Mi hijo

(Publicado el 14.11.07)

Mi Hijo
ha llegado a pegarme

Lic. Víctor M. Barranco C.

A pesar de apenas trasponer la cuarentena de años, ya siente que es tarde en su vida. En su día a día habita un ocaso haciéndole antesala al dolor, a la nada, a ese soñar insomne de quienes han olvidado el sitio del afecto, del filial, del consanguíneo…de ese amor de hijo del que nadie duda…o nadie debe dudar. Pero para ella en el lugar donde debiera habitar sin límites ese cariño…hay una rendija íntima por donde se cuela el horror…personificado en el más sorprendente castigo.
Ya no tiene tiempo para tristezas, a pesar que día a día se tropieza con ellas. Ni para el amor. Ni siquiera para una eventual alegría. Desde que su hijo la maltrata físicamente, solo tiene tiempo para el gris, para la noche, para aquella pesadilla que la obliga a mirar hacia adentro, hacia su sangre, hacia su vida…a veces con repugnancia. Nunca pensó que el amor de su vida, le alzaría la mano. Por eso, desde que pasó la primera vez, y todas las veces que después se ha repetido como cruz maldita; ha renunciado a las flores, los cantos, el día de la madre, los domingos familiares. Cuando el castigo se repite y de tanto maltrato ya la piel no duele, sino el alma…cuando hay una verdad que aunque quiera ocultar, es capaz de ensombrecer hasta la fe en Dios y en el prójimo…solo piensa y se pregunta por qué le tocó a ella ese camino. Por qué Dios les sembró a otras, y no a ella, los nardos. Por qué para otras el calor, y para ella solo el frío. Por qué sus huellas distintas, a las de otras…Por qué Dios no le llegó al principio...por qué solo espera al final…por qué otras tienen razones para sentirse orgullosas de ser madres, y ella solo tiene el dolor del maltrato y esa vergüenza de la consecuencia de serlo. Son muchas las preguntas sin respuestas. Muchas las veces en que ha tratado de comprender a su hijo, sus rabias, sus debilidades…esos arrebatos que lo transforman en un monstruo frente a su propia madre. Ella, quien ha leído mucho sobre violencia doméstica, siente que pocos hablan de la violencia que a ella le tocó. La del hijo con la madre. La de su propia carne y su propia sangre, violentando afectos, principios, enseñanzas y costumbres para ensañarse y hacerle daño a quien no aspira sino quererlo para bien. Pero no lo denuncia porque tiene miedo a que le hagan daño en una prisión…o lo que es más grave y no confiesa, que se torne más duro, más bravo, más vengativo y la próxima vez sea mucho peor…trágicamente peor. Por ello quiere salir del escondite, de la espera, mostrar a otras su camino, las huellas en su carne, las cicatrices en su corazón para que no les pase lo que a ella…que solo tiene caracoles partidos, como enmarcando en nácar aquellas arrugas que –como mapas- conducen al sitio de su miedo, de su escalofriante verdad, de la mentira en que vive, de aquel grito permanente que, después de crecido su hijo, hoy tiene como vida...cuando solo el lodo empapa el destino. No hay razones, ni doctrinas, ni ilusiones, ni siquiera el instinto alumbrando sus sombras. Solo amapolas, lianas, bejucos, y muchos fantasmas espiando sus noches. La difícil realidad de un hijo que la maltrata, y que convierte en cada rabieta a su mundo entero… en un peligroso torbellino.

- Aquí estoy, le digo…atendiendo a su llamado
- “Gracias Licenciado, no sabe cuántos meses tengo pensando si lo llamo o no. Cuántas noches he decidido que sí, y luego a la mañana siguiente me arrepiento y no lo hago.”

- Bien...¿en qué la puedo ayudar?
- “He venido leyendo sus trabajos los miércoles en El Informador, lo he visto abordar la violencia doméstica en dos oportunidades. Con el esposo que maltrataba a su esposa, y con el padre que castigaba indebidamente al hijo. Creo que le falta una, la más cruel de todas. La más aberrada e incomprensible de todas. La que yo he estado viviendo los últimos cinco años…la del hijo que maltrata a su madre. La de quien olvidando todo instinto, todo escrúpulo, toda ley natural, se convierte en Satanás y se vuelve violentamente contra su propia sangre. A mí, mi hijo ha llegado a pegarme”

- ¿Cómo es éso?
- “Así como lo oye… Mi hijo me pega. Todo comenzó cuando tenía él como doce años, ya casi va a cumplir los 18, y una camisa que le gustaba mucho, se la quemé con la plancha…fue tal su rabia, tal su enojo, que si bien no me pegó en esa oportunidad, me lanzó la camisa en la cara y se fue de la casa por más de dos meses. Luego de que su madrina interviniera, regresó. Me pidió perdón, y yo lo perdoné. Incluso le alcahueteé cosas que hoy pienso que no debía, solo para que no se enojara y se fuera. Solo porque yo era padre y madre y él era mi cariño único. Mi único amor. Lo único mío en medio de una vida de grandes desafectos. Pero él cada vez se fue haciendo más rebelde. Primero me gritaba. Luego me ofendía...hasta que, creo yo, adivinó el miedo que yo le tenía. Una vez, le boté unas cervezas que tenía en la nevera ya que yo sentía que, a su corta edad, estaba haciendo de eso un vicio inconveniente...y se molestó tanto, que de la palabra pasó a los hechos. Me dio un par de cachetadas, con las que me tumbó…y salió de la casa, sin siquiera preocuparse de lo que podía haberme sucedido. En la noche cuando llegó, ni hablamos del incidente...como si nada. Ni él lo hizo, ni yo lo hice. Hicimos como si no hubiese pasado…creo que allí también me equivoqué. Fui casa de un hermano maestro, y él me aconsejó un amigo orientador. Fui donde él, y me dijo que quien debía tener orientación era mi hijo y no yo...que en todo caso, los dos juntos. Pero imagínese Licenciado, cómo se lo iba a decir, si yo ya lo había perdonado en mi corazón... Así que callé, y dejé pasar. Meses más tarde, encontré unos cigarros raros en su camisa, ni siquiera lo regañé, solo le pregunté que era eso que cargaba, y sin ton ni son, me aflojó un golpe en el pecho que me hizo perder el aire. Yo creía que me había matado. ”

- Me imagino que allí si reaccionaste
- “Así fue. Llamé a un tío suyo y le conté. El vino el sábado a primera hora y lo confrontó. Cuando mi hijo quiso violentarse, le pegó. Allí se agarraron y el tío llamó a la policía, quien vino y se los llevó a los dos. En la noche los soltaron y mi hijo llegó a casa y ni habló. Se acostó, y como a las 10 de la noche se paró y llegó hasta la salita donde estaba viendo mi novela, y me pidió perdón. Me dijo que más nunca lo haría...y yo le creí. A tal punto que el día Lunes, cuando acudí a la cita que tenía ante las autoridades por la denuncia del tío, les dije que todo había sido un malentendido y que mi hijo nunca me había hecho daño…después inferí, amargamente, que aquella petición de perdón solo aspiraba a que yo no ratificara la denuncia. Pues después de ese fin de semana como hijo ideal, volvió a ser el energúmeno que siempre había sido...a tal punto que ya me pega por cualquier cosa. Por dinero, porque no lo atiendo rápido, porque no dejo de hacer lo que estoy haciendo para hacer lo que él quiere…a veces digo yo, que solo por ganas o porque está enfermo.”

- ¿No ha intentado que lo vea un especialista?
- “Sí, más de una vez. Pero para que usted vea, he llegado al convencimiento que mi hijo no está enfermo, sino que es malo, así, sencillamente malo. Herencia de su padre que es un borracho consumado. Que goza viendo sufrir a los demás, haciéndoles sentir su superioridad. Mire, es tan así que tiene una mujercita, una niña que debe tener como 17 años, a quien ha convertido en su servidora. Y cuando no lo complace, le pega también. Creo que anda en malas compañías, Creo que bebe demasiado y ha perdido el control de sus actos. Pero yo no le insisto más, tengo miedo que un día se le pase la mano y me mate.”

- ¿Cómo la puedo ayudar?
- “Publicando mi historia. Sin nombres. Por eso no le voy a decir dónde vivo. Para que otras reaccionen a tiempo. La agresión de hijos a madres es más frecuente de lo que usted cree, y de eso no se habla. A mi se me pasó el tiempo de poner remedio a esta situación que padezco, pero sé que muchas madres que al igual que yo piensan que eso es un desliz la primera vez que pasa...deben reaccionar y saber que no lo es. Que si se consiente la primera vez, las que vienen serán mucho más graves. Que busquen ayuda, que no se dejen ver el lado blando. Que no les descubran el miedo. Que no dejen que se repita. Que si se tolera una vez, habrá entonces que vivir con eso….o como yo, esperar en algún momento morir por eso.”

- ¿Lo sigue queriendo?
- “Lo adoro. A tal punto que ya lo he perdonado. Que sigo dispuesta a hacer lo que sea por él. A seguir a su lado aunque signifique un riesgo. No tengo a más nadie, Licenciado. Y a él, lo quiero y lo acepto con todo y maleta, con lo bueno y malo que tiene. Creo que ese es mi destino, y que yo por no actuar a tiempo, algo tengo de culpa. Yo voy a seguir cargando mi cruz en silencio…porque me muero si me lo llevan preso.”

La veo en su angustia, en esa perversa historia de la que es obligada protagonista y me vuelvo a preguntar ¿dónde nos perdimos como gente? ¿Dónde se trastocaron los valores? ¿De quién es la culpa? Y lo que es más grave ¿hay solución, o como sociedad y como familia, vamos a seguir empeorando? O tenemos que vivir como ella que solo puede seguir llorando sus moretones en silencio. Prepararse para despedir cada palabra de amor pronunciada. Para recordar de un hijo, no las alegrías, sino los sinsabores, el grito ahogado en cada maltrato. Ella que, como toda madre, pensó con su hijo llenar de colores y sonrisas su vida, solo logró espacios en blanco donde después de alguna lágrima, la sonrisa de él llegó a anunciarle una que otra esperanza. Por eso ha callado. Por eso calla. Por eso callará siempre. Porque va a intentar, aunque no lo diga, de recomponer. Y por esa oportunidad va a acudir a la nada, a simplemente acudir, así no tenga seguridad de cambios. Aunque para ello tenga que despedir la razón, la inteligencia...y deje solo el instinto materno realengo intentando un beso, un cariño, para olvidar todos los maltratos. En lo más íntimo de su corazón, al convocar la ignorancia para justificar el nuevo intento, ella –madre al fin- solo pretende ganarle a la lógica, y obtener aunque sea un solo gesto de afecto de su hijo…para, antes de su muerte, burlarse de esa orgía de sufrimientos. Por ello en sus días no hay más ruidos. Solo la imagen repartida cada tarde, como buscando saciar soledades...o solo temores, largamente vividos. Lo que pudo ser arco iris, mostrario de colores...solo es alcantarilla y lodazal. Lo que pudo ser, se desdibujó definitivamente. Porque la vida es solo un relámpago, y el mimo del calor, con sus muchas semillas y flores que repartir, de pronto se lo lleva el viento. Que lo que a veces queda de aroma, lo sacude cualquier tempestad. Que hay surcos y pliegues en la piel no para el placer, sino para albergar las marcas de la tristeza. Ella de tanto cuidarse, se quedó sin caminos. De tanto confiar, se quedó sin brújula. Hoy sabe que ser color y pétalo, en la aridez...sirve tan solo para motivar los instantes, nunca la vida. Por eso en su cama quedan las heridas, los inodoros, la basura...pero no los hospitales. Lo que pudo ser arco iris, se está yendo. Lo que pudo ser globos de colores, solo es grafito negro. Y él, que pudo ser forjador de mañanas, saco de esperanzas, hueso de compañía para colmarla de amor...hoy le regala una cruz, y unos clavos que, como siempre, harán daño en su corazón de madre por poco tiempo….solo hasta el clavo siguiente.

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