Después de la felicidad

(Publicado en el Diario El Informador el 05.11.08)

Después de la felicidad
La muerte


Lic. Víctor M. Barranco C.

Buscaba el mar, una luz. Buscaba el mundo para desde el logro de su más grande deseo, ser feliz siempre. Buscaba ser él decidiendo su destino, pero al final solo encontró manchado sus cuadernos. Buscaba a Dios, su propia libertad, esa independencia que a los 18 años clama a gritos la autodeterminación. Se tropezó con el cielo, la fuerza del cosmos en la fe, y en ese hurgar de la vida, en ese tentar el destino solo encontró un accidente, la inhumana indolencia de un conocido y las lágrimas incontenibles de los suyos. Buscaba la sonrisa de los vencedores, la alegría en la irreverencia de su edad, el futuro hecho y asumido por él mismo con su trabajo, con su esfuerzo, con ese sudor que empapaba su orgullo. Encontró la excusa, el pretexto, la justificación a tanta vivencia deseada y a pesar de la compañía de su sombra, de un amigo compartiendo el trágico desenlace, sin embargo en la hora del final él estuvo solo. Allí, en medio del horror, no consiguió el bastón de quienes se acercaron y aún conociéndolo no lo auxiliaron, tampoco le prestaron la mano amiga en los momentos del fatal desenlace. La muerte le visitó de la manera más sorpresiva. Y desde el sueño eterno recién emprendido entendió que en la soledad, cualquier camino cuenta. A bordo de su moto tuvo un día, un solo día de inmensa felicidad. Era el logro personal. El deseo cumplido. El fruto de su trabajo logrado. Se había despedido de la abuela, uno de sus mejores amores, aunque no pudo anunciarle que lo hacía para siempre. Le mostró a su familia lo conseguido, sin adivinar que tan solo horas después, no habría más nada. Solo el vacío. La figura gris, la tenebrosa, la que no reconoce ni edad, ni sexo, ni estado de ánimo se hizo presente de manera violenta, y en el vehículo de sus sueños, le hizo vivir su peor pesadilla. Dejó de andar. Se llenó todo de un solo vacio. Le dejó al viento sus sentidas querencias: sembrar una flor, romper un papel, tener una moto, reinventar un invierno. Murió, sintió ese vértigo sublime de lo que es el final terreno, ese desandar la esperanza, ese desanidar el mañana, ese sembrar el otoño…los últimos pasos de ese nuevo trajinar del silencio. Necesitaba detenerse, descargar afectos y desafectos. Recorrer sus jóvenes prisas sin más libertad, que aquella que nos permite saber quién cierra la puerta, por última vez. Hoy su familia debe encontrarle alguna explicación a la sombra. Una razón de vida a este irreparable tormento. Acostumbrarse a verlo en ese lugar, donde solo una flor es capaz de secar las muchas lágrimas. Él, por lo pronto, ha detenido su andar, y esta vez…seguro que para siempre.

-Hace un esfuerzo dentro de su muy grande tristeza para contarme. Después de varios correos, acompañada de una hermana lo hace. Es su alerta. Su impotencia en las lágrimas. Su deseo porque nadie más viva su experiencia. Un inmenso dolor el que la mueve.
- Estoy aquí Licenciado para contarle la historia de mi sobrino, como se lo señalé en el correo. Y a partir de ella usted haga un llamado a los padres, a los jóvenes, para que se cuiden. Para que ninguno tenga que vivir este dolor que nosotros vivimos y que nos llegó a bordo del más grande deseo de Luis: el tener una moto. Para que padres e hijos tomen conciencia de los peligros. Que no sea la muerte de un ser querido la que los advierta. Que no sea el dolor, la contraprestación por no haber actuado a tiempo. Que no sea esta marca dolorosa del luto, la que los señale para siempre.

- Cuéntame los detalles, le pido
- Mi sobrino, de apenas 18 años, siempre soñó con tener una moto. Sus padres siempre le aconsejaron el no hacerlo. Trataron de hacerle ver el peligro de las mismas, la inconveniencia de ese riesgo. Sin embargo él, excelente hijo y mejor amigo, se puso a trabajar para conseguir el dinero para comprarla ante la negativa de su padre, mi hermano, de complacerlo. Reunió el dinero necesario, y cuando lo tuvo completo… lo hizo. Fue inmensamente feliz el día que pudo coronar su sueño, pero tan solo por un día Licenciado. Esa misma tarde, como a las seis, vía Chorobobo, colisionó con un camión y murió en el acto. Nos dicen que lo acompañaba un amigo de parrillero. Que Luis iba con él por la intercomunal de Cabudare cuando el padre del amigo los vio. Tomaron la vía antigua de Yaritagua y allí sucedió el accidente. Nos dicen que familiares del acompañante se acercaron al lugar de los hechos y auxiliaron a su pariente, solo a él, llevándoselo. A mi sobrino lo dejaron allí solo, abandonado a merced de los carros que pasaban y que lo atropellaron después de muerto. No nos avisaron a pesar de ser conocidos nuestros, según nos han dicho. No nos alertaron a pesar que –de ser cierta la versión- habían dejado abandonado a su suerte a un ser humano en plena carretera, víctima fatal de un accidente. Aún sin saber si estaba vivo o muerto. Lo dejaron allí, solo a pesar de su estado. Sin ningún dolor. Sin ninguna pizca de solidaridad. Sin que ninguna fibra humana se les moviera en elemental auxilio ciudadano. Nosotros en ese momento estábamos en una reunioncita cuando nos avisaron: Luis se mató en un accidente. Para recogerlo lo más rápido posible, mi hermano habló con las autoridades y entonces pudo él conseguir una camioneta, hacer el traslado por su cuenta y llevarlo al hospital.

- Esto último me lo cuenta ante mi insistencia por los detalles. Quería pasarlo por alto, no detenerse en este incentivar de la angustia, en este nuevo elemento para la rabia, en este agravar de las circunstancias. No quería hacer de su tristeza ningún factor motivador de alguna tristeza ajena. No está en sus ánimos cobrar facturas, ni siquiera afectivas. Solo la referencia de lo que se siente cuando no hay solidaridad.
- Luis, continúa, era un excelente muchacho. Pero decidió comprarse una moto, y mire para que vea cómo son las cosas, no se la querían vender. Su familia no quería que la comprara, y entonces trabajó muy duro durante cinco meses para hacerlo. EL 18 de Mayo lo logró en la mañana, y en la tarde todo se acabó.

- ¿Has hablado con quien han dicho era el acompañante de Luis?
- No

- ¿Tienes rabia?
- No. Una inmensa tristeza. Un nudo en la garganta que no me puedo quitar y que aparece cada vez que hablo con sus padres. Un dolor inexplicable. Ese temor a que se repita la tragedia en la familia. Ese no saber qué va a pasarle a cualquiera de los nuestros cuando sale. Ese no poder explicarme el por qué a él…el por qué a nosotros.

- ¿Has renegado de Dios?
- No. El me inspira. Él nos da valor. Sobre todo a su madre y a su abuela, que están destrozadas. La abuela, mi madre, se refugia en una hamaca y allí vive sola su dolor. Se la pasa pensando. Su mamá, desesperada. No hay abrazo, ni misa, ni palabra, ni luz, ni amigo que calme tanto sufrimiento. Está sembrada de tristezas. Hay una parte de su vida que se marchó con su hijo. Quedó marcada para siempre. Tiene una fisura en el corazón, que no hay quién la repare.

- ¿Estudiaba?
- No. Comenzó a trabajar y le gustó más el dinero que el estudio. Entendió que para él esa era la vía más rápida para poder tener lo que deseaba.

- ¿Qué sientes?
- Miedo, Licenciado. Un miedo terrible. A pesar que los amigos de mi sobrino no nos han abandonado, que nos acompañan solidariamente en todos estos tristes momentos, a pesar que tenemos la palabra ductora, serena, ilustrada de un sacerdote, el miedo no nos abandona. Fíjese que la madre de Luis, comenzó a sufrir de la tensión arterial después del accidente, aunque debo decirle que Dios ha sido nuestro refugio, que Él nos ha fortalecido. Por eso yo le aconsejo a las madres que tienen algún problema con sus hijos, confiárselo a Dios.

- ¿Por qué me escribiste?
- Porque como mucha gente en Barquisimeto, lo leemos los miércoles y lo seguimos. Porque usted puede ayudarnos a que los jóvenes tomen conciencia y le hagan caso a sus padres. Que entiendan que cuando les aconsejan no hacer una cosa que ellos desean, lo hacen solo porque desean cuidarlos. No para interponerse en sus deseos. Sino para basados en su experiencia de vida, evitarles problemas a ellos. Que es cierto que los padres pueden tener creencias pasadas de moda a veces, que chocan con la realidad actual…pero que nadie les quiere más que ellos. Nadie desea tanto lo mejor para sus hijos, como ellos. Que seguro, como nos ha pasado a todos, en algún momento podrán volar solos, pero antes tienen que aprender a hacerlo, y nadie más indicado para enseñarlos que sus propios padres. Que no malinterpreten los “no” que a veces reciben. Que los comparen con los “si” que ellos les dan, y verán que son infinitamente menores. Que sus papás no persiguen molestarlos, sino protegerlos. Que ellos tienen una experiencia para prevenir, y el conocimiento y referencia necesarios para guiarlos adecuadamente.

- ¿Guardas algún rencor?
- En absoluto. Lo que pasó es doloroso, triste, injusto, pero no puedo recomponerlo con rabia, odios, rencores. Lo que puedo, y podemos, hacer es aprender la lección y evitar que le pueda suceder a alguno otro. Que cada quien haga su propia reflexión. La muerte de mi sobrino no puede, ni debe, ser argumento para el odio. Fue un desafortunado accidente en el que hubo conductas humanas que no me corresponden a mí juzgarla. Pero también donde ha habido conductas de solidaridad conmovedoras que de alguna manera nos reafirman los valores de la amistad y la solidaridad. Además nuestro Luis se merecía este reconocimiento. Este respeto de sus amigos. Este amor de quienes lo conocieron. Este convertirse en ejemplo de bien, que todos agradecemos.

No hay nada peor para un ser humano que la muerte de un hijo. Es el dolor para el que no se está preparado. La lágrima que nunca se quisiera derramar. La marca que más nunca se va a borrar. Les queda sin embargo, la sonrisa. El recuerdo grato en medio del dolor de la partida. Le quedan las huellas, el desvelo, esa felicidad inmensa de un día que pagó con su vida, aunque también con ella, les queda el dolor de su partida. Ese ingrato insomnio con el que ahora deben andar por la vida. Un remiendo, un parche en los afectos, y ese doloroso grito del silencio. Les queda una tristeza, el recuerdo de la irreverencia de su edad, y la más cruel de las derrotas. También la mueca, el recuerdo del brillo de sus ojos, la acera...el seco manantial, donde una vez humedecían sus esperanzas las azucenas. Les queda el mar, el invierno, el día y esa larga noche de volver a encaramarse, a pesar de la tristeza, en el transcurrir de la vida. Les queda su luz, su inmensa alegría, sus mil cuentos, su precoz aventura. Les queda también sus cuadernos, el calendario inconcluso, y sus muchas pisadas. Les queda el retrato, el motivo, el recuerdo del abrazo…y el viejo saco donde el frio señala la vida. Les queda su amor, su vivencia, su alegría, el mejor de sus recuerdos. Lo necesario para que no sea solo la tristeza quien habite sus memorias…en esta hora de ausencias y epitafios.

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