Papá y mamá me usaron

(Publicado en el Diario El Informador el 02.04.07)

Papá y Mamá me usaron
para agredirse

Lic. Víctor M. Barranco C.

Sin escribirlo, como los sueños grandes en los niños pequeños...esos que aparecen, aún estando despiertos; la avecilla sorda de palacios y plazuelas, descubrió a sus pocos años, doce solamente…que no era los ojos de papá, ni la fortuna de mamá...sino que era, para su desgracia, la herramienta de chantaje del uno y del otro en el momento de la separación. El instrumento para el ajuste de cuentas, la excusa para la particular venganza. Por eso, a pesar de sus pocos años, se prendó de la realidad, como buscando el pozo de los deseos para ser complacida...pero sin la voz, sin el vuelo, sin la sinceridad de sus padres, solo con la miseria vivida en cada una de sus guerras por quienes, ganados por el deseo de vencer, la utilizaron en su escarceo de diario. No entiende por qué las visitas reguladas, puedan ser el objetivo de un cónyuge para vengarse del otro. Cómo pueden usarse los hijos para saciar los odios o las frustraciones. Por qué a ella la tomaron ambos de conejillo desafortunado. La ley, en su primitivo concepto, solo permite excusas para que cada quien sacie su propio impulso. Los hijos no cuentan en la disputa...solo, como en su caso, para ver cómo se les saca el mejor provecho en ese toma y dame de beneficios que se discute en un divorcio. Le horroriza hacerse dado cuenta de cómo le manipularon su niñez, dándole juguetes o sacándola a los sitios que más le gustaban para que escogiera a quién querer más. Porque quien dispuso de mayores recursos, fue quien pudo complacerla más…pero para cobrárselo en afecto. Haciendo bueno al que complace, y malo al que no puede hacerlo. Pues mamá en el compartir diario regañaba, castigaba, reprendía en su quehacer…y papá cada sábado o domingo la llenaba de querencias y sin reclamos. O al revés…dependía de a quien le tocaba jugar en ese tablero vergonzante. Cuando pensaba en ello, más reafirmaba que la única víctima del divorcio era ella, la consentida de la casa. La que se peleaban, ambos, con malas mañas. La testigo de los abusos emocionales que también la perjudicaban. La que vio desmoronarse su familia en una pelea sorda, con ella como instrumento de canje…o como elemento de trueque.

- ¿Cómo estás?
- “Bien…un poco triste, pero bien.”

- ¿Triste?… ¿pero por qué triste a tu edad, teniéndolo todo?
- “No, señor, no lo tengo todo. Tengo muchas cosas, sí. Muchos juguetes. Una buena mesada…pero hasta ahí.”

- ¿Qué te falta?
- “No sé como decirle, cómo explicarme”

- Tranquila...cuéntame lo que quieras
- “Yo fui una niña feliz, a pesar de que mis padres son divorciados. Ambos se desvivían por darme las cosas que yo pedía. Por ser quien más cerca estaba de mí…y eso yo lo disfrutaba. Vivía con mamá, y papá me sacaba todos los fines de semana. Mamá trabaja, pero sin embargo siempre me prestaba atención. Papá me llevaba los sábados a donde yo quisiera, me daba todo lo que quería, y más allá. A medida que fui creciendo, papá se enamoró de alguien, y mamá no se lo perdonó. Entonces siempre había una excusa para que yo no viera a papá los fines de semana. Algún viaje, alguna visita a la abuela o a las tías…alguna salida a un parque. Total, siempre me mantenían ocupada y no podía ver a papá. Primero lo acepté como una atención más de mamá, pero a medida que fui creciendo me di cuenta que mamá no lo hacía por complacerme, si no por torturar a papá quien tenía otra señora en su casa.”

- Tu papá ¿Qué decía?
- “Al principio se lo caló, pero a medida que pasó el tiempo comenzó a pelear con mi mamá. Entonces mi mamá me decía que mi papá era un bicho, que no me quería, que nos había traicionado con la señora nueva, que no saliera con él, que no lo besara porque estaba sucio de esa mujerzuela, que presionáramos juntas para recuperarlo, que si patatín que si patatán….y papá respondía diciéndome que mi mamá estaba loca, que no podía ser, que iba a ir a los tribunales a demandarla, que yo era el amor de su vida, que si Juan, que si Pedro….Entonces papá la demandó en los tribunales para que le fijaran a él días y horas de visita, y mi mamá dijo que papá era un borracho y un inmoral y que las visitas debían ser supervisadas…entonces papá hizo un escrito donde decía de mi mamá cosas horribles, por lo que quien tenerme en su casa era él, y no mamá…toda una historia fea señor, que yo he venido conociendo de uno y de otro, y donde pasé de ser la hija querida, a ser solo un instrumento de chantaje y agresión de ambos. A ser el premio del ganador de la pelea. El trofeo del vencedor...sin que ninguno de los que dice quererme –y seguramente que me quieren- se haya detenido a preguntarme qué quería yo. Ni siquiera sí me estaban haciendo daño. A mi edad, ya en Bachillerato, no me engañan. Los jóvenes de ahora sabemos más de los que los padres creen. Y nos cuesta entender como a veces los hijos somos más instrumentos para el odio, que excusas para el amor…sobre todo si esa apreciación es de quienes nos dieron la vida”

- ¿Cómo te sientes?
- “Usada, decepcionada. Yo siempre pensé que lo que me daba papá o mamá era porque me querían mucho. Porque yo era la beba de la casa. Porque su amor era tan grande que tenían una competencia a ver quién me quería más. Imagínese como me sentí cuando comprendí que eso no era así. Que los regalos y las atenciones de uno y de otro, eran solo para ver quién ganaba en su pelea personal. Quién vencía en ese festival de rencores que me tenía como protagonista. Que sus cariños no eran la suma de su amor, sino la multiplicación de sus mezquindades. Que en el divorcio yo era excusa e instrumento del más feo de los sentimientos, del más pervertido de los deseos…que mis papás, ni siquiera se peleaban por mí…sino que me usaban para sus propios propósitos. Imagínese que una vez sus abogados, los de ambos por separado, me pidieron que mintiera sobre uno o sobre otro –dependiendo de quien me hablaba- para perjudicarlo, con la excusa de que si lo hacía iba a demostrarle a papá o a mamá, dependiendo de quien me lo aconsejase, cuánto lo quería. La abogada de papá me decía que mi mamá me estaba haciendo daño, contaminando mi salud mental. Y el de mamá me decía que papá era un sinvergüenza, que a lo mejor yo no me daba cuenta porque lo quería mucho, pero que tenía que creerle a mamá que era mujer como yo, y que lo iba a entender cuando yo fuera grande. Imagínese a mis once años –en ese entonces- con abogados que estaban dándome argumentos para que rechazara, odiara, y perjudicara a alguno de mis padres…solo porque según ellos, con mi testimonio de uno u otro lado, podía inclinar la balanza para quien yo quisiera fuera ganador…”

- Y ¿qué les decías cuándo te lo planteaban?
- “Simplemente escuchaba y lloraba. Porque a mi apenas docena de años, entendía y perfectamente lo que se estaba haciendo conmigo; de qué manera me agredían, de qué manera me estaban enseñando lo peorcito de cada quien. Yo hablé mucho con una Profesora que me aconsejaba…y que me decía siempre cosas bonitas de ellos, pero imagínese señor, qué culpa le voy a echar a esos abogados que cobraban por lo qué hacían??...el problema es qué pensar de papá y mamá que les pagaban no para que me enseñaran el bien, no para que yo fuera una mujer honesta y de principios rectos…no, papá y mamá les pagaban para que me pusieran a decir mentiras. Para que dañara la vida de ellas. Para que me contagiaran su odio. Para que renegara de quién me dio la vida….sólo porque ellos se odiaban después del divorcio. Solo porque ellos no tuvieron la madurez de entenderse. Solo porque no me querían de verdad...porque nadie a quien se quiere se le puede dar un arma, por muy legal que ésta sea, para ir –con mentiras- a perjudicar a otro…mucho menos si el que nos manda es papá o mamá…y a quien deberíamos agredir como consecuencia de ello, es también a papá o mamá. Para los padres, después del divorcio, los hijos a veces solo somos instrumento de sus odios. Excusas de sus venganzas. Y mire que no se lo digo por mí, se lo digo también por muchas de mis compañeras que han pasado lo mismo que yo”

- Con tus papás... ¿nunca hablaste de lo que sentías?
- “Sí, hace apenas unos meses. Después de cumplir los doce, y cuando me obstinaron con sus peleas absurdas. Los reuní con sus abogados y le dije cómo me sentía y que sentía de ellos. Pero fue peor el remedio que la enfermedad. Papá y mamá se acusaron, se ofendieron….y de verdad que al final poco les importó lo que estaba sintiendo y pensando. En mi dizque defensa se agredieron delante de mí, con la excusa de que me estaban cuidando y de cuánto me quería cada quién. Me puse a llorar, me fui a mi cuarto y me encerré….no le abrí a ninguno de ellos, y cuando tocaron mi puerta solo les pedí que por alguna vez me complacieran, que por alguna vez en sus mezquinas vidas pensaran en mí y me dejarán en paz esa noche…lo hicieron, y me dejaron allí, con mi almohada, mi llanto, esa humedad de Dios, que permite drenar los sufrimientos. Esa noche me gradué de mujer. Mi Divina Pastora me iluminó y dejé de llorar. Decidí que la salida era mudarme, apartarme un tiempo de ellos, sacudirlos a ver si se daban cuenta dónde habían caído. Al día siguiente los llamé y les dije...hoy solo quiero que me oigan, ya yo los he oído bastante, y es mucho el daño que me han hecho y que se han hecho ustedes mismos. No entiendo como yo con apenas doce años veo lo que ustedes no pueden ver. No quiero vivir más con ustedes. Necesito y ustedes necesitan un poco de paz. Me voy donde mi abuela, y el día que ustedes me demuestren que me quieren más que lo que se odian, voy a estar con los dos de alguna manera. Sentí que los sacudí, me paré llamé al abuelo y vino a buscarme. Nadie más habló. Desde entonces estoy viviendo con los abuelos esperando, sin mucha esperanza, que ellos cambien.”

- ¿Por qué me llamaste?
- “Yo siempre lo veía cuando usted venía a visitar a los vecinos de mi abuelo. He leído en casa y en el colegio lo que escribe en El Informador y me gusta…tengo semanas pensando como abordarlo y contarle para que, si le parece, usted lo dé a conocer y ponga a reflexionar a mucho papá y mamá como los míos, que en sus divorcios, en sus odios, nos arrastran sin detenerse a pensar el daño que nos hacen. Por eso hoy le dije que quería hablar con usted, con el permiso de mi abuelo quien lo admira y respeta mucho. Y para que vea que hoy día a los diez, doce años, es muy difícil que nos manipulen sin que nos demos cuenta. Aunque sea papá o mamá quien lo haga, o pretenda hacerlo”

Reconozco, y hasta me sorprende, su madurez. La que definitivamente ha alcanzado, aún en su corta edad. Una verdad asumida entre el misterio de lo desconocido, y el grito de la rabia que llegó a aturdirla, enjugan la pérdida precoz de los caramelos de una vida que lo tiene todo, como para no merecer la suerte que le ha tocado. En ella, lo que ha visto, lo que ha oído, lo que le han propuesto no logra despedirse de su angustia. Su amor, repartido en ese toma y dame de las particulares facturas entre papá y mamá, en ese festín de odios donde pretendieron que protagonizara aunque hubiera llegado de última y presionada por las circunstancias, no conoció más fidelidad en su erosionada adolescencia, que la de la tristeza amiga. Que la de la rabia pana. Que esa camaradería que tejió con la angustia, a la luz del comportamiento de sus irresponsables padres. En su nueva casa, la de sus abuelos, donde la factura vieja no podía cobrar intereses, la basura producida por sus vivencias, tienen hoy el mismo olor que los abogados de sus guarda custodias, que los tenedores de su patria potestad, que es – para su pena- en lo que se han convertido los que le dieron la luz…y luego la sombra. Sola, con el mismo grito en el sitio de su amor que el de aquel día que –según ella- se graduó de mujer…siente hoy una liberación infinita, que evade en risas la tormenta provocada por el desajuste del afecto y sus tibiezas. Allí, donde la vida fija su futuro, ella sigue teniendo una meta hermosa, un sueño especial, para la larga carrera, donde espera por sus padres, a pesar de los calendarios y tiempos que le ha tocado vivir… y de donde no quiere rescatar ni siquiera las huellas.

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