Papá tengo pareja

(Publicado el 05.03.08)

Papá, tengo pareja
…pero es hombre como yo

Víctor M. Barranco C.

Solo, con ese deseo íntimo de no tener que compartir la pena. Como quien recoge lo inesperado. Ausente, como quien tropieza con el infierno sabiéndose inocente. Al pie de la soledad, al borde de la sombra, atrapado en la misma hora y al mismo momento, lleno de esa rabia inexplicable que consecuencia lo que para él es mala suerte, untado de la misma inconformidad que le enseñaron sus padres ante preceptos de moral inflexibles… trasiega culpas nuevas, con la misma sed de siempre. Porque, nunca lo hubiera pensado…en sus previsiones de padre, se había preparado para muchas cosas. Había imaginado las peores situaciones y encontrado soluciones para cada una de ellas. Que una hija le saliera embarazada soltera, menor de edad. Que un hijo se adiccionara a las drogas. Una traición. Un abandono. Pero nunca, a una situación incapaz de manejar, aunque la entendiera. Por eso, aquella noche, cuando su hijo regresó de hacer su especialización profesional en Estados Unidos, cuando aún retumbaba la alegría en la mente y en el cuerpo, la confesión de éste lo sacudió…lo pasmó, hizo de él una masa amorfa de balbuceos, silencio y sorpresa…incapaz de producir respuestas válidas ante una confesión sorprendente. Soy homosexual…la afirmación todavía le retumba en la conciencia, y hasta en el sitio de las culpas. El, que solía tener mente abierta, comprensión universal, flexibilidad cultural…se sacudió integralmente. Su cultura machista pudo más que su racionalidad en su interior de padre. Y de nuevo, como quien refuerza voluntades, se abrazó a penumbras familiares, a virtudes y promesas, a palabras y sinrazones, para esa especie de Apocalipsis propio anunciado en mala hora, e ignorado por él…por muy largo tiempo. Se situó en el escalón, el que baja, el que conduce sin prisas, ni pausas...lentamente, al sitio donde duermen los planes, donde de pronto desaparecieron los bates y las pelotas, los carritos y las pistolas de su memoria reciente, donde se quema el incienso por costumbre y se recortan las flores en secreto. Allí se ubicó, al final de la película con su héroe herido de muerte, jineteando caballos que se entregaban cansados de ser distintos a lo que la naturaleza quería que fueran. En esa historia, suya, dolorosamente suya que se repite en los ojos de cada hijo ajeno, y en la soledad de su noche más larga…ha comprado un lugar de espera para reaparecer alguna noche, con alguna sonrisa, el mismo amor, y una conducta nueva frente al hijo que, en medio de su sueño, se bajó del caballo…y cambió de acera.

- ¿Qué le atormenta? ¿Por qué esa urgencia en hablar conmigo?
- “Me atormenta la realidad, Licenciado. Esas probanzas al temple, a la experiencia, al plan de vida que uno se ha hecho y para cuya alteración dramática, muchas veces, no está preparado. Esas sorpresas de la vida, que te tuercen el rumbo sin atenuantes. El inconveniente familiar para el que no se tiene respuesta. Los hijos sometiéndolo a uno como padre y como hombre a probar a cada instante su amor por ellos, incluso por encima del propio respeto a lo que uno cree, a lo que uno siempre ha defendido. La naturaleza, como siempre la hemos conocido y defendido, revolcada en nuevas expresiones difíciles de comprender y aceptar para quienes, viejos ya, no sabemos para qué sirve de verdad la experiencia. Las nuevas realidades sacudiéndolo todo, obligándonos a renunciar a lo que siempre creímos era una aberración, una distorsión de la conducta, una perversidad del pensamiento, para tener que aceptarla como una actitud de vida, como una nueva reacción existencial, como un valor aprendido que aunque contranatura, está comenzando a ser aceptado no solo socialmente, sino que tiene un espacio de convivencia en el estamento legal de muchos países. Por eso le llamé, para conversar. Para que usted, que ha dedicado parte de su ejercicio profesional a comentar y reflexionar sobre lo que solo se comenta En Voz Baja….oiga mi historia, me dé su parecer, y se la cuente al mundo para que reflexione. En la seguridad que, muchos se prepararán para aceptar mejor que yo, al menos en principio, situaciones como las que he vivido.”

- Usted me dirá…
- “Soy un profesional normal, Licenciado. De ejercicio independiente. Criado bajo los principios morales, éticos, culturales, sociales y sexuales de mi generación…la de mediados de los sesenta. Preparado para consolidar una familia e incluso, para aceptar –aunque no lo compartiera- las libertades que debimos darle a nuestros hijos, por encima del respeto que a nosotros nos habían enseñado. No soy un vejete jurásico. Mucho menos un inquisidor clandestino. Pero tengo límites, que aunque flexibilizo en relación a los nuevos valores, y a la nueva moral de la generación de mis hijos, no dejan de estar allí a la hora de conductas y comportamientos que chocan con lo que han sido, hasta ahora, mis principios y mis creencias. Mi hijo, de 27 años, con quien jugué fútbol, béisbol, a quien disfracé de vaquero, de rockero, de galán…a quien celebré su primera noviecita, y respiré profundo cuando lo vi con niñitas besándolas y guiñándole el ojo…estudiante de primera, orgullo de su madre y mío…después que regresó de estudiar su postgrado en Estados Unidos, me llamó en medio de la celebración de bienvenida…y en su cuarto él y yo solos, me dijo: viejo, tengo una noticia que darte que sé que no te va a gustar. Y tomé la decisión de hacértela conocer hoy, justo a mi llegada, para que de tu decisión pueda yo organizar lo que voy a hacer con mi vida...y con mi familia. Asumo, me dijo con lágrimas en los ojos, que puedo causarte algún daño con lo que te voy a decir, que a lo mejor voy a llenar tu mundo de tristeza...a pesar que es lo último que quiero hacer, pero me enseñaste que la verdad no se castiga en esta casa. Que ante cualquier dificultad tú estarías conmigo, por encima de cualquier cosa…que tu amor estaría conmigo siempre, a pesar de cualquier error que yo pudiera cometer, de cualquier falta, de cualquier decisión con la que no estuvieses de acuerdo, con alguna diferencia de criterio o de opinión propia de la personalidad de cada quien…un frío me recorrió el cuerpo, y pensé en la droga, en algún delito cometido en el norte, en alguna fechoría juvenil que pudiera arreglarse. En algún hecho coyuntural que mi hijo, estaba dramatizando para buscar mi comprensión”

- Usted ¿Qué hizo?
- “Nada. En un silencio profundo, temiendo lo que me podía decir, esperé la causa de su turbación. Le dije, bien hijo, qué te pasa...qué puede ser tan grave que me llene de tristezas…a quién jodiste???...me miró, me pasó la mano por el cabello y me dijo: Soy gay papá…soy homosexual. En el norte dejé una pareja, un odontólogo de 30 años con quien me siento feliz. Un hombre que complementa lo que soy y lo que quiero ser. La contraparte de mi existencia. Mi soporte, mi bastón, el amor de mi vida. La buena noticia es que tengo pareja…la mala para ti, que es hombre como yo…papá. El mundo me dio vueltas. Creo que fue para lo único que no me preparé en la vida. Quedé atónito, en shock. Me faltaba el aire, la claridad, una palabra para contestar, hasta que él, con calma me dijo: si quieres no me comentes nada ahora…esperemos hasta mañana, o hasta cuando quieras para que me des tu opinión. Procésalo viejo, sé que no es fácil. No soy una loquita. No soy una marica arrebatada. No soy un despreciable aberrado. Soy un hombre que viste y se comporta como tal, un Ingeniero Civil postgraduado pero con un gusto sexual diferente…si quieres me voy a un hotel o dónde un amigo mientras lo piensas. Le dije no. Esta es tu casa, quédate que mañana hablamos. Déjame conversar con tu madre….y seguro, que alguna vía buscamos”

- ¿Qué le dijo su esposa?
- “Lloró…solo lloró. Me abrazó fuerte como buscando donde asirse en la caída. Aunque en medio de su llanto siempre dijo; sea lo que sea, Jorge siempre va a ser el hijo nuestro. No hay nada que pueda romper ese vínculo hermoso. No hay nada que me haga dejar de quererlo. Comencé a hablarle, a tratar de hacer un ejercicio para comprender juntos, y tratar de aceptar. Le pregunté, y me preguntaba, ¿dónde nos equivocamos?... ¿qué hicimos mal?...¿demasiada libertad?...¿demasiada alcahuetería?...o quizás un poco de descuido??. Allí comprendimos que, las cosas habían cambiado. Que si alguna culpa tuvimos fue la de no sincerarnos con nuestro hijo en materia sexual a su debido tiempo. De no tocar un tema tabú para nosotros. Muy particular, muy personal para la educación de entonces. Porque en nuestra época la activación sexual en los hombres, corresponde a un ejercicio de machismo inaplazable de la adolescencia. O a un descubrimiento inocente de la niñez. Pero poco al resultado de un aprendizaje en la materia. O hablábamos con un amigo para que a través de una prostituta nos debutara, o facilitábamos la cosa para algún encuentro casual, o alguien encendía una luz para el inicio. Nadie nos enseñó el amor en edad temprana, total, no era determinante en ese momento de la vida. Solo la activación genital y sin consecuencias. El desahogo con lo que se tenía a la mano. A diferencia de hoy, cuando la activación sexual se produce en la adolescencia como un hecho cotidiano y normal. Como una respuesta al propio desarrollo sin mucho detenerse en las consecuencias. Sin mucha formalidad. Y hasta sin fijarse en cuál sexo.”

- ¿Entonces, Rodolfo, deduzco que entendió y comprendió la homosexualidad? …pero, ¿hubiese sido lo mismo si su hijo no se confiesa como tal?... le pregunto, ¿su aceptación es una claudicación ante la fuerza de los hechos, o una actitud reflexionada y aceptada plenamente hoy, frente a lo que ayer no más era para usted una perversión?
- “Un poco de todo, Licenciado. Una claudicación al machismo ejercido por tantos años, en una militancia voceada e irrenunciable. Una reflexión, después de los hechos, que me permitió concluir que no siempre, la homosexualidad es una perversión. Le reconozco que si no hubiera sido por mi hijo, nunca lo aceptaría. Lloré, lloré y aún lloro mucho. Sentí frustrada mi paternidad, revolcados mis principios, atropellados los valores. Hecho añicos el pelotero que imaginé, el galancito del que me sentía orgulloso, el hombre macho que estaba seguro había engendrado y había criado…pero, en sus ojos, en el amor que le tengo, comprendí que había cosas que él había decidido para su vida que yo debía primero respetar y, después, tratar de comprender…como hasta ahora he hecho, aún –le confieso- con cicatrices en mi corazón que todavía sangran. No me siento orgulloso de tener un hijo homosexual. Me cuesta visitarlo en el Norte, donde se quedó, y verlo acariciarse con su pareja…del mismo sexo que él. No me acostumbro a conversaciones para mí típicas de un hombre y una mujer, en dos hombres que hacen pareja. Pero si me siento orgulloso de ser un padre capaz de comprenderlo y aceptarlo, aún a pesar de mis creencias en la materia…y de un dolor que, seguro, nunca lograré calmar del todo”

Me despido de él, reconociendo su inmensa honestidad. Su transparente amor. El resultado reflexivo, maduro de esa feroz pelea, de ese brutal enfrentamiento que ha debido tener entre lo que aspiró para su hijo, y lo que al final...su hijo es. Lo dejo, con su experiencia, sus frustraciones, la serena aceptación de hechos que no puede cambiar aunque muy en el fondo no lo comprenda del todo...nunca. Como de espaldas a su tiempo, a su viento, a sus viejas cosas almacenadas en su moral y en su memoria, y que ya no le sirven de nada. Resignado, como las aves mudas en su adiós infinito de cada tarde y de cada partida. Insomne, como el reflejo de la noche, las sombras de la luna y el olor de los manantiales. Impaciente de experiencia, mendigo de comprensión, ayuno como los monjes del Tibet y los niños muy pobres, tranquilo...con la conciencia satisfecha, el deber cumplido, aún cuando el sueño que fantaseó para su niño, hoy esté frustrado y ausente. Como la risa distante, el triunfo difícil o la gente cuestionadora que le va a recordar que lleva consigo una llaga que cuando la presionan, va a doler siempre. Allí está. Allí permanece. En la nueva acera. En ésa, donde llegó por accidente. De la mano de su hijo, de golpe y con todo el miedo del mundo. Preocupado, sin embargo. Pero ya no por lo que él opine, si no por lo que puedan opinar los demás...que al fin y al cabo, es lo que puede –a su hijo- hacerle algún daño.

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