Las Drogas

(Publicado el 10.10.07)
Las drogas
…mi Pasaporte al infierno

Lic. Víctor M. Barranco C.

En su tránsito por caminos confusos, la sensación de libertad solía ser aliciente para las mañanas de invierno, sucias de tanto frío. Con su andar impreciso de encendedor de hogueras, de hacedor de espejos, de trajinador de mil caminos, encendió su angustia de nuevo...cuando aterrizó en la razón y volvió a ver su vida, lejana de días alegres …y cansada de tanto horror. Primero lo atrajo, hacia lo que después sería letal adicción, la curiosidad. Luego, la proposición interesada de quien hacía mercados para su cruel producto. Más tarde, una adicción que lo llevaría a robar, a venderse, a prostituirse, a vulnerar el concepto de familia, a usar y usarse sin límite, ni recato alguno. Hoy, desahuciado en su esperanza, sin más compañía que su silencio y sus amigos de padeceres, quiere recuperar el nido, recomponer aquella estrella rota...aliviarse, a su edad, de tanto tiempo vivido. Un día encontró el amor, en medio de su tragedia. Pero la contagió de ese mal que lacera la vida, que tatúa socialmente, y que hace víctima a quien lo padece de grandes y prolongadas enfermedades. Quebrantado el sistema inmunológico, deteriorado el raciocinio, preso de un vicio, encuentra moretones en su presente… difíciles de sanar. Solo una lástima ajena acompañando la tristeza. El fármaco, aliviando la angustia. Y un peregrinar a médicos y psiquiatras donde la valoración científica no puede suplir su mejor necesidad…el afecto. Hoy, a los veintiséis años, con apenas 50 kilos de peso, no es sino una caricatura de lo que fue. De niño mimado, a escondido de la familia. A tal punto, que sus padres han preferido alquilarle un apartamento para que haga su propia vida. En la universidad, le sacan el cuerpo. De haber sido el centro del grupo, pasó a ser el paria, el estorbo, el peligro…el innombrable. El suicidio le ronda por la cabeza. Pero no por miedo, si no por venganza. Piensa que si se suicida, le hará notar a muchos de su misma sangre, cuál es el nivel de culpa que ellos tienen en su desgracia. Por eso hoy, apertrechado en ese amor a última hora conseguido, siente que esa presencia fortuita engendradora de tranquilidad, aunque no ausente de miedo, amaina la llovizna de sus calles...cada vez más estrechas por el silencio. Desvalijado de enterezas, sin más equipaje que su adicción y su terrible enfermedad cava en los muros de su moral, horada las paredes de sus afectos, tratando de encontrar alivio a tanta herida inconclusa. Por ello marcha en medio de tormentas y hastíos, de colapsos y calmas, de urgencias y tristezas, de crisis y sonrisas hacia lo casual, lo inesperado. Con los girasoles de la dependencia, las amapolas malditas de su adicción, quemando sus piernas...cansadas piernas de recorrer alcantarillas y desprecios. Con unas manos hartas de asirse a la esperanza, a su poca edad ya viejas y maltrechas de tanto buscar caminos…haciendo remiendos, parches, zurcidos a sus carnes rasguñadas y a su vida, que aunque corta…sabe que, con urgencia, hace rato reclama la tierra.

-¿Qué te sucede? Le pregunto
- “De todo. Me siento abandonado. Preso de una adicción a la que no puedo renunciar...y a estas alturas, no sé si quiero. Mi vida ha sido un tormento. Nadie me recriminó nada. Nadie me castigó. Nunca me negaron mis antojos. Me perdonaron todas mis rabietas. Se hicieron los locos cuando falté. Y ahora todos dicen que es mi culpa este infierno que estoy viviendo”

-¿Por qué culpa de otros si de acuerdo a lo que me dices, te dieron todo lo que pediste?
- “Porque este andar sin frenos por la vida, me ha traído toda clase de calamidades. Como me ve, soy un drogadicto crónico, que empezó por ser alcohólico. Me contagiaron de sida, y no por ser maricón –que no lo soy- sino por una jeringa decenas de veces usada, que me tocó en suerte. Tengo crisis, en las que lo único que pido es morirme. Me enamoré, después de haber usado y abusado del sexo, y a la mujer que más quiero en el mundo, a la qué me entendió, a la que sacrificó todo lo que tenía por mí, la contagié...y seguro, la condené a esta vida de perros que yo vivo…y mire, no llego a los 30 años siquiera”.

- Cuéntame... ¿cómo empezó todo?
- “Soy hijo de dos profesionales exitosos. Vivía en Santa Elena con mis padres y otro hermano. Me gustaban mucho las fiestas, el buen vivir. El disfrutar sin rollos. Un día, hace ya muchos años, me invitaron a una fiesta rave en una casona cercana al Río Turbio, allí me dieron una droga que llaman la droga del amor...porque quien la consume se vuelve hipersensible, y puede tener sexo durante un par de días seguidos, indistintamente del género. Lo único que hay que llevar es provisión de agua pues produce una especie de sobrecalentamiento del cuerpo. Y es tanta la actividad sexual en esas reuniones, que a nuestra corta edad, comprábamos la pastillita azul para aguantar el trajín. Ahí quedé cautivo de esas fiestas y de esa droga. Era un superhombre, y el placer, infinito. Sin saber, que con ella, había iniciado un lento y doloroso camino a la muerte”.

-¿Esa sola droga te produjo todos los males que tienes?
“No, Licenciado...sino que me condujo a otras. Más comprometedoras en lo físico y lo psíquico. Ya yo venía teniendo problemas con el alcohol, y fui blanco fácil de vendedores adiestrados para hacernos caer en adicciones y convertirnos en presa fácil de su mercadería. En los colegios, en los liceos, en las universidades...ronda un grupo de vendedores de cuanto fármaco existe, de cuanta porquería hay, para ir enviciando poco a poco a muchachos con problemas, o con poca o ninguna supervisión de sus padres...y a ellos se las regalan al principio, transmitiéndoles una falsa promesa de seguridad, que en esos momentos uno no llega a determinar como tal, si no como una especie de salvavidas. Después este mismo ser amable que nos da la droga, se vuelve un energúmeno, y nos amenaza con hacernos daño si no le compramos lo que vende. Allí, ya enviciados, empezamos por robarle prendas o adornos a nuestras madres, dinero, algo que se pueda vender para poder cumplirle al proveedor y evitar una agresión física o una delación con nuestros padres. Luego vamos buscando lo que podemos pagar, y de la basura, entonces tomamos lo qué es más basura, y terminamos como me ve...hecho un desperdicio de vida”.

-¿Qué dicen tus padres?
-“Yo creo que ellos tienen parte de la culpa, por omisión. Hoy lo saben, aunque les cuesta reconocerlo, y eso los ha hecho infelices. Al principio me regañaron. Luego, fueron escondiéndose a la realidad para que sus amigos no se enteraran que el bebé de la casa, andaba en malos pasos. Me fueron tapando los excesos, o en todo caso las consecuencias de esos excesos, y yo acostumbrándome a ello. Nunca me castigaron, nunca me confrontaron. Prefirieron no darse por enterados. Mi mamá con jaqueca, y mi papá evadido en su trabajo y en su golf, no tuvieron tiempo para corregirme. Mire, Licenciado, yo le escribí –entre otras cosas- por su reportaje sobre el accidente de la Venezuela. Allí usted narró las cosas como son. Y yo sé, porque conozco el caso, que los padres se niegan a aceptar que fallaron, cuando sabían que su hijo –que apenas trasponía la adolescencia- bebía mucho. Que se lo dijeron varias veces, y no lo creyeron. Que le dieron mucha libertad como a mí. Que no hubo tiempo para jurungar adentro de nosotros…sino que, escudados en aquello de darnos lo que ellos no tuvieron, nos dañaron. Y mientras aquél murió porque nadie en su casa tuvo el coraje de decir que un niño de apenas 17 años no debía estar borracho a las 6 de la mañana conduciendo un carro….en mi caso estoy muerto en vida, porque nadie tuvo el coraje de admitir que yo a los veinte años era un drogadicto perdido, y un sidoso condenado que necesitaba urgentemente ayuda profesional, algo de atención y mucho de afecto. Pero se me negó en nombre del mucho amor. Todo exceso es malo, incluyendo el exceso de amor”

-¿No eres muy duro con tus padres…no descargas en ellos una culpa que en alguna manera también es tuya?
- “Es posible. Pero es lo que siento. Fíjese, qué casualidad, los hijos de los padres dedicados, corregidores, supervisores de sus actividades y sus amigos, severos sin ser monstruos, comprensivos pero con firmeza…no tienen estas taras, ni estos problemas. Yo estoy seguro que si mis padres me hubieran restringido las salidas, el dinero, la libertad…hoy yo sería un hombre y no esta piltrafa en que me he convertido. Si me hubiesen corregido a tiempo, no dejado ir a esas fiestas, hablado conmigo, castigado o impedido hacer algunas cosas…otro, seguro, sería el cantar. Usted escribió alguna vez-y mire qué lo sigo- que los hijos son lo que los padres quieren que ellos sean...a lo mejor no es verdad en un cien por cierto, pero seguro que lo es en un porcentaje alto. Cómo es posible que ahora las fiestas para adolescentes comiencen a las 12 de la noche. Que beban como unos cosacos y nadie diga nada. Que muchos activen sexualmente a los 15 años. Que los concursitos de modelos para niñas, que bailan y se visten en trajes de baños como adultas, estimule ese activar sexual en la niñez, y sea el propio gobierno quien a veces lo propicie y los padres contentos y tranquilos???. No, Licenciado, mucho de lo que nos pasa es por culpa de este cambiar de actitud de ellos, de eso de que los tiempos han cambiado…”·

- Se te hace fácil juzgar, desde tu rabia…
“Desde mi rabia no, desde mi lecho de muerte. Si cuando empecé con el alcohol, me hubieran frenado...y esa era su obligación...le aseguro que hoy estuviéramos en otro lugar, y hablando de otra cosa. O a lo mejor, ni siquiera hubiésemos hablado nunca. Yo, voy camino a la muerte. Y lo llamé porque esa sección suya los miércoles en El Informador se ha convertido en una cita obligada para todos, a tal punto que hasta en algunas carteleras de liceos y universidades está, por lo que estoy seguro que este testimonio mío va a servir a muchos. Y no a muchachos como yo, a quien se culpa de todo. Si no a esos padres que no quieren ver, que no quieren oír, y en su ceguera, en su sordera cómoda nos están extendiendo un pasaporte al infierno. A ellos quiero que sacuda. Porque, sin duda, son ellos los que pueden lograr que otros terminen como yo, muerto en vida…o como los de los muchos accidentes en la Venezuela, muertos porque nadie se atrevió a evitarlo”.

Me despido de él. Estrecho su mano huesuda, esa que me aprieta como haciéndome albacea de un triste e injusto testamento. Lo miro y en su norte veo su mortificante silencio, allí copulan sus culpas, navegan sus recuerdos, nadan sus vicios, reside sus miserias y se abortan sus sonrisas. Al sur, su sexo. Protagonista de sus dramas de autor anónimo, de sus incontroladas fiestas y sepulturero de sus esperanzas. Al este, el camino donde duermen las piedras, los pensamientos, las huellas, los afectos…allí, cerca del desperdicio, al borde de la mentira, en la encrucijada del abuso, donde comen, maduran, crecen y se multiplican los odios y los gritos. En su cama, la huella de sudor donde mueren sus tardes, sus amigos, sus mujeres...su familia. En sus ojos, la rabia, la tristeza. En su mesa de noche la foto de los padres, a los que culpa, pero desde el sitio de un infinito amor que no conoce el perdón y con los que pretende, en medio de una profunda, desesperada y noble dureza, sacudir para que otros padres reaccionen, y entonces más nunca jóvenes como él, vivan lo que él está viviendo…que no es sino la señal de partida, anticipada, pero para siempre.
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