Sí mamá, Roy me lo hace

(Publicado en el Diario El Informador el 17.09.08)

Sí mamá
…Roy me lo hace

Lic. Víctor M. Barranco C.

Tiene 28 años de edad, pero como mil de experiencia. Conoce el cielo, en la mirada de sus hijos, en la risa de sus padres, en el afecto de sus amigos, en el amor de su pareja. También el infierno, en las agresiones a su vida, en el desamor que lacera y en esas emboscadas que van minando la fe, en medio de las más crueles verdades. Distante del punto de partida, con una cicatriz repasada, vivenciada, exprimida, con un paseo obligado por los charcos, lo escondido, lo aberrado, lo obsceno; con la esperanza arrugada, ofendida, dubitativa, silente, con globos de colores que estallan, que se pierden cerca de sus manos, con solo dos sonrisas pequeñas aguardando, creciendo inocentes vive el peor de sus momentos. Con mil golpes enterrados en el miedo, en la impotencia, en la larga espera de quienes no tienen poder o dinero para aligerar las cosas, con solo un silencio escondido en las sienes, las almohadas, las angustias que la ahogan, la maltratan…con ese dolor de saber que su niña de solo tres años, padece de una bacteria que un aberrado abusando de su condición de confianza le transmitió en un abuso sexual que hoy trauma la vida de toda la familia. Ella que se ha fajado con la vida, quiso que su hija tuviese mejores oportunidades de progreso. Escogió un colegio en el este, cercano a la Avenida Lara, pensó que allí su hija estaba mejor cuidada que en su casa…pero, un día descubrió las consecuencias de una presunta agresión sexual que su pequeña hija en su inocencia relaciona con avances sexuales que, supuestamente, con ella hacía el hijo de la Directora del centro de enseñanza, prevalido –seguramente- de esa condición que le permitía andar a sus anchas por la institución. La Fiscalía 16 conoce del caso y avanza en su investigación. La Directora ha asumido un papel digno de reconocer a pesar que su hijo pudiera estar involucrado. Lo que no sabe es a cuántas niñas le pudiera haber pasado lo mismo, y a cuántas estará por pasarle. Por eso hoy reparte su tiempo peleando, percatándose que no ha dejado de vivir entre cuervos y alimañas que convierten en agresión sus torcidos placeres. Y grita su pena, el contagio venéreo de su hija de apenas tres años para que no solo se haga justicia, sino para que las mamás hablen con sus hijas no importando la edad. Le pregunten si alguien las toca indebidamente, con toda la sutileza que requiere el transmitir confianza a niños de esa edad. Pero también para que las autoridades de la cadena de investigación sean más humanos, menos mecánicos, más comprensivos. Que no conviertan, como a ella le ha pasado, la investigación en otra violación adicional. En otro trauma que sumar a la vida y a la vergüenza.


-Me visita en mi oficina, después de un intercambio de correos
- No pensé que algún día me iba a sentar acá. Siempre lo leo, pero nunca imaginé que algún día acudiría a usted a contarle una historia propia.

- Cuéntame, le digo
- Tengo una hija de tres años. Blanca, con los ojos marrones, muy pila, que habla clarito. Mi segunda hija, Licenciado. Tengo un varón mayor. Soy comerciante, y he ido poco a poco labrándome la vida para que mis hijos puedan desarrollarse en el mejor ambiente. Por eso hice un esfuerzo, y la inscribí en un colegio en el este. Caro. Pero pensé que allí estaba segura, bien cuidada. A tal punto, que siempre dije que allí estaba mejor que en la casa. Más segura, porque yo trabajaba y allí estaba cuidada en todo momento. Que equivocada estaba. Un día, comenzó a emanar un flujo por sus genitales, cosa que me preocupó mucho. La llevé donde el médico y éste me dijo que un flujo en niñas de esa edad, solo lo podían producir una de tres cosas: una infección, que ella se hubiese introducido un objeto extraño, o una agresión sexual. De una vez le dije al médico, descarte la agresión sexual porque ella siempre está conmigo o en el colegio. Y en ambas partes está bien cuidada. Total, le recetó algunos fármacos y el flujo desapareció por lo que pensamos era un proceso infeccioso que se había logrado detener. Una semanas más tardes, el flujo reapareció y esta vez de color oscuro. Llamé a mi ginecóloga y me dijo que eso no le gustaba. Me recomendó a los dos ginecólogos infantiles que hay en la ciudad, pero me recomendó adicionalmente llenarme de serenidad y hablar con la niña para explorar si alguien la había abusado.

- ¿Hablaste con ella? ¿Cómo reaccionó?
- Eso me fue muy fácil. Por todo lo que me ha pasado yo hablo con mis hijos de mis cosas y las de ellos, aunque a veces solo me escuchen o yo a ellos. La abordé con todo el amor que le tengo y le pregunté…mi niña, ¿alguien te ha tocado el coco?...me dijo, “sí, la maestra tal y la maestra cual”. ¿Y eso, le pregunté? “Cuando me cambian o me ayudan a ir al baño a orinar”, me dijo, lo que es natural a esa edad en un colegio. Insistí ¿Y nadie más lo ha hecho? “Sí, me dijo…Roy lo hace. Roy me rasca el coco siempre…él me baja las pantaleticas hasta el piso y me rasca el coco”. Me quería morir, imagínese Licenciado lo que pasó por mi cabeza en ese momento. Sin embargo, llorando, me llené de serenidad como me habían aconsejado y seguí preguntando… ¿y por qué lo hace? ”Porque sí”…”allí mamá tenemos un huequito”… “¿no sabías?” Con la mayor ingenuidad del mundo., Licenciado.

- ¿Qué hiciste?
- Era como la una de la mañana, y llamé al médico que me habían recomendado, pero su teléfono estaba desconectado. Le dejé varios mensajes. Total, a un cuarto para las siete de la mañana de ese día me llamó y le pedí una cita. Me la dio para días después. Le conté por lo que estaba pasando y me pidió que fuera a su consultorio. Habló con la niña. Me dijo, la ciencia médica ha establecido que en materia de hechos sexuales ningún niño menor de diez años miente. Créele lo que dice, porque seguro que es cierto. La auscultó y le mandó a hacer exámenes. Los resultados, una bacteria “G. Vaginalis” que solo se transmite por contacto sexual. A través de algún fluido. No hay forma que se contagie por manipulación táctil, ni por un baño, toalla, ropa, etc. Acá le entrego copia del resultado del examen.

- ¿Cómo reaccionó el padre?
- Bueno déjeme decirle que su padre no es mi marido actual. Aunque es el que ella conoce y quiere como tal. Ella tiene dos padres, el biológico y el que actúa como tal. Sin embargo me aconsejaron que hablara con él, por lo que serían las investigaciones, el proceso judicial, etc. Lo busqué después de mucho tiempo, le pedí ayuda ya que él es el asistente de un conocido empresario en el estado y tiene medios económicos mejores que los míos, pero se desentendió de la manera más vergonzante que pueda haber. Decidí entonces actuar por mi cuenta. Con mi marido y enfrentar todo el proceso con tal que a mi hija se la haga justicia. Aunque sé Licenciado, que con eso no voy a resolver la agresión, ni el posible trauma que pueda quedarle a ella o a mí, alguien debe denunciar este tipo de hechos. Hay mucha violación que se queda en la tristeza, en la intimidad de la víctima por la vergüenza, por el pudor, por el que dirán. Y muchos de los agresores abusan prevalidos de esa impunidad que les otorga el dolor de la víctima y el anacronismo de las leyes que sancionan ese tipo de delito y que hacen de la abusada una especie de blanco desafortunado de nuevas agresiones en el avance del proceso judicial.

- ¿Y desde el punto de vista legal?
- Bueno, introduje la demanda. La llevé donde me pidieron, incluido el médico forense, autoridades policiales y del Ministerio Público y allí creo que hay que hacer una reflexión. Porque los funcionarios de la cadena de investigación que intervienen en un caso como éste, deben saber, primero que hay una niña de por medio, y luego que requiere de algún trato profesional que impida empeorar su situación. Yo llegué a la Fiscalía, y cuando pregunté por la que me tocaba, de pie, sin privacidad nos señalaron como víctimas de una agresión, con la consabida vergüenza consecuente. Entiendo que lo hacen fundamentalmente porque de tanto tratar casos como éstos, no sienten la relevancia particular del mismo. Y hago la crítica de la manera más constructiva posible. Porque por lo demás las cosas han avanzado, la investigación anda, y creo que se van a establecer sanciones. Pero creo que es necesario suavizarle a la víctima el proceso de comparecencias, para que no se conviertan en maltratos adicionales.

- ¿Y el presunto agresor?
- El hijo de la Directora del Colegio, una respetada y reconocida educadora. Un colegio en el este que queda en una de las calles que hacia el norte nacen en la Avenida Lara, muy cera del Centro Comercial Rio Lama. Un muchacho de 22 años que tiene libertad de andar por el mismo y entrar en contacto con los alumnos por su misma condición.

- ¿Hablaste con la Directora?
- Sí. Y debo decir que a pesar de la gravedad de lo que pasaba, y de estar su hijo presuntamente involucrado en la agresión, reaccionó como toda una señora. Con lágrimas en los ojos me dijo, investiguen porque yo no creo a mi hijo capaz de eso. Pero si lo es, yo misma se lo entrego a las autoridades.

- ¿Los demás representantes saben lo que te pasó? ¿Han tomado ellos mismo precauciones? ¿Pudiera haberle pasado a alguna otra niña?
- No lo sé.

- ¿Habías notado algo?
- No. Fíjese que mi hija no se había percatado que lo que le hacían era malo, hasta que se desencadenó el proceso. Por eso creo que debo decirles a muchos padres, a través de usted, que el consejo que me dieron psicólogos y médicos hay que ponerlo en práctica. Hay mucho padre, familiar, amigo de confianza que juega con los niños tocándole sus partes íntimas. Besándoselas. O simplemente preguntando ¿de quién es esto?...pues bien hay que tener cuidado con ello. Pues el muchacho puede estar recibiendo una señal equivocada. Llegar a pensar en su inocencia que eso es cariño, juego, y aceptárselo a cualquier adulto porque forma parte de las caricias que ha aprendido, le proporcionan sus seres más queridos. Hay que instruirlos sobre la función de esos órganos con la claridad y el lenguaje que requiere la comprensión de cada edad. Enseñarles que ningún extraño, ni conocido, puede tocarle por allí. Y que si alguien lo hace, deben contárselo inmediatamente a sus padres. Y cuando lo hagan, si es que les sucede, adoptar las medidas pertinentes. Un niño, y mire que se lo digo yo que tengo esta tormenta en mi vida, nunca debe dejarse solo.

- ¿Crees que se hará justicia?
- Justicia creo que nunca. Es posible que sanción al hecho punible. No puede hacerse nada que repare el daño infringido. No hay pena capaz de establecer equitativamente una correspondencia entre el hecho y la posible sanción. Pero si castigo. Si una sentencia capaz de desanimar a unos, y a obligar a otros a ser más responsables y más vigilantes en el ejercicio de su magisterio. Y a los padres que vean este ejemplo, el mío, el de mi niña, el más doloroso, el más traumático, el más vil...pero ejemplo al fin y al cabo, para que se miren en este espejo maltrecho, en este horror de la vida, en esta consecuencia de la aberración para que no se confíen. Pregunten, averigüen, estén pendientes. Que después, no hay nada que serene el alma, ni borre la cicatriz que un hecho como este produce.

Con la esperanza -muy en el fondo de su intimidad- de alguna mañana nueva, asomada, presentida, deseada, anunciada en sus noches de mayor escalofrío se despide de mí. Con esa nueva tristeza que padece, que respira, que envejece, con una pena grande que señala, que lastima, que estremece. Hoy tiene una sola meta, un solo norte, una sola vestimenta emotiva que aunque llena de remiendos, apretones, laceraciones, cicatrices y la sonrisa olvidada en cualquier día de su pasado, llena sus bolsillos de rabia positiva para aguardar alguna satisfacción que enmiende. Para emprender de nuevo el viaje de la vida, pero sin tanto padecimiento. Llevar a sus niños a lo teóricamente bello, allí donde una vez ella misma cosechó sueños… o simplemente, por ahora, preparar el equipaje para otras experiencias lejos de ese conocido silencio, de esa repetida lágrima, de esa familiar agresión, de esa frustrante dificultad vivida por tanto tiempo. Y que su hija, su bella hija de ojos marrones pueda, algún día, borrar el trauma del tormento y volver sin demasiadas consecuencias a protagonizar algún libro hermoso de cuentos.


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