Soy un cobarde

(Publicado en el Diario El Informador el 24.09.08)

Soy un cobarde
a tiempo completo

Lic. Víctor M. Barranco C.


Fue precoz en su sexualidad, y aunque le gustaban las chicas desde muy pequeño, había algo en él que le indicaba que no era su sexo físico el que correspondía a su actitud de entonces. Entonces, despreciando las costumbres, su propia identidad, el significado habitual de lo que era, con gestos, muecas, simplezas...comenzó a escribir epitafios en su mente para el deseo que debía corresponderle. Luego trataría de convencerlos a ellos, los que gritaban su risa, su burla, a veces su amor; los que padecieron con él lo asumido en silencio, los que le permitieron ir descubriendo a tientas, sobre lo escondido, sobre lo socialmente vergonzante… lo que era considerado por ellos, los enseñadores de siempre, como moral y socialmente pervertido. Con una rebelión adentro por ese enfrentamiento entre su sexo y su cerebro, por la muerte o la vida simple de principios y sumisiones, sintió que en el disimular había un gesto mucho más corrompido que el de la verdad. Que era viciarlo todo, solo por la satisfacción de ellos, los maestros eternos, los engendradores de cuentos, los que no padecen las consecuencias...solo las elaboran. Los que le sembraron dolores y miserias, los que lo obligaron a amar en público de una determinada manera, haciendo del amor una tortura. Los que mancharon sus trenes, sus cuadernos, sus chupetas, la vieja caja de sus chocolates, los que desvirtuaron su primer instinto, los que desde una sola visión de la vida pretenden hacer autopistas sin conocer las calles, los caminos, las aceras. Los que saben mucho, pero callan. Los que por una malentendida virtud ensayan orfeones de miseria en esas máquinas del tiempo donde solo el ayer existe. Donde ellos, los que no quieren entender, los evadidos de siempre, critican solo los inviernos ajenos. Por eso, le resultaba difícil saber si era al fin hombre o mujer. Resolver esa interrogante de rigor, cuando debía asumir su identidad aparente, la única socialmente aceptada. Con un concepto amargo del recorrer la incomprensión, la impotencia, la permanente frustración, con una huella perversa que lo embosca cotidianamente…siembra una luz en el cuarto aquél, cómplice de su secreto, donde da lecciones a su espejo que alguna lágrima de vez en cuando interrumpe, para humedecer y empapar de impotencia… su orgía de silencios.

-Luego de varios correos, donde lo que más me exige es la confidencialidad de su nombre, acordamos por fin una entrevista. Se llama José y es alto funcionario de una Universidad me dice, y me comienza a contar su historia
- No es fácil sentarse acá y contar lo que uno ha callado por tanto tiempo, me dice.

- Tómate tu tiempo, y si quieres hablamos de cualquier cosa y dejamos para otro momento lo que te trae a mi oficina
- No Licenciado, me costó mucho dar este paso…y es ahora, o nunca.

- Bien, como quieras
- Yo fui muy precoz en mi sexualidad. Me gustaban mucho las chicas, desde muy pequeño. Tanto, que quería ser como ellas. Desde los 7 años de edad, tomaba a escondidas ropas de mi hermana mayor, me las ponía, y comenzaba a desfilar frente al espejo…pensando que era una mujer. Tratando de ser como mí hermana. Incluso, más de una vez me puse la ropa interior de ella para ver cómo me quedaba. Cuando cumplí 12 años, hoy entiendo que como escape, comencé a disfrazarme en carnaval de mujer. Me maquillaba, me colocaba peluca, senos postizos que yo mismo fabricaba. Pero en ese momento, no entendía que tenía un problema de sexualidad. Lo entendía como una broma y mis amigos y familiares también. Papá, que siempre me observaba, un día me dijo… ¿qué te está pasando? ¿Por qué siempre de mujer? Cuidado y te me estás volviendo maricón! Tuve novia, me casé….pero la debilidad por las pinturas y el vestirme de mujer, nunca la superé. Incluso cargaba una bolsita oculta en mi carro, con disfraces de mujer y todo un surtido de maquillaje. Una vez tuvimos un accidente automovilístico, y se vaciaron los potingues que cargaba…para colmo, andaba con mi esposa.

- Y ¿cómo reaccionó ella?
- Ella me conoce desde muy joven y sabía mi afición “sana” de disfrazarme de mujer. Sin embargo comenzó a preguntar cada vez con más frecuencia el por qué yo no abandonaba esa afición. Que estaba bien de joven. De jodedera. Pero no a mi edad, casado y con dos muchachos. Que algún día a mis propios hijos no les iba a gustar.

- Y tu vida de pareja con ella ¿cómo era?
- Al principio normal, como toda pareja. Con una actividad sexual promedio. Luego del primer hijo fue disminuyendo, y luego del segundo era casi inexistente. No me atraía físicamente. Pero me parecía normal. Ocho años de casado, dos hijos, ya la pasión no era la misma…era yo negándome a aceptar la realidad Licenciado. Peleando por mantener una apariencia que cada vez me atormentaba más. Y que cada vez se hacía más difícil de sobrellevar.

- ¿Cuándo se enteró ella?
- Un poco después que para mí se hizo claro. Cuando no tuve dudas que no era una “joda” como me decían mis amigos, si no que me sentía mujer, aún cuando no había tenido en mi vida ninguna relación homosexual, ni siquiera por curiosidad o como parte del disfraz que hasta entonces me justificaba. Hablé con ella. Me sinceré con ella. Y lloramos. Lloramos mucho. Le pedí perdón, pero también que me entendiera.

- ¿Cómo lo tomó?
- Primero con tristeza. Después con rabia. Se que hacía un esfuerzo por comprenderme. Por no decir nada que pudiera ofenderme. En medio de su tragedia, consecuencia de la mía, hizo del amor muletas, bastón, silla de ruedas para recuperarse y tratar de entenderme. Me dijo que si no me atraían los hombres hasta ese momento, que si no había tenido ninguna relación homosexual, yo podía restablecer mi sexualidad. Que ella estaba dispuesta a ayudarme. Que lo hiciera por nuestros hijos. Que me pusiera en su lugar. En las burlas que recibirían en el colegio. En el trauma de aceptar algo que todos habían caricaturizado de manera perversa. Que ella guardaría silencio. Que me apoyaría. Que renunciaría al poco sexo que teníamos, si con eso ella ayudaba. Que lo pensara por unos días y luego hablaríamos de nuevo.

- ¿Qué hiciste en el lapso de la espera?
- Llorar. Ya no era solo el problema de querer ser mujer frente a todos, que era algo que sentía que la naturaleza me había negado mezquinamente. No era solo el no desear a la mujer con la que me casé y que me daba una demostración de amor tan grande. Ni tampoco el que podía llegar a ser el hazmerreir de mis hijos…sino que era yo, en medio de la llovizna. Yo, en medio de un deseo inacabado, teniendo que decidir entre lo que quería hacer, y lo que me convenía hacer. Era el renunciar a lo que sentía, a lo que deseaba, a lo que mi cuerpo, mi carne, mis hormonas, mi piel…me pedía. Era el seguir siendo el hombre de la casa, continuar con esa gran mentira, cuando era feliz con un lápiz de labios y una peluca roja medio despeinada. Era también escoger entre mi felicidad y la de mis hijos a quien amo profundamente. Entre mi deseo y la amargura de ellos. Entre mi libertad, y su confort.

- ¿Qué decidiste?
- Seguir siendo un macho…delante de la gente.

- ¿Sólo delante de la gente?
- Sí Licenciado. Porque en el fondo de mi corazón soy una mujer. No una marica. No un homosexual. Una mujer con cuerpo de hombre. No atrapada en ese cuerpo, porque pude haberme zafado y fue decisión mía no hacerla. Atrapada en medio de una hipocresía social de marca mayor. De unos cánones que quienes más los violan, son quienes los predican y los condenan. Atrapada en medio de un amor equivocado, pero que me acompaña y me da fuerzas más allá de la ausencia de alguna atracción sexual.

- ¿Cómo es eso que te sientes mujer, y no te atraen los hombres?
- Quizás porque la necesidad de ocultarme, no me dejó plantearme nunca el sexo como complemento de lo que yo requería. Quizás porque en medio de la rigidez que tuve que imponerme para que no me descubrieran, esa era una debilidad que me hacía frágil frente al mundo externo. Quizás porque era un gesto que en alguna manera compensaba a mi esposa el sacrificio que estaba haciendo y que, aún hoy día, hace. Quizás porque no habría podido verle la cara mis hijos. Hacerles cariño después de una relación de este tipo. Quizás, porque dentro de todo, soy un cobarde a tiempo completo.

- ¿Alguien, aparte de tu esposa, sabe de tu travestismo?
- Sí. Un amigo muy cercano. Padrino de uno de mis hijos, con quien comparto muchas cosas. Y un travesti a quien conocí por los lados de la Avenida Pedro León Torres y que se ha convertido en mi amiga

- ¿Un travesti a tiempo completo?
- Sí. En medio de mi confusión quise hablar con alguno que lo fuera para ver si me ayudaba a ubicarme. Sabía que por la Avenida. Pedro León Torres y por la carrera 19, siempre hay alguno que otro que se prostituye. O que se siente artista y hace shows imitando a cantantes famosas. También cerca de la Plaza San José hay peluquerías que son regentadas por travestis que lo asumen sin problemas. Para mí, en ese momento, lo más fácil y lo menos temerario era contratar a una de ellas, lo que me permitiría ahondar en el problema sin riesgos. Tomé mi carro, y después de varios intentos en los que desistí por miedo, contraté a uno de ellos, o de ellas. Fuimos a un hotel y tomándonos unas cervezas, me dijo: bueno vamos a lo que vinimos que solo tienes una hora contratada. Me llené de valor y le expliqué que le iba a pagar hasta dos horas, pero no por tener sexo...sino por hablar con ella.

- ¿Se sorprendió?
- No. Me dijo que muchos hombres lo hacen. Que no era nada extraño para ella. Casi todos los que acuden a un o a una travesti lo hacen porque tienen una confusión en su sexualidad. Claro, otros lo hacen por curiosidad, por perversión, por morbo….hablé con ella y le expliqué. Me preguntó muchas cosas. Me dijo que ella se había ido de su casa a los doce años por el maltrato de su padre al verla en actitudes femeninas. Que se alistó en el ejército para ver si cambiaba, pero allá fue un infierno. Que en medio de su peladera cayó en manos de un explotador sexual quien la prostituyó…y que ahora ejerce por cuenta propia. Aunque de verdad que conmigo hizo de psicóloga. Me dijo que yo no era un travesti, al menos como ellas los conocía. Que la sexualidad formaba parte del serlo, y a mí eso no me llamaba la atención. Que mi problema era de identidad y no de sexo. En fin, hablamos mucho y cada vez que me siento mal, la busco, le pago la consulta, y ella me oye y me cambia el ánimo.

- ¿Qué vas a hacer con tu vida?
- Seguir viviendo en medio de todos mis sobresaltos. Me falta audacia para ser mujer y definitivamente no soy homosexual. Debo, ante la sociedad, seguir siendo hombre. Porque no es verdad que las parafilias han sido entendidas. Hay mucha gente mala. Sobre todo quienes se dan golpes de pecho en las iglesias. Esos son las peores, los más intransigentes. Todos andan buscando de qué pie uno cojea, para entonces cebarse justo allí, donde saben que pueden hacer más daño. Yo, Licenciado, voy a seguir viviendo mi vida de embustes, oxigenándome con el cariño de mis hijos para quienes es un orgullo afirmar que su papá, es un palo de hombre. Para que en la Universidad, donde dirijo una de las oficinas, todos sigan diciendo que José es bien arrecho. Para que mi mujer siga viendo eso que quiere ver, y no lo que en realidad soy.

- Por qué este contacto conmigo?
- Por lo que vienen todos, según leo. Para gritar desde esta ventana, su desgracia. Para reflexionar con usted y con sus lectores, de la manera hermosa y respetuosa que usted y El Informador permiten hacerlo. Para que quienes estén en mi misma situación, sepan que hay otros acompañándolos en su tragedia de identidad. Para que quienes se burlan, porque alguien se viste de mujer, sepan que no es una mariconería, que no es una perversión –al menos en la mayoría de los casos- que es un problema de identidad, que trasciende la propia voluntad. Que lo más que uno puede es moderarlo. Domesticarlo. Someterlo a censura…pero nunca, reprimirlo. Que a veces es peor su ignorancia, que nuestro padecimiento.

Se despide. Me aprieta la mano firme, como para que no tenga dudas de que debo creer que él es lo que parece, y no lo que siente que debe ser. Liberado, aunque sea por minutos, de la prisión perenne, exhumado de ese camposanto moral al que valores sociales lo han condenado, donde yace la música, la verdad, la libertad, la autenticidad, el querer ser, rescatado por su mujer de todos los temores y todas las angustias parte sin norte, sin sur, con una guía frágil que siempre termina en la Avenida Pedro León Torres, o delante de un espejo, pero siempre, a espaldas de sus hijos, de sus amigos, de quienes le conocen…a trasegar falsos colores y a cultivar viejos silencios. Solo, despojado de las sombras, con ese invierno de siempre encharcando la conciencia, renunciando cada hora, cada minuto, cada segundo al sitio donde nunca llegó, quizás por ese mismo miedo de tener que comenzar de nuevo en medio de la mentira, otra vez… uno y otro día.



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