Me siento preso

(Publicado el 25.07.07)
Me siento preso
En un cuerpo que desconozco


Por: Lic. Víctor M. Barranco C.

En su haber, ni verdes, ni azules, ni familia, ni amigos, ni tristezas, ni rabias…ni sonrisas. Perdió en su último andar el norte, el sur. Ni siquiera sabe la proximidad o lejanía del epitafio. Simplemente, no le importa. No siempre valora el cariño que le rodea, pero no por ingrato, si no porque –la mayoría de las veces- no se percata que existe. Cuando recuerda, alguna tristeza lo asalta desde su propio miedo..y desde su constante espera. Aunque a veces, se disipa en medio de la bruma en que vive, sin que se percate de ello. Con apenas haber comenzado la tercera edad, para él ya no hay veranos, ni soles, ni audacias, ni planes para el amanecer, ni previsiones para el ocaso. Ni siquiera la conciencia de aquella soledad que en el pasado buscaba, para –solo en su mecedora- fantasear y soñar despierto. Hay en su memoria sobresaltos, una nube que lo ensombrece todo a ratos. Una especie de cactus, de aridez insolente, de incontables espinas para esos viejos pies, cansados de tanto vacío en el sitio de la conciencia. Un día, olvidó dónde guardó las llaves. Otro, el nombre de la vecina. Y poco a poco, fue divisando lagunas en sus recuerdos. Paréntesis en su memoria. Frecuencia cotidiana en sus desconocimientos. Una tarde se extravió en su vecindario. No hubo forma de recordar el camino a casa, a pesar de llevar cerca de 35 años allí viviendo. La asistencia de un amigo, si bien le ayudó en su búsqueda, no impidió que se percatara con horror de ese momento. Se preguntó mil veces ¿Me volví loco? ¿Estoy enfermo? ¿Me llegó la hora??...subió a su cuarto, y en medio de un abanico de preguntas explotó. Algunos, lejos de comprender, lo acusaron de vejete, se burlaron de él, lo tomaron a broma, mientras él por dentro sentía arder la necesidad de alguna respuesta, de alguna comprensión. Que alguien le lanzara un salvavidas. El alzheimer, ese “musiú” intruso, que a algunos marca de manera cruel la despedida…se había hecho presente. Y con él, la incomprensión, la lástima, la rabia, la dependencia, la impotencia, el descontrol de esfínteres, la vida sin sentido, ese nubarrón en la mente que de manera imprudente se aparece cuando nadie lo espera..y cuando menos conviene.

- ¿Cómo está?
- “Bien, Licenciado. Ahora estoy bien. Preocupado por lo que me pasa, pero bien”.

- Dígame, ¿qué me le pasa?
- “Que me estoy yendo de a poco. Que me estoy muriendo por pedazos. Que al parecer llegué al final del camino de la manera más cruel. Poco a poco me abandona la memoria. A veces miro a la gente y no se a quien miro. A veces alguien me abraza con cariño, y no se quién me abraza. A veces me asomo a la sonrisa de un nieto, a la mirada de un hijo, a la ternura de mi esposa y no se que es mi nieto, mi hijo o mi esposa. Tengo un ruido en el juicio, un hueco en el recuerdo, una huída de la memoria que aterra”.

- ¿Cosas de la edad?
- “Pues parece que no. Tengo amigos mayores que yo, a quienes se le olvidan cosas, nombres, fechas..pero hasta ahí. A mí hay momentos en los que se me borra todo, Absolutamente todo. Que salgo por estas calles en que vivo hace más de treinta años y me pierdo. Que voy a mi cuarto, y no sé para qué. Que abro la nevera y no sé que busco. Que se me olvida ponerme la ropa..o que me la quito sin advertir que hay otros presentes. Son huecos grandes en el consciente. Tengo una enfermedad que antes llamábamos arteriosclerosis, o demencia senil, hoy tiene un nombre musiú…pero es la misma cosa”.

- ¿Sufre?
- “No sabe cuánto. Pero creo que menos que mi familia. Si bien me desespera a veces lo que me pasa, si bien a veces pido a gritos a Dios que me lleve, si bien a veces me siento preso en un cuerpo que desconozco…para quienes están cerca de mí, lo que me pasa es un castigo. Han tenido que adecuarse a mi nueva situación. Esclavizarse en mi atención. A renunciar a sus cosas por las mías. No me puedo quedar solo, como los recién nacidos. Tienen que asearme, cuidarme, a veces darme que alimentar. Aguantarse mis chocheras, mis rabietas injustificadas, mis agresiones, mis desconocimientos, mis olvidos…y vivir de susto en susto, con las cosas que hago o dejo de hacer.
Y para colmo, a veces no los reconozco. Entonces cuando vuelvo y recuerdo, veo la marca del sufrimiento en sus ojos. Creo que este mal, es más castigo para quienes queremos que para uno. Ellos son los que padecen las consecuencias. Uno, al fin y al cabo, está cuidado por ellos. Son nuestras esposas, nuestros hijos los que se echan un bacalao al hombro. Es como un pagar los platos para quien no los ha quebrado”.

- ¿Pesimista?
- “Mucho. He leído y sé que esta enfermedad mía no tiene regreso…y tampoco cura. Que cada vez más, me voy a ir extraviando. Por lo que cada vez más, voy a ser una carga un poco más pesada para quienes me quieren y a quienes quiero en demasía. Imagínese Licenciado, saber que uno le va amargar la vida a quienes más ama en el mundo y por mucho tiempo…y no poder hacer nada por evitarlo. Saber que por cuidarnos van a dejar de vivir su vida como se merecen, como hicimos nosotros en nuestra juventud; van a dejar de divertirse, a limitar sus actividades..a ese esperar y sufrir callados, sin poder hacer nada. Yo creo que lo peor de esta enfermedad no es lo que vivimos quienes la padecemos...sino el daño que hacemos a quienes más queremos con ella”.

- Pero, hoy hay mucho adelanto en la medicina, a lo mejor si hay salida….
- “Se murió Reagan, sin que nadie pudiera hacer nada; a pesar de estar en Norteamérica y disponer de todos los recursos como ex presidente. Me dicen que una ex primera dama venezolana muy querida por todos, también vive lo mismo que yo, pero en un proceso más avanzado. Este mal, este musiú como yo llamo al alzheimer es seguir con el carapacho sano, y la máquina rota. Como un carro sin motor. Como un juguete sin pilas. Como un plato sin comida”.

- ¿Y su esposa?
- “Prendiéndole velas a los santos. Esperando el milagro de que a mi no me pase lo que han dicho me pasará. Es mi voz, mi memoria, mi vista, mis pies, mis manos. A mi me habían dicho que con el tiempo, en la pareja, el amor se acaba para darle paso a la costumbre. No es verdad, solo se transforma. No sé que haría sin ella. Me llena de ternura, de atenciones. Me perdona los desplantes, las malacrianzas, las groserías. Comprende mis desvaríos, mis lagunas con una dedicación tal que nadie, ni siquiera mis hijos, me aguanta. Me cuida. Me anota. Me apunta. Es mi chuleta. Mi confidente. Mi adivina. Es impresionante cómo a estas alturas de mi vida, voy descubriendo más razones para quererla. Más razones que justifican el matrimonio. Más razones para defender la pareja. Cada edad tiene un sueño…y cada momento, una razón para amar”.

- ¿Reza..hace alguna promesa por su salud?
- “Si…a veces rezo. Pero a mi manera. Yo estoy cerca de Dios, pero lejos de sus intermediarios. Sobre todo de algunos que les ha dado por el vedetismo. Por montar un show en cada misa. Por firmar autógrafos. Por ser los anfitriones de los ricos. Por sanar a aquellos que llegan en grandes carros y les brindan, les adulan. Por ser protagonistas de cuanto bautizo, matrimonio o celebración existe. Yo siento que mi Dios es más humilde. Menos bonchón, y menos “fachoso”. Con él converso directamente. No me gustan algunos peajes..ni siquiera los religiosos”.

- ¿Siente pena, por lo que le pasa..o por lo que le han dicho le puede pasar?
- “Siento pena por lo que le pasa a mi familia. Son ellos los que sufren. Son ellos los que lidian conmigo en las crisis. Los que se asustan. Los que corren. Los que deben sacrificarse para atenderme. Yo no siento nada..y en mis crisis, mucho menos. A veces me pongo a pensar y sé que lo que doy es lástima. Que voy poco a poco convirtiéndome en un niño. Me bañan, me atienden, me guían, no me dejan solo, me toman de la mano…y a veces hay una sobreprotección que entiendo, pero que me repugna. A veces hay una saturación de atenciones que seguramente se justifican, pero que me hacen sentir más inútil cada vez, y ello me molesta. De verdad que pena no siento, lo que siento es rabia, impotencia. Esta cruz que creo no me merezco, y que la vida me ha impuesto justo cuando debía disfrutar a plenitud de mis años, de mis hijos, de mis nietos, en la serenidad del atardecer…pero ya, a veces, ni eso tengo. Soy un viejo que ni siquiera nostalgia tiene. Yo aspiraba ver crecer a mis nietos…y siento que ése deseo se me va a cumplir, pero no me voy a dar ni cuenta. No sé que es peor, si no verlos crecer porque estoy muerto y enterrado en el cementerio…o verlos crecer y no enterarme, porque estoy muerto en vida. Dígame Licenciado ¿usted, qué opina?”

- Pero no a todos le evoluciona igual el alzheimer..le digo
- “Pues si, a todos le evoluciona igual. Es un largo período de más o menos una docena de años, donde nos convertimos en bobos. Porque ni siquiera en niños…éstos gritan, manipulan, patalean, son el centro de la atención, del amor, del gozo; mientras nosotros nos vamos apagando en silencio. Solo llegamos a ser lugar de la pena ajena. Pasamos a ser el centro de la atención de quienes nos quieren, sin esperanza que podamos siquiera retribuirles el cariño que en esa etapa de nuestra vida nos dan. Esta enfermedad es tan macha, que ni siquiera podemos ser agradecidos con quienes nos atienden…porque es que no nos damos cuenta. A veces, a cambio del cariño y atención que nos brindan, solo podemos darles a quienes nos quieren…un montón indescifrable de tristezas”.

Me despido. Siento que él en su atardecer sombrío, comienza a desvestirse de ruidos. A repartir en silencio serenidad a sus espacios. A olvidar, sin querer, cómo es que se cultivan los amaneceres. A no poder encender girasoles para alumbrar mañanas. A ver su almohada y no recordar las huellas que sus noches dejaron en ella. Es el comienzo del frío, de ese frío permanente que no solo lacera el viejo saco de huesos, que no solo amorata y eriza la piel...si no que congela el sitio de los recuerdos. Que pone a hibernar la materia con la que se montan los sueños. Es la llegada de un otoño distinto. De un anochecer sin luces. De ir olvidando, incluso, la intensidad de los propios inviernos. Es la partida, sin irse. Es ir dejando solo el sitio de las preguntas. Es, desde el dolor, desde la propia ausencia…dirigirse a la sonrisa del otro, y mirarla sin estarla viendo. Es la vida, convertida en verdugo inclemente, quitándole toda oportunidad de recuerdo y de huellas a quien dejó de ser –aún viviendo- su propio dueño. Esa especie de trajinar de vacíos, como antesala cruel de la anhelada muerte. Es morir, cada día, cada hora, cada segundo…poquito a poco.

0 comentarios: