Soy el peor castigo

(Publicado en el Diario El Informador el 25.06.08)
Soy el peor castigo
de mis padres

Lic. Víctor M. Barranco C.

A veces sin darse cuenta, sin percatarse, renuncia al viento, a la bondad, a esa pasión por las cosas buenas y se aparta, bruscamente, de la esperanza del amor, del futuro, de la racionalidad. Otro día está bien, alegre, positivo, inventando veranos para cumplir sus sueños. Al momento, cambia. Se envuelve en ira, y quiere vengarse de la vida. De su propia vida. Hace loas al rencor, y establece espacios de lucha permanente por sus fantasmas, los que se ahogan en su tristeza, los que le han hecho conocer el miedo de cerca, la impotencia, esa maldad que se vuelca contra sí mismo y que lo enloquece en cada jornada de sombras, en esa oscuridad a que se somete y que ha terminado por ser cómplice de su peor silencio. En su bipolaridad, no solo ha amargado su vida, sino que la de todos los suyos. Sus padres no saben cuándo va de nuevo atentar contra su vida, y sí esta vez –fatalmente- va a lograrlo. Ya no pueden ir a fiestas, ni salir, por el temor a no llegar a tiempo en cualquier crisis suya. Tiene demasiadas marcas en su cuerpo. Cada una de ellas, gritando un auxilio que aunque llega, a veces no quiere recibir. Los testimonios de sus coloquios con la muerte, escritos con hojilla y sangre, cada vez que cae en ese pozo profundo…dicen que estimulado por el alcohol o por alguna droga, pero sabiendo él, que solo como consecuencia de un trastorno del que, aunque esté consciente en grado sumo, no puede evitar vivir. Renunció también a compartir, a ser el mejor. A sembrar juguetes y chocolates en sus horas de niño. A oír. A dejarse ayudar. A tolerar y a tolerarse. Está lacerado por su propio odio. Por su invivible injusticia. Deambula con esa forma inaudita de morir hacia adentro, lentamente, sin deudas, ni dolientes, ni herederos. No cree. Ha renunciado también a la oportunidad, a la suerte, a la Providencia, a la bendición de Dios. Se esconde, aunque sin querer la mayoría de las veces, en la irrealidad, en el drenaje, el desagüe, entre el asfalto y el abismo. Allí se ha hecho ateo en las cosas de los hombres. Militante de la mentira, de la soledad, del sálvese quien pueda, del suicidio, de los compañeros, de la gente. Ha olvidado comprender, perdonar. Lo han obligado al frío, al calor, casi que simultáneamente. A aposentarse muy seguido en ese sitio donde nace la náusea, muy cerca del odio, donde a veces se despide de todo...aunque por pedazos. Hoy, cada vez que la depresión lo azota, reparte su equipaje entre la vida y la muerte, e irrespeta con saña –cotidianamente- ese frágil límite de sus extremos terrenos. Es buitre de su fe. Siente que anda por la vida, sin ser el dueño de su tiempo, ni de su verdad, ni de su conciencia. Sin nada realmente propio. Más bien, como con un pantalón prestado…

-Tiene poca edad, inteligencia, y muchos secretos. Nadie creería al verlo, que mantiene un coloquio cotidiano con la muerte, con la desesperanza. ¿Qué te pasa?...le pregunto
- Que vivo una gran tragedia. Una especie de peste. Que a pesar de tener a mí alrededor gente positiva y cariñosa, a veces quiero hacerme daño, evadirme, marcharme de esta vida. Me agredo sin causa, sin dolor. Soy un hombre bipolar. Con todo ese horror para sufrir. Aunque a veces me calma pensar que es un problema orgánico el que sufro, que no compromete seriamente mi identidad; a veces me arrincono, me aíslo, me escabullo. Todo me parece pesado. Ya son 10 años sufriendo este mal, pero he llegado a un momento en que no siento mejoría, no evoluciono. He vuelto a un mutismo y a una falta de decisión absoluta. Lo cierto es que aunque no es psicológico, la actitud si influye; y si en la guerra hubo hombres que no encontraban una salida en medio del holocausto e imaginaron un futuro y un propósito y eso los impulsó a salir afuera, yo en algún momento he de encontrar mi norte… preservaré la vida y afrontare con valentía y solidaridad lo que vivo. Estoy en fase depresiva y no puedo permitir esconder mis dones, ya lo he hecho y eso agudiza el problema, no puedo negar ver cardos y espinas, y sé que ésta es mi percepción. Me he descubierto negando lo que son mis logros, como los frutos de mi trabajo, la propia estima y el calor humano de quienes me rodean y a quienes a veces –injustamente- rechazo, y hasta odio. Con esta conversación con usted estoy dando un paso concreto en este deseo de salir de este hueco, desde donde sin saber he rechazado a todo el que tengo cerca, sin explicármelo después... Miro a mí alrededor y siento la necesidad de fortalecerme por amor propio, por amor a los míos. Me levanto de mis tinieblas y entonces hago lo mínimo, postergo el esfuerzo y vuelvo a buscar una formula mágica que me saque de mi cárcel, de este auto castigo que es una mierda, pero sobre todo de algo que me permita apartarme de estas imágenes tan destructivas y negativas que me sacuden y que me envuelven. Debo encontrar esa luz que a veces me ilumina y me dice: olvida lo que ya pasó y concéntrate. Esfuérzate y saldrás adelante. Haz lo que te toca hacer. Con hacer lo que te corresponde ya es bastante. Sé que milagrosamente no voy a cambiar, la bipolaridad va a seguir ahí y con ella sus miedos y sus momentos gratos. Estoy –lamentablemente- encadenado a ella, por siempre.

- ¿Cuándo comenzaste a sentir los primeros síntomas?
- Como a los 16 años. A esa edad, tuve un cambio drástico de vida. Mi primera gran depresión. Sentí una gran angustia. Incapacidad para concentrarme en los estudios. Dificultad para hacer cosas habituales como arreglarme, salir a la calle, ayudar en las tareas domésticas. Ausencia de bienestar. No sentía alivio con nada. Mucho desasosiego. Nada me hacía sentir placer. Es como vivir en un infierno, a lo que debe sumársele que envuelto en una gran desesperanza. Todo eso me producía un sentimiento de culpa. El dolor de mis padres, su impotencia para ayudarme…esa benevolencia que solo da el amor, al no presionarme con mis deberes estudiantiles, ese desasosiego de no dejarme solo porque en cualquier momento podía atentar contra mi vida, como tantas veces lo he hecho sin éxito. Sin embargo tuvieron que pasar tres largos años, para que me pudieran diagnosticar la enfermedad.

- ¿Por qué tardaron tanto en buscar esa ayuda?
- Porque cuando hay trastornos de conducta, los padres –por lo general- primero se lo achacan a una rebeldía propia de la juventud, o a una influencia perniciosa de algunos amigos. Luego, cuando el alcohol o la droga se convierten en un pasaporte a la evasión, es la vagabundería la que se critica. Hasta que aparece el intento de suicidio, el odio a todo, y alguien sugiere ayuda médica. Es un largo proceso de errores y desquiciamientos, para que quienes deben entender, acepten que hay un problema serio que atender. En mi caso, me encerré en mí mismo. No hablaba con nadie, si acaso con mi hermanito que en ese entonces tenía solo diez años. A mis padres los odiaba, no permitía que nadie se me acercara. Me fui de la casa como 5 meses, hasta que me encontraron y me llevaron al médico por la fuerza. Yo que era una persona obediente, cariñosa, llegué a asustar a mi madre con lo agresivo que me puse. Recibí tratamiento psicológico y psiquiátrico durante un año, tiempo en el cual estuve “internado” en casa con compañía constante de mamá. Mejoré, llegando a un estado de equilibrio que me permitió seguir una vida normal. Debido a esta gran mejoría me fui a estudiar a otra ciudad. Pero empecé a consumir alcohol, después drogas y esto sumado a los problemas alimenticios que siempre tuve, me desequilibraron una y otra vez, cotidianamente.

- De tu enfermedad, ¿qué te resulta más molesto?
- Hay dos fases en ella, y las dos son horribles. En la depresión el dolor es tan agudo que hasta parece que el aire duele al respirar. No se ve esperanza por ningún lado. Se encuentra uno en una soledad aterradora. Durante la manía, el descontrol, la falta de razón provoca catástrofes en todos los ámbitos. Puede que uno a veces se sienta el rey, pero es muy difícil conservarla. Uno se encuentra estupendamente bien, pero es un “estupendamente bien” patológico, que suele tener consecuencia negativas, también en todos los ámbitos.

- Tus padres ¿qué dicen?
- Qué no dicen, licenciado. Sufren mucho, señalan mis primos y mis tíos. Me he convertido en su cruz, en su castigo, en la fuente de sus temores y sus horrores. Ya no se pertenecen. Ahora son reos de mis angustias, de mis crisis. Imagínese que ya no salen, y cuando lo hacen dejan a alguien “acompañándome”. Me he hecho tanto daño en el cuerpo agrediéndome, que tengo que usar camisas mangas largas. Cada herida que me hago buscando la muerte, es una marca más en el rostro, en el alma, en la tristeza de ellos. Imagínese que duermen con la puerta del cuarto abierta, esperando…por aquello del por si acaso. Sus noches son una inmensa pesadilla. Y cuando me dan las crisis, que llego a odiarlos sin límites, que los ofendo, que me ensaño contra ellos…agrego clavos calientes a su ya angustiosa vida. Fíjese que no sabría decirle quién sufre más, si ellos o yo. Yo, como hijo, no soy la felicidad de mis padres…solo soy su peor castigo.

- ¿Has sido discriminado por la enfermedad que padeces?
- Si. Muchas veces. Muchos de quienes saben lo que padezco, me discriminan. Se dan codazos cuando paso. A los padres de mis amigos no termino de gustarles. Sé que me sacan el cuerpo, a veces más por miedo que por otra cosa. Temen que me dé alguna crisis en sus casas, o que pueda arrastrar a sus hijos a una locura. La ignorancia juzga muy severamente.

- ¿Sientes que el tratamiento te ha mejorado?
- Si. Reanudé mis estudios. He podido llevar una vida normal. No he vuelto a tener crisis tan seguidas. Ha mejorado la relación con mis padres. Creo que es vital que los pacientes bipolares cumplan a cabalidad el tratamiento. Fíjese que se dice que el 20% de los afectados por trastornos bipolares cumplen el objetivo de suicidarse. Es muy fácil recaer, imagínese si por alguna razón no se sigue el tratamiento a rajatabla. Es imposible desarrollar una existencia plena, cuando se ha roto el equilibrio mental y emocional. Tampoco pueden hacerse planes a futuro, ni vivir en paz. Hay un amarre a la soledad. En definitiva, a no tener vida, sino grandes subidas y grandes bajadas. EL existir se convierte en la más grande y terrorífica montaña rusa que uno pueda conocer. Y el deterioro cognitivo, es una consecuencia irreversible.

- ¿Por qué algunos se resisten al tratamiento, o no lo cumplen al pie de la letra?
- Primero porque cuesta mucho aceptar que uno está enfermo. Igual le cuesta a la familia aceptarlo. Segundo porque la medicación a veces trae efectos secundarios que al adolescente le perturban. Subida de peso, cambios físicos, acné, el estar aturdido, somnoliento, con desajustes intestinales, ausencia de libido…y pare de contar. Debe uno asumir, y cuesta mucho hacerlo, que uno es diferente a los demás. Porque no puede rumbear, ni tomar alcohol. Porque llega uno a sentirse como un bicho raro. Porque a veces, cuando pasa la crisis, uno cree que está curado, nos descuidamos e irremisiblemente caemos en otra crisis. Por falta de madurez, de disciplina. Por estar en una fase de hipomanía, viéndolo todo de maravilla y no querer entonces “bajar a tierra”.

- ¿Eres optimista?
- A veces. Solo a veces. Cuando salgo de las crisis y veo la alegría en la cara de mis padres, creo. Pero cuando la depresión me sacude, solo quiero marcharme definitivamente, y el pesimismo se adueña de mí. Soy un enfermo, además de por vida. Camino con grillos por ella. Crezco en un campo minado. En esa condición es muy difícil ser optimista…y mucho, pero mucho más difícil, ser feliz.

En medio de su angustia, de ese sube y baja de emociones, de ese contrapunteo al que asiste entre su vida y su muerte ha renunciado a ser feliz. A hurgar en los cuadernos de la alegría. A aprender de la naturaleza cuando se renueva. Ha tenido que conformarse con su impotencia. Con tantas puertas cerradas. Con ese miedo personal de cada hora, de cada minuto, de cada segundo. Con ese personificar a Sartre, a Vargas Vila, a Vallejos. Ha debido renunciar a todo, a lo grande...a lo pequeño. A refugiarse en la sombra, donde llueve siempre, donde siempre hace hambre. Donde no hay sabiduría, ni gloria, solo ese sopor que atrae a la tristeza…allí, donde es tan difícil sobrevivir, aún en la adolescencia. En su maleta solo carga, sollozos, quejidos, y una muy particular protesta. Mil voces que deambulan por los cementerios de cenizas, como accidentalmente perdidas. Es ese cansancio urdido, sembrado, recogido en el transitar de dificultosos caminos. Es ese mirar atrás, y ni siquiera poder ver la huella de lo vivido, lo sufrido, lo querido, lo odiado…es más, ni siquiera el camino. Es solo ese vivir tormentoso –casi sin remedio- de maridaje con la muerte.

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