Nadie le arrojó un salvavidas

(Publicado en el Diario El Informador el 18.06.08)
Nadie le arrojó
un salvavidas

Lic. Víctor M. Barranco C.

Tenía tan solo 18 años. Justo cuando debía acumular amaneceres, el atardecer regó su vida de tristezas. Un mundo de problemas y confusiones, marcó la señal de su partida. Su niñez, que debió ser de amor, solo fue de penurias y frustraciones. Le dieron todo, menos afecto. Detenido en sus insomnios, preso de su ira, reo de la confusión, no avanzaba. Era como los ríos que parece que pasan, pero siempre están ahí frente a nosotros con todo su caudal. Con la mudez propia de los condenados al nacer, esos que son capaces de sembrar tristezas en el sitio donde nacen los caracoles, trataba de explicarse el por qué él. Con esa melancolía propia de los derrotados, el sembrador de espejos hurgaba caminos que lo llevaran sin demora hacia esa figura gris de azadón en mano y astrales comienzos. De frente, como todos aquellos a quienes está dado el perder como cotidianidad, escribía en sus cuadernos epitafios de reveladoras prosas, cuando frente al papel desnudaba su angustia sin que nadie se percatara de ellos, simplemente porque nadie estaba pendiente de él, o porque a nadie le importaba…en ellos, siempre, se refería a lo que un día haría después de la siesta. Retenido por el partir de las luces, en su hora más triste, el pasajero voluntario hacia el viaje eterno detenía su marcha en los ojos de aquella, la única, que le aportaba mañanas para cada invierno de su noche vieja…la muchacha que hacía los trabajos domésticos en su casa. En la víspera, como había prometido en sus cuartillas embadurnadas con su dolor pero que nadie había tomado en cuenta, con el ánimo de la sorpresa, la maraña de lo inesperado transformó el reflejo de la luz en crepúsculo de grises, y el plomo frío de estruendosa partida se tiño de rojo, en la búsqueda de sus huesos. Tenía su vida como meta. Luego solo el silencio. El mismo camino, el mismo cuarto y un reencuentro de quienes advirtieron pesarosos lo que hubieran podido evitar, y que dio paso al morir de las mariposas en aquel disparo que significaba el resumen de todos sus fracasos; ese final definitivo de su propia autoría, la rúbrica de su venganza, el epitafio de su dolor, el boleto de su partida, la lucha por el desamor… Cuando sus padres corrieron a su cuarto, el todavía vivía. Les pidió perdón. Y extasiado con la eternidad, cerró los ojos lentamente para emprender, frente a ellos y sin ninguna otra interferencia, reproche o reprimenda su nuevo sueño….esta vez, también sin compañía, pero para siempre.

-Muy joven ella, de negro todavía, me requiere en un centro comercial de la ciudad
- Señor, ¿es usted el que escribe los miércoles en El Informador? ¿Es usted el Lic. Barranco?

- Sí, ¿por qué?
- ¿Me puede atender un momento? Necesito hablar con usted, que le cuente una historia familiar al mundo, solo para que padres e hijos se vean en ese espejo y puedan, como no pudimos hacerlo nosotros, evitar una tragedia.

- Así comenzó una larga conversación sobre un primo suyo, que se había suicidado a los 18 años...
- Un primo mío, Rubén, de apenas 18 años se quitó la vida de un disparo hace apenas un par de meses. Usted no sabe las veces que a los adolescentes les pasa eso por la cabeza. Y creo que está en los padres el poder evitarlo, solo si están cerca de sus hijos. Pendiente de lo que hacen, lo que escriben, lo que sienten. Ojalá y usted pueda contar su historia en El Informador, como lo ha hecho con tantas otras, para que muchos padres sepan cómo… a veces ellos, por omisión, pueden ser corresponsables de una tragedia como ésa.

- ¿Lo querías mucho?
- No que va, y eso es lo que más me duele. No nos llevábamos nada de bien. Nunca nos entendimos. Más bien chocábamos. Siempre teníamos problemas cuando nos encontrábamos, por lo que prefería evitarlo. No entendí en su momento que su hosquedad era un mecanismo de defensa. Una repuesta inconsciente al infierno que llevaba por dentro. Que lo que quería era llamar la atención. Que alguien le preguntara por qué era como era. Que le arrojarán un salvavidas. Algo que lo salvara. Y en vez de ayudarlo. En vez de tenderle una mano, lo rechacé como lo hicieron todos. Quizás haciéndolo sentir más solo y colaborando de alguna manera en lo que fue su trágica muerte. Por lo que me he propuesto reivindicarlo. Que no cargue solo con la culpa de lo que hizo. Que otros como él, descubran una ventana por donde saltar y salvarse. Por eso he querido hablar con usted, y sería Dios, o él mismo quien me lo puso en el camino.

- ¿Cómo era su ambiente familiar?
- Sus padres eran separados. Y trataron siempre de cubrir la falta de atención, colmándolo de regalos. El siempre estaba solo. No tenía ningún tipo de afecto familiar. Cuando la mamá se casó de nuevo, dejó de tener hogar. Ni papá, ni mamá se lo llevaron con ellos. Prefirieron emprender sus nuevas uniones sin estorbos. Fue para él un rechazo difícil de superar. Nunca entendió como su papá y su mamá, rehicieron su vida, sin percatarse que lo habían traído a él al mundo. Sin preocuparse por el hijo que habían tenido. Lo mandaron a vivir con la abuela. La pobre más de allá que de acá, poco pudo ocuparse de él. Creció sin figura paterna o materna. Sin la disciplina de un hogar. Sin control…pero también sin amor, sin afecto, sin que nadie le ayudara en sus tareas. Sin que nadie le diera un abrazo cuando sacaba buenas notas. O le llevara a comprar ropa. O le acompañara en sus primeros paseos, o le contestara sus primeras preguntas

- Y ustedes, el resto de su familia…
- Como muchas familias, sin meternos en nada. Viendo los toros desde lejos. Con aquél prejuicio de…no te metas que ese no es tu hijo. Ellos verán cómo lo hacen. Dejando pasar el tiempo, aún viendo cosas extrañas. Mi hermana, que si estuvo cerca de él, me decía que Rubén siempre escribía sobre la muerte. Que ella se asustaba mucho cuando él le mostraba sus cuadernos, dibujos y cuentos que eran referidos a ese tema. Una vez se lo comentó a los tíos, a los padres de él, y éstos solo le dijeron...no te preocupes, es que Rubén es medio loquito. Esas son cosas de los rockeros...qué va a estar pensando ese muchacho en la muerte con todo lo que nosotros le damos.

- ¿Cómo era él?
- Triste. Reservado. A veces huraño. De mal carácter. Últimamente le había dado por pasarse de tragos en las fiestas. Tenía unos amigos que no le ayudaban mucho. Lo hicieron torcer su conducta. Se volvió rebelde. Malcriado. Incluso, a veces ni siquiera llegaba a dormir casa de la abuela. O la engañaba. Decía que se iba a acostar, y una vez que la abuela se dormía, salía de la casa y así ella no se enteraba.

- ¿Algún amigo cercano?
- Si, la muchacha que trabaja como doméstica casa de la abuela. Ella que no tiene hijos, lo acogió como tal. Lo atendía en la enfermedad, lo consolaba en su tristeza, le alcahueteaba sus cosas de muchacho, lo premiaba cuando hacía algo bueno…pero no podía pasar de allí.

- ¿Ella no advirtió su deseo de suicidarse?
- Yo creo que sí. Pues ella trató por todos los medios que su papá o su mamá lo acogieran en su casa. Ella nos llamaba a los primos para que compartiéramos con él cuando estaba deprimido. Ella incluso, lo llevó a su iglesia para que hablara con su Pastor y lo orientara. No estoy segura que así haya sido, pero de que sospechaba que algo andaba mal…lo sospechaba.

- ¿Qué dicen sus padres ahora?
- Se echan la culpa mutuamente, en vez de asumir la cuota parte que a cada uno le corresponde. No asumen directamente el grado de responsabilidad que puedan tener, si no que tratan de enróstraselo al otro. Sin embargo, cuando el raciocinio les acompaña, que es muy pocas veces, suelen reflexionar sobre lo que le negaron a Rubén, por ocuparse de ellos. Es que los padres que se divorcian, si bien piensan en los hijos, a veces los colocan después de su nueva pareja. La pasión del amor de pareja, a veces sacrifica el amor del hijo. El recurso de los abuelos, si bien un auxilio en un momento determinado, no puede suplir la obligación que tienen los padres para con los hijos. A veces los padres no miden el daño que hacen cuando no acompañan al hijo a un acto en su escuela. O no celebran algún triunfo de ellos por pequeño que sea. A veces los padres por sus ocupaciones no valoran la importancia de la sola compañía. Del abrazo espontáneo, de la preocupación diaria. Mucho menos el daño que a veces hace un castigo injusto, o la responsabilidad de una ausencia cuando el hijo grita por una simple compañía. Le parecerá mentira Licenciado, pero a veces los hijos nos preocupamos cuando creemos que nos van a regañar por algo malo que hicimos, y no pasa nada. Es como si no importáramos. Creo que Rubén lo último que hizo en su vida fue para llamar la atención: Se portaba mal, se rebelaba solo para pedir que se percatarán que él existía. Era como un grito pidiendo ayuda. Como un llamado de auxilio que nadie escuchó y mucho menos atendió. Creo, después de esa experiencia amarga vivida, que a veces los hijos se desvían para llamar la atención de los padres. Para que los cobijen. Para que los protejan. Para que los cuiden. Cuando esas alarmas se encienden, se hace harto necesario que sean atendidas. Pues, seguro que algo malo está pasando.

- ¿Cómo sucedió todo?
- El tenía varias noches mal. Incluso una vez lo consiguieron solo en el suelo en la calle del hambre pasado de tragos. No hablaba casi con nadie. Mi hermana me dijo que una semana antes de la tragedia, la abrazó y lloró abrazado de ella sin razón aparente. Le dijo, tú eres feliz pues tienes a toda tu familia en casa, agradécele eso a Dios. Ella trató de explicarle que él también tenía una familia que lo quería...pero no la dejó hablar. Solo la abrazaba duro y lloraba. En esos días le pidió a su papá que se tomarán unas cervezas juntos como amigos, y el papá le dijo que después, que él estaba muy ocupado. Que se divirtiera con amigos de su edad. Llamó a su mamá para que pasaran un fin de semana juntos en la Colonia Tovar que él adoraba, y la mamá le dijo que tenía un viaje con su esposo a Mérida y no podía.

- Se le fueron como cerrando los caminos del afecto...
- Más bien fue confirmando cuán cerrados los tenía. Yo creo que esos caminos no los tuvo abiertos nunca. Creo que en su desesperación final, debió sentir miedo. Ganas de devolverse de esa decisión que le rondaba por la cabeza, e intentó agarrarse de alguna posibilidad de amor, de compañía de sus padres...y éstos, nuevamente le fallaron. Creo que después de eso fue que tomó su decisión. Una noche se fue a tomar con sus amigos, regresó algo pasado de tragos, se encerró en su cuarto, colocó música metal y al rato, se escuchó un disparo…..era Rubén que había escogido esta vez, el camino del descanso. Agonizó durante varias horas. Cuando llegaron sus padres a verlo, aún estaba vivo. Los vio, les pidió perdón, y se murió. Estaba como esperándolos. Los médicos aún no se explican cómo sobrevivió casi un par de horas, y además pudo hablar…definitivamente los caminos de la justicia divina son infinitos e inexplicables.

Había descansado. A la vez que había creado una angustia ajena. Quizás hubiera sido más fácil hacer reflexionar a sus padres diciéndoles todo lo que sentía. Pero no fue así. Despertó en ellos culpas, les hizo aprender una lección, a un precio demasiado alto. A partir de ese momento, no hubo más fechas, ni dimensiones del tiempo. Se fue al Sur, a la tierra, donde por fin puede reposar la huella que le conducía inexorablemente hacia el fin, esa hoguera del cansancio que le carcomía los viejos zapatos de recorrer tempestades, a los 18 años, sucios de tanto tiempo vivido. En su orgía de tristezas, descubrió un mundo distinto, hecho para una soledad muy diferente a la suya. Por ello en su verdad de diario, la que tuvo que afrontar desprovisto de afectos, un fracaso perenne cubrió siempre de dudas el frágil saco de sus huesos que, aturdido por la no respuesta de sus seres queridos, le obligó a caminar adelante, pero sin norte, como los evadidos de siempre. Fugitivo de la vida, expió su culpa convocando a la muerte, descubriendo quizás que el engaño solo se compensa en el forzar experiencias ajenas. Reo de mil inconsecuencias, apeló al arma como argumento y en el compendio de sus pesadillas, acabó con cualquier nueva primavera. Con un rojo en su piel, alcanzado por el desasosiego que recorría esa noche todo su cuerpo, disparó...y se dispuso entonces a emprender por su propia voluntad un desconocido viaje de manos de las siniestra figura gris que, en su última asfixia…paciente, lo esperaba.

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