Por qué papá

(Publicado en el Diario El Informador el 15.10.08)

¿Por qué Papá
me hace esto?

Lic. Víctor M. Barranco C.



La desazón, la angustia, la tristeza…esos caminos a la frustración de todos los días, son parte de la huella que le dejó el abuso. En ese miserable, incomprensible, anti natura en que la habían colocado cotidianamente… su vida de apariencias era una excusa para las agresiones. Vive, con esos mismos zapatos viejos que la obligan a recorrer en secreto una a una las alcabalas de su maltrato cada vez que decide pensar. Con ese veto eterno en el sitio del amor, donde la violencia del encuentro entre el consanguíneo y el aberrado consiguió hacérselo explotar y borrar de su vida. Con ese alarido en el espacio que debió ser para el placer bonito y decente. Con la conocida llovizna que empapa silencios para encharcar con su barro cualquier noche buena que pudiera tener. Con esa laceración sin cura, sin tregua, sin atenuantes que se sació en su carne de niña, que vulneró desde el amor de padre su infancia y arrugó sus primeros sueños para siempre sin compromisos de afecto…él, trató de inventarle una pasión, un climax, ese sacudón incomprensible a su edad, capaz de dibujar al diablo en sus incompletos libros de cuento. Ha permanecido entre la nada y la ausencia, teniendo demasiado extraviado aquel -hoy extraño para ella- olor de amaneceres. Ha tenido tan solo demasiado de nada, y muy poco de todo. Ha permanecido entre lo distante y lo imposible. Teniendo muy marcado en la memoria el sonido insoportable de ese recuerdo. Es esa confrontación entre su ayer y la miseria. Entre el sentimiento de hija y un papá miserable. Así ha andado, eludiendo los placeres, escondiendo el dolor, apaciguando la rabia, tratando de olvidar para ver si sobrevive. La llenaron de inseguridad, de tiempos huracanados, de tempestades infinitas. La cubrieron de miseria, le enseñaron sonrisas y alegrías que después le borraron cruelmente. Las lágrimas no han conseguido lavarla donde se siente asquerosa, ni adentro donde no la dejaron ser niña siempre. No hay peor cosa, dice, que te ensucien los sueños. A su poca edad la hicieron cadáver, alfombra, amapola marchita, suelo despreciado. Le crearon un hambre, una rabia, una importancia, y una herida que no cicatriza. Le hicieron también, una caja, una cruz, un horroroso recuerdo, y le colocaron el nombre de su padre en su epitafio….pero que nadie quiso, ni pudo verlo.

-Me escribe, y me señala que tiene una historia muy grave que contar. Me dice tiene 28 años y pide la mayor confidencialidad para su identidad. Fijamos una entrevista y hacemos tres...en la última, vencida las barreras de sus reservas, me cuenta
- Soy una sobreviviente del abuso sexual infantil Licenciado. Ese abuso que no se sacia en la violación, sino que va mucho más allá en su perversidad. Induce a los niños a la pornografía, caricias íntimas, besos eróticos, actitudes y posturas que en el momento pocos entienden, pero que después marcan de manera maldita para siempre. Viví trece años de mi vida siendo abusada de esa manera. Era traumático y si a eso le agregamos que mi abusador era mi papá, mas traumático todavía.

- ¿Cómo comenzó todo?
- Mi primer recuerdo de abuso es de cuando tenía cuatro años, y a partir de ese momento hay un sin fin de recuerdos. Los adultos piensan que si tocan indebidamente a un niño a una edad temprana, estos no van a recordar nada; esto es una gran mentira, eso nunca se olvida y lo que es peor, guardamos el recuerdo y lo bloqueamos para que no salga, pero llega un momento, una situación cuando somos adultos en que estos recuerdos afloran, y las consecuencias son siempre fatales. El abuso de mi padre, dañó muchas cosas en mí, desde mi cuerpo, emociones, relaciones, maneras de pensar y actuar, hasta mi espíritu. Cada vez que iba a ser abusada, me sentía como oveja que va al matadero… luego del abuso iba a un rincón de mi cuarto, de mi closet, a llorar y a preguntarme ¿porqué mi papá me hace esto a mí, que soy su hija?. La primera vez, estaba con él en la cama jugando. Me besó en la boca. Me tocó las nalguitas por debajo de mi ropa interior. Me besó la barriguita y bajó hasta allí, hasta lo que yo llamaba mi totona y la besó también. Pero a pesar que eran caricias nuevas para mí…no sentí nada extraño, nada anormal. Poco a poco fue avanzando, y me hizo tocarle. Una vez me obligó a besarlo íntimamente y vomité. Me regañó, y me pidió no decir nada. Solo me reclamó porque yo y que no lo quería…”las niñas buenas que quieren a su papá, lo complacen en todo”. Una frase que aún retumba en mis oídos con saña.

- ¿Cómo te percataste del abuso...que era algo indebido lo que te hacía y te obligaba a hacer?
- A medida que iba creciendo el abuso se hacía mas frecuente, hasta llegar a un punto que era casi a diario. Mamá estaba muy ocupada, haciendo cursos de cocina, tejido, etc. y no se daba cuenta de lo que yo estaba viviendo. Soy la hija mayor, así que me tocó también hacer de ama de casa, pues hacía todos los quehaceres del hogar. Recuerdo que un día, ya adolescente, le pregunté a Dios ¿Porqué tengo que ser la hija mayor? ¿Las hijas mayores son las que hacen todo, labores de casa y sexo con su papá?…Eran preguntas y reclamos que hacía, pues no me sentía bien con lo que vivía. Yo le había comentado a una amiguita que era pilas, y me dijo que eso que me hacía mi papá era malo. Luego hablé con un sacerdote cuando iba a hacer mi primera comunión en el momento de confesarme y se escandalizó. Me pidió que le diera datos, que hablara con mi maestra. Pero yo asustada por esa reacción, le pedí que guardara mi confesión en secreto como era su obligación…y nunca más lo vi. A medida que fui creciendo, me fui dando cuenta. También los abusos fueron mayores. Cuando mamá iba donde mi tía, papá ponía videos pornográficos y me obligaba a hacer lo que veíamos. Me mostraba revistas. Se me metía en el baño cuando me bañaba. Hasta que en algún momento, logró penetrarme e hizo de sus bajas pasiones una actitud diaria de búsqueda de complacencia conmigo.

- ¿Tu mamá, no se enteró?
- Licenciado, crecí en medio de unos padres abusadores. Mamá me golpeaba hasta sangrar, y no dejaba de hacerlo hasta no saciar toda su rabia en mi cuerpo; y papá no tenía límites para abusar de mí. Lo más traumático de todo esto, fue el hecho de que mi madre, haya visto a mi padre abusando de mí (cuando yo tenía 9 años) y no haya hecho nada, simplemente prefirió creer más en él que en aquello que había visto. ¿Porqué una niña de 9 años no podía gritar “Mamá están abusando de mí”…porqué vivía bajo amenaza, porqué a esa edad ya sabía lo que era tener un cuchillo en la garganta reclamando obediencia y silencio. Me decía que si hablaba no solo moriría yo si no que mis hermanas también. A mi a esa edad, y con lo que me estaba pasando, no me importaba seguir viviendo, la muerte más bien sonaba reconfortante…pero sí me importaban mis hermanas. Por eso seguí callando, por ellas; no quería que mi papá abusara de ellas y menos que les quitara la vida. Cosa que después descubrí, era solo un arma para doblegarme.

- ¿No había nadie que pudiera intervenir...nadie que te pudiera ayudar?
- Pocos. Déjeme seguirle contando. Pasó el tiempo y mis padres se “convirtieron al Señor”, asistíamos a la iglesia y por un momento empecé a creer en Jesús y confié en que esta pesadilla acabaría. No fue así, mi padre abusaba de mí y luego lo justificaba con una historia de la Biblia. Con el tiempo yo crecía y entendía muchas cosas…entonces luego del abuso, papá me arrodillaba a los pies de la cama para pedirle perdón a Dios por lo que yo había hecho. Si bien repetía la oración que él hacía, por dentro gritaba: “Dios mío yo no tengo la culpa de esto, ya no quiero que esto pase más” Fui entrando en la adolescencia, y fue mucho peor porque ahora cada vez que él venía por sexo peleaba con él, me defendía, incluso traté de hacerle daño varias veces, de vengarme mientras estuviese dormido, pero algo me detuvo…ahora sé, que fue mi Dios. Un día después de tratar de quitarme la vida, decidí hablar con mi madre, pero eso empeoró las cosas, porque aunque ella se llenó de valor y lo confrontó, él logro convencerla que no era así, que eran inventos míos, que yo había malinterpretado sus caricias, que quién sabe qué amiguita me estaría metiendo cosas en la cabeza...dudó, argumentó, pero al final creyó en él una vez más. Sin embargo logró que mi padre se sintiera descubierto, pues se cuidaba mucho más y espació las agresiones. Esto, aunado a mis rechazos logró que se acabaran los abusos sexuales, pero comenzaron los psicológicos, las amenazas…y entonces yo, para vengarme de mi padre, y un poco de todos los hombres, me volví una mujer promiscua. Me acostaba con cualquiera para humillarlo y hacerlo sentir el hombre más miserable del mundo. Empecé a dañar mi cuerpo, a comer sin control, quería deformar mi apariencia porque no quería que ningún hombre me viera y me deseara. Mi vestimenta cambió totalmente, ahora usaba negro y gris, pantalones muy anchos, zapatos de goma y blusas grandes. Me aparté de Dios, lo maldije y le anuncié que no quería saber nada de Él. Así continuó mi vida, no se como me casé y tuve unos hijos, llegó un momento que tenía todo, un hogar envidiable por muchos…pero yo estaba vacía, seca, deprimida. Hasta que un día ya desesperada, no tenía más opciones, acepté ir a un grupo de apoyo, y a mis manos llego un libro, una historia, escrita por Andy Comiskey, “El Amor que no Falla” del programa Contra la Corriente, cuando leí esa historia de amor, entre Jesús y la mujer samaritana, yo dije: Yo soy esa mujer samaritana y esa declaración de amor es para mí, esa invitación es para mí. Recuerdo ese día y no puedo evitar llorar, porque fue el día que abrí la puerta y dejé entrar a Jesús y desde ese día mi vida cambio completamente.

- ¿Encontraste repuestas, paz, sosiego en la religión...en la militancia de la fe?
- Al principio, alguna tranquilidad. Aunque seguía con mis heridas, el recuerdo del abuso… para mí seguía siendo injusto que Dios permitiera que un niño fuese abusado sexualmente, por eso le reclamaba y cuestionaba su poder sobre el hombre. Hasta que un día, en la intimidad de un encuentro en el templo con Él le pregunté: ¿Señor, donde estabas tú cada vez que mi padre abusaba de mí? ¿Estabas tan ocupado que no podías venir a defenderme? Y Ese día mi Dios me respondió, me dijo: Cierra tus ojos, vamos a tu infancia, y dime qué ves...? Le dije: a mi papá abusando de mí… ¿Y que más ves…? mira a tu alrededor…Me quedé impresionada, cuando busqué y vi a Jesús, con sus manos abiertas y sus heridas, le juro que yo allí lo vi llorando…Le dije: tú estabas ahí ese día, yo tenía 4 años y tú estabas ahí…Me dijo: Sí, yo estaba sufriendo lo mismo que tú, sentía tu dolor y tus lágrimas, esas lágrimas que ves y que aún sientes… eran las mías.Ese día comprendí, que en los planes de Dios no estaba que yo viniera a este mundo a sufrir, a ser abusada, Él me escogió unos padres y estos no supieron cuidarme, protegerme, amarme. Pero Dios que es mi Padre, me rodeó con sus lazos de amor y en medio de todo el pecado cometido en mi contra y el pecado que cometí hacia los hombres, El siempre estuvo ahí.Dios me ha dado la oportunidad maravillosa, de conocerlo a El, de experimentar su amor, de recibir su perdón. Soy su hija, me ha permitido confrontar a mis padres, me ha permitido decirle a mi papá: Te perdono por todo el daño que me hiciste, me ha permitido amarlo con el amor que viene de Dios. Hay asuntos con mi madre que Dios resolverá en el futuro, confío que la buena obra que Él empezó…en algún momento la perfeccionará.

Se marcha. Me deja el testimonio de su vida para que lo comparta. No dejo de notar en sus ojos, intacta, la huella de la tristeza. Ha logrado unos vendajes, unas terapias, la visualización de un camino…pero siento que quedan rastros indelebles de dolor en sus heridas. Se aferra a su Dios, en medio de las más crueles circunstancias. Allí consigue un drenaje para sus angustias. Un bastón para sus carencias. Un interlocutor magnánimo para su pesada carga. El Juez que la esperará cuando vaya a la tierra, al final, a rendir su verdadero testimonio de vida. Porque en la eternidad es posible convertir en polvo lo bueno y lo malo…sin importar veranos o inviernos. Porque independientemente de la visión que tengamos de la trascendencia, de la fe, o de las religiones… todos coincidimos en que algún día solo seremos barro, silencio y olvido.

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