Peleo con los Perros

(Publicado el 26.09.07)

Peleo con los Perros
Por alimento


Por Lic. Víctor M. Barranco C.

No tiene mañana. Ni le importa. Solo hoy es su preocupación. Su vida concluye cada noche, cuando al final de la jornada, unas veces puede darle de comer a su familia... y muchas otras, solo puede acompañarles en la fatiga que produce el hambre. En esa alarma que se enciende en su estómago varias veces por día, sin que pueda hacer nada para acallarla. No tiene nada que agradecerle a la vida. Muere cada día en cada desprecio recibido, en cada sueño incumplido, en cada fatalidad vivenciada. En sus manos, nada que recuerde la suavidad. Lo áspero, lo curtido, lo mugroso, tan solo evidencia el camino andado, unas veces a los tropezones, y otras, solo porque no existe otra manera de andarlo. Siente que tiene nombre, únicamente, para no ser ignorado por siempre. Deambula, entre la generosidad de los demás, y la habilidad para despertar –también en otros- la tristeza. No lo indigna la lástima, simplemente, vive de ella. La explota. Ha perdido la noción del respeto a sí mismo. Extravió hace mucho tiempo el metro del valor personal. No sabe de dignidad, solo indignidades signan su espacio vital. La autoestima es un estorbo cuando todos lo han abandonado. Padece la modernidad, cada vez que observa en el prójimo, lo que a él se le niega casi con ensañamiento. Lo más grave de ser pobre no es la carencia, es no poder optar, no poder elegir, tener que conformarse con lo que dejan los demás, o con lo que a otros no les sirve. Ser siempre el último a la hora del reparto. El recogedor de sobras. Tener que agradecer que le den, lo que quienes le dan…desprecian. Comer de lo que dejan, las sobras, lo viejo, lo que está dañado o a punto de dañarse y no poder protestar por su contenido, pues inmediatamente lo llaman malagradecido. Mirarse continuamente en el desprecio ajeno, incluso del de aquel o aquella que le da algo, pero con asco, tapándose la nariz. Con un no directo o disimulado, cuando a alguien que se dice generoso, le solicita pasar a su sala de baño para despejar sus entrañas. Con un callo en el alma, en la conciencia, para no molestarse cuando le ofenden en lo que le queda de amor propio… en ese vivir, solo para morir poco a poco lo que resta de vida, o de respeto. Por ello, algunos para sobrevivir, para seguir viendo el camino, solo requieren de la luz de los ojos de unos hijos, unos amigos, cualquier familiar, capaz de atenuar la resequedad en que escriben su vida, en medio del desierto.

- ¿Dónde vives?
- “Cerca de Santa Rosa. En un rancho con mi mujer y mis dos hijos. Allí duermo, pero no vivo. Allí están los cartones, el zinc, el banquito, los dos colchones rotos y sin sabanas, el pocillito de plástico, tres platos, unos cubiertos, un radio, cuatro sillas, una cocinita, unas velas y fósforos…lo que, sin ironías –solo las de mi propia vida- conforma mi hogar. ..donde, como le digo, solo duermo pues vivo en la calle, recogiendo latas, haciendo de ello un trabajo que a punta de sudor, sin hacerle daño a nadie, la mayoría de las veces me permite llevarle algo de comer a los muchachos. Hurgando en la basura, como los perros, y hasta peleando con ellos alguna sobra útil, algún resto, algo que pueda comer o vender”.

- ¿Qué edad tienes?
- “36 años. Pero parecen mil. Tengo días que duran meses y meses que duran años. No sabe usted lo largo que es el día cuando lo que se reciben son desprecios, y el hambre sacude el cuerpo sin compasión. Cuando el frío azota a los niños y lloran, y es solo el abrazo el que puede calmarlos porque no tenemos cobija, ni abrigos. O cuando alguna rata se mete y me los muerde, peleando literalmente con nosotros la comida...pues como nosotros, ellas se alimentan de los restos. O cuando alguno enferma y no hay como comprar las medicinas. Imagínese señor a su hijo llorando, y no poder hacer nada para aliviar ese llanto”.

- ¿Qué pasó con el trabajo?
- “Trabajaba en una tienda. Llevaba la contabilidad. Me despidieron porque las cosas andaban muy mal. Con las prestaciones di la inicial para un “Tico”, y comencé a trabajar como taxista… quizás fue mi mejor época. Pagaba el carro, comía bien, y hasta para un par de cervecitas me alcanzaba. Un día monté unos muchachos, me pegaron, me dieron dos tiros, y me robaron el carro. Hasta allí llegó la cosa. El seguro estaba a nombre de la concesionaria, porque estaba pagando el carro, y perdí lo que había pagado. Me quedé sin trabajo, sin carro y sin plata. Me botaron de la casita que tenía alquilada en Los Cerrajones. Mi mujer comenzó a trabajar en una casa de familia hasta que salió preñada. La botaron, y no la arreglaron. Nos quedamos los dos en la calle, y esperando familia. Barrí, corté grama, lavé carros, pedí... hasta que poco a poco me fui quedando sin hacer nada. Me enfermé de los nervios, y estuve hospitalizado. Mi mujer hizo lo que pudo hasta que me recuperé. Hice buhonería, hasta que llegué a este estado donde recoger latas, es la única posibilidad de llevar pan a mi casa que tengo...al menos por ahora”.

- ¿Y tu mujer?
- “A veces hace unas empanadas para vender. Pero la mayoría del tiempo no tengo con qué comprar los ingredientes. Somos una familia unida, mis niños son decentes. Tienen alguna ropita que me han regalado. Los enseño a leer y a escribir y cuando puedo los llevo al Parque Bararida. Aunque sea solo para que vean. Los llevo a la plaza de Santa Rosa cuando hay conjuntos tocando. El hecho de que uno sea pobre, no obliga a amargarle la vida a los muchachos”.

- ¿Y no has buscado hacer otra cosa?
- “Mucho, pero nada que consigo. Incluso un primo que tiene un negocio de frutería, me dijo que si las cosas mejoraban podía ir a trabajar con él… pero, por cómo repican las campanas, lo veo difícil. A veces lavo carros...pero por lo general con esta pinta de sucio, con este andar harapiento, muchos me sacan el cuerpo y aunque me necesiten, descartan lo que puedo hacer por ellos, y me dicen que después. Es que el hábito hace al monje, aunque no queramos. Pero cómo puedo andar limpio y bañadito, si no tengo para comer…y ni siquiera agua para beber?”.

- ¿Crees en Dios?
- “Sí. El me ha permitido sobrellevar la carga con dignidad. Me ha permitido tener una familia, un techo que, aunque se gotea, es un techo. Y de vez en cuando hasta comida caliente. El me da valor en mis noches de miedo. Me apacigua en mi larga rabia. Es quien cuida de mis hijos, porque yo a veces no puedo pues estoy en la calle. Es quien provee la salud, pues no puedo pagar ni médicos ni medicinas. Es el reposo. La calma. La serenidad. Esa esperanza que aunque extraviada por ahora, aún no pierdo del todo”.

- ¿Crees en el futuro?
- “Tengo dos hijos. Por ellos tengo que creer. Estoy obligado a hacerlo. Aunque de verdad que cada noche me parece imposible que haya llegado a una nueva jornada vivida. Veo a mis hijos, y veo en sus ojos a Dios. Veo a mi mujer y en su esfuerzo, en su comprensión, a veces en su hambre, descubro toda la felicidad del mundo… hasta el día siguiente, que me levanto, y de nuevo caigo en la realidad que vivo y a veces hasta me desespero. Reniego. No sabe usted cuántas veces me ha pasado por la cabeza la locura de la muerte. En ese momento, me imagino que Dios me ilumina, pienso en mis hijos, en mi mujer...en el daño adicional que puedo hacerles, y aterrizo de nuevo en mis dificultades prometiéndome una y otra vez, no pensar más nunca en éso”.

- ¿Piensas que el gobierno te debe ayudar?
- “Yo creo que me debo ayudar yo mismo. El gobierno es una sarta de mentiras. Y si te ayudan te quieren poner una cachucha de ellos. Prefiero que mis hijos tengan poco, pero sean dignos. Yo no tengo nada que dejarles, aspiro por lo menos que les quede, de mí, un buen recuerdo. Que me miren y me respeten. Que se acuerden de mí, así sucio, y que sin embargo no se avergüencen. Ya es suficiente humillación la vida, para tener que soportar el irrespeto de saltar o brincar o aplaudir por un trozo de pan. Los gobernantes piensan que nos hacen un favor cuando nos dan algo, olvidando que lo que nos dan, es de todos, solo que ellos lo administran. Si alguien me da algo de lo que me corresponde, sin exigirme alguna indignidad a cambio, bienvenido. Pero si para ello tengo que inscribirme en algún partido, besarle los pies a algún político encumbrado, o ir a Caracas a hacer bulto en una manifestación…me quedo recogiendo latas, pero mirando a mis hijos a los ojos sin vergüenza. Con hambre, pero sin vergüenza. Pues no me importa el desprecio de los demás si tengo el cariño de mis hijos”.

Nunca sabe uno donde hay un aprendizaje. Ni adivina en cuál oscuridad está por aparecer un manantial de luz. En cualquier ser humano siempre hay una reserva de dignidad, un fundamento de respeto, un estadio para la autoestima si en medio de la tormenta, si sorprendido por el huracán, si azotado por la inundación, la necesidad ha provisto herramientas para, con la tristeza como materia prima, haber construido un flotador. No hay más pobreza que la humillación. La carencia, a veces es un señalamiento, un tatuaje, una marca, una carga, que siempre resulta menos pesada, cuando es compartida con otros en medio del afecto. Escribir futuros, aunque sea de pesadilla en pesadilla, de horror en horror, de miedo en miedo, de hambre en hambre, de insomnio e insomnio siempre convoca a una esperanza. Por más marginal que uno sea. Por más duro que nos trate la vida. Por más indefensos que nos encontremos. Sentirse protector, siempre resulta mejor que sentirse protegido. Por eso, el valor de la familia se crece en las carencias. El valor de una compañía, si bien no mitiga la soledad, por los menos la apacigua. El misterio de Dios, con sus premios y sus castigos, no es fácil descifrarlo en medio del miedo, del hambre, de esa desesperación que sucede a la angustia cuando la soledad enciende todas las alarmas. Sin embargo, el principio, el respeto, poco tienen que ver con la holgura o escasez económica. La vida, para vivirla, requiere de un poco de carencia. Nadie que no conozca la oscuridad intensa de la noche, va a valorar en su justa dimensión la luminosidad, brillo y claridad que llega con el amanecer, cada día. La vida para aprenderla, requiere algo de necesidad. El sobresalto de alguna carencia. Quien todo lo tiene, nada extraña. El problema fundamental de quien ha podido cumplir todos sus sueños, es que agota su capacidad de soñar...y por ende, de dibujar motivos para la vida. Bien decía alguien que la barriga llena solo produce sueño… que es el hambre quien agudiza el ingenio. Se le olvidó agregar que también agudiza la tristeza... el lento camino hacia el otoño, en medio de la más vil de las tormentas.




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