ¿Y cómo fue que esperabas a ese bebé?
- “A mi me violaron. Mi mamá me dejaba sola en la casa para ir a trabajar. Yo tengo un tío, hermano de mi mamá, que siempre que ella se iba a trabajar, venía. Me tocaba allá abajo, y me obligaba a que lo tocara yo también. Me ofreció plata para que me dejara hacer esas cosas, pero yo no quise. También me ofrecía juguetes, caramelos, helados, toda clase de chucherías si lo complacía....pero yo no quería y siempre me negaba. Aunque él, siempre insistía e insistía.
Me decía que si mi mamá lo hacía con su hombre, era porque lo quería mucho, porque era su familia…y entonces, por qué no lo iba a hacer yo con él que me quería más porque era mi tío. Que eso no era malo. Que además era sabroso. Que con el tiempo, me iba a gustar y yo era quien le iba a pedir a él hacerlo.
Así fue convenciéndome poco a poco.
Algunas veces me traía algún regalo, y otras, borracho me obligaba a hacerlo. Y si me resistía, me amenazaba. Y hasta me llegó a “jamaquear” cuando me negaba…aunque nunca me pegó.
Al principio solo me tocaba, y me pedía que yo lo tocara. Me besaba y me pedía que yo lo besara. Hasta que un día me hizo daño. Me dolió. Yo lloré mucho, y nadie me oyó. Grité y como si nada… nadie se enteró. Cuando se lo dije a mi mamá, no me creyó. Dijo que no era mi tío el que me había hecho daño, que debía ser Francisco, un amiguito que siempre me acompañaba al salir de clases. Que no le levantara calumnias a mi tío. Que él me quería mucho. Que me acordara de todos los regalos y comidas que traía. Que no fuera malagradecida. Que le debía obediencia y cariño. Que, cuidado y se ponía bravo, no volvía más, y no nos ayudaba con su dinero. Qué, “quién sabe que vagabunderías te están enseñando tus amigos, y ahora quieres venir a decir que es tu tío…a ti como que te gusta él!, la cosa como que es al revés, mira que hombre es hombre!”..no lo estés provocando, que macho caliente no respeta cuerpo de pariente”, me dijo más de una vez”.

- Y, ¿qué pasó después?
- “Al tiempo me comenzó a crecer la barriga, y un día mi maestra me preguntó qué me pasaba, sí era que tenía lombrices. Yo le dije que a lo mejor...yo había visto a mucho niño con la barriga grande y eran lombrices…aunque el tío siempre volvía, y ya yo sabía a qué venía..y cómo que me fui acostumbrando a que era una forma de demostrarle que lo quería, yo le agradecía por los regalos y por ayudar a mi mamá con la comida, y porque la defendía cuando el Negro que vivía con ella, le pegaba. Era el único que nos protegía. De verdad que llegué a quererlo. Al fin y a cabo, era el único que me hacía cariño… a su manera, claro, pero cariño”.

- ¿Pero nunca supiste o te dijeron que eso estaba mal??
- Un día mi maestra me preguntó si alguien me había tocado abajo…. me dio mucha pena, y no le dije nada. Comencé a llorar, y ella, a hablar de otra cosa. A cambiar de tema. A tratar de hacerme sonreír. Ese día como que adivinó qué me pasaba. Porque ella si sabe. Ella sabe mucho.
Luego, a la salida de clases me acompañó, caminó conmigo y entre cuentos y cuentos me volvió a preguntar...y así, muchas veces, hasta que un día me llevó a su casa a merendar.
Y qué bonito era todo en su casa. Sus hijos, ella, su hombre. Allí comí, me bañé, jugué, me reí y me puse un vestido lindo de una de sus hijas, que además me regaló…sin pedirme nada a cambio.
Así un día y otro, hasta que le conté lo que me estaba pasando y que yo entendía como un cariño y no como un ataque.
Me llevó donde una Doctora, me sacaron la sangre, me examinaron, me revisaron las partes y allí mi dijeron que la barriga no era de lombrices, sino de un bebé que tenía allí”.

- ¿Qué sentiste?
- “Nada. Igual como si hubiera tenido lombrices”

- ¿Hablaste con tu mamá?
“Yo no, la maestra. Y mi mamá le dijo que yo era medio loquita y medio embustera. Que su hermano no era capaz de éso. Que él me quería mucho, pero como padre. Que él era quien ayudaba a la casa. Que era imposible que él hiciera eso que yo había dicho hacía conmigo cuando ella no estaba.
Le hablaron de entregarle mi hijo a Dios y ella, que es cristiana, no quería.
Ella pensaba que yo podía tener a mi bebé, y ella iba a ayudarme a criarlo.
También le dijeron que mi tío me había enfermado. Con una de esas enfermedades feas que tenía mi hermano. Y ella dijo que a lo mejor me la pegaron en el agua, en el inodoro, en la escuela, ..pero nunca mi tío, quien casualmente, justo después de las gestiones de la maestra, quien incluso había dicho algo sobre ir a la policía y hacerle un examen de sangre a él para saber si era el padre del niño que Dios se había llevado…más nunca volvió al rancho”.

- ¿Te sientes triste?
- “Si...todos los hombres grandes que saben lo que me pasó, ahora me quieren tocar. Me dicen cosas feas, y me piden que le haga lo que le hacía a mi tío.
Habría sido bonito ser mamá a los once años.
Pero me dijeron que me habían aplicado un aborto, porque mi cuerpo no estaba preparado para tener un bebé. Que ello era lo mejor. Que arriesgaba mi vida si lo tenía.
Mi mamá, dijo que mejor. Que pensándolo bien, una boca más, es una boca más..y “esa hija mía es muy loquita para tener un muchacho”. A pesar que al principio, me había dicho que ella me ayudaría a criarlo… Me dieron ganas de llorar…pero, de verdad que creo que la maestra tenía razón. Y en todo caso, lo que hizo sirvió para que mi tío no volviera más.
La doctora me dijo cosas bonitas, y algunas mentiras…como si yo no supiera qué es el sexo.
Es que ella no sabe, que yo vi el sexo desde los seis años. En mi cama, mientras me hacía la dormida. En el vecindario, en casa de mis amiguitas. Con lo que me hacía mi tío. Con lo que me decían algunos hombres grandes cuando iba a la bodega. Además, no olvide que me embarazaron a los diez, y aborté casi a los once...así que yo creo que de eso se más que la doctora”.

La escucho, y siento que no hay vuelta atrás. Que quien le desgarró su niñez, se llevó en ese desgarro su vida toda. Que la aberración, el licor, la ignorancia, la enfermedad, la nauseabunda actitud que la hizo mujer a los empujones, le iba a cobrar más allá de sus once años.
Que no tiene ojos de niña, para uno asomarse y ver desde allí un mundo de fantasías. Que aceptó el cuento de la profesional de la medicina, pero que había corrido en esa materia mucho más que ella. Que a los diez años, supo la crueldad de una pasión mal administrada que más temprano que tarde le dejó un hijo nonato en medio de un amor confuso, una blenorragia y un herpes vaginal que, en medio de la soledad y suciedad que vive, seguramente se desarrollarán con consecuencias graves.
Una niña que es un grito a la vida, una alarma encendida en el sitio del amor de quienes todo lo tienen, una especie de testimonio salvaje de una vida trastocada apenas a años de nacida. Un espejo donde mirarse, cada vez que sentimos la injusticia en lo que nos pasa.
Ese charco turbio donde las pasiones traspasan el límite de la consanguinidad, de manera aberrante.
El pudor desconocido en medio de una orgía de placeres y excesos, confrontados en la misma cama casi por costumbre. El dolor, retratado en los ojos, el alma, en la vida, en los genitales, en el embarazo, en el aborto, en la herida de todos los días, de una niña de apenas once años... sin más culpa, que la de haber nacido, en el sitio equivocado.
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