Me convertí en un animal

(Publicado en el Diario El Informador el 29.10.08)
Me convertí
en un animal

Lic. Víctor M. Barranco C.

A su corta edad, cuando apenas traspone la adolescencia, ha vivido todas las estaciones, todos los estadios, todos los ruidos, todas las edades. Ha podido revolcarse con furia en las propias pesadillas, en los sueños ajenos…en las crueles realidades. Presiente el frío, la tormenta, el charco. Nadie le puede contar, que ya no sepa, de veranos, odios, agresiones, dolor, venganza. Siente que sobrevive cada día al llanto, la ceniza, la tierra, la necesidad de brillar en medio de la violencia, en ese andar obligado que requiere para avanzar cuando ha llegado a tocar todas las miserias. No le importa retener, solo acusar lo tenido, lo gozado. Hincar su poder temporal, su supremacía de segundos, su omnipotencia coyuntural en el miedo ajeno. Su rabia en el logro de los otros, la soledad en él mismo. Sin embargo a veces siente ganas de acabar con el torbellino, quitarse el antifaz de rudeza de todos los días. Ese adquirido, propio, legado, enseñado con que agrede al prójimo arma en mano, cada vez que puede. A veces, solo quiere terminar con lo que hace. Reflexionar sobre lo experimentado. Comenzar a conocer el perdón, la clemencia, el arrepentimiento. Hacerse un lugar en la comprensión, en ese ser mimético en que se ha convertido, para odiar vivencias. Salirse de esa posibilidad de morir cada vez que ejerce de superhombre. Conoce la muerte. Quizás más de cerca de lo que debiera a su edad. Le ha perdido el respeto. Siente en su fantasía marginal, que ella le acompaña y que es el coco, que le permite que muchos otros solo hagan lo que él quiere. La ha visto en el terror de sus víctimas, en el grito de alguna mujer agredida, en el quebrar la virilidad de algún hombre frente a su arma, en el logro de la obediencia de quienes se amedrentan cuando él se las pone cerca. Por eso desea despedirse de ese mundo al que ha pertenecido desde que era casi niño. Tomar lo ganado y mirar esta vez al norte. A lo alto. Al lugar donde pueda estar seguro. Donde la única arma sea la razón, el conocimiento, el respeto ajeno cambiado por ese miedo que hoy sabe despierta. Donde lo consideren por gente, y no por bravo. No por maldito. Donde el azul tenga un matiz para él, que hoy no tiene. Marcharse de la envidia, de ese tener que demostrar cada día cuánta braveza le acompaña. De cuánta rudeza es capaz. Irse del charco con su experiencia a cuestas. Salir al fondo aunque después no tenga nada temerario que contarle a ellas para impresionarlas. Estudiar, prepararse. No tomar nunca más, nada que no le pertenezca. Dejar de sentir ese olor a pólvora que en algún momento puede hacerle un daño irreversible. Lograr alcanzar algún día, a diferencia de su hoy, un lugar, un espacio, donde más nunca tenga esa necesidad imperiosa para ser querido, por quienes él quiere serlo…de devolverse.

-Me ha llamado varias veces. Me señala que tiene algo que contarme, que por lo que él sabe, sobre algo que nadie hasta ahora lo ha hecho. Nos citamos, y acompañado de su novia me visita en mi oficina, me regala un libro y me cuenta…
- No sé por dónde empezar Licenciado

- Por donde quieras, le digo. Háblame de ti, y después me cuentas lo que quieres contarme
- De mí vengo a contarle, Licenciado. De lo que soy, de en lo que me he convertido. De esta vida que llevo y que quiero dejar. Apenas tengo 20 años y conozco todas las inmundicias. Primero quise dinero, mucho dinero. Después me tropecé con el amor, con el que alguien me atendiera, me respetara por lo que soy y no por lo que aparento. Y eso me gusto mucho más que el dinero.

- Bien…como quieras
- A los ocho años el hombre de mi mamá, me botó de la casa. El tipo, que me obligaba a pedir en los semáforos, después de una carajería inmensa que me dio porque no le llevé la cantidad de dinero que él quería, me botó a patadas del rancho en que vivíamos en medio de una borrachera que creo que fue la que me salvó. Porque si ha estado en plenitud de facultades, hasta ahí llego. No la estuviera contando.

- ¿Tu mamá qué hizo?
- Mi mamá no estaba con nosotros. Ella trabajaba en una casa de familia, y andaba en eso. Yo llegué como a las tres de la tarde, y en menos de media hora estaba de paticas en la calle, golpeado, y con una rabia tal que me juré que ese tipo me las pagaría algún día. Me fui a la casa de un pana de la escuela donde fui alguna vez, y su mamá me echó unas pomadas en las marcas de los correazos y me dejó allí esa noche. Al día siguiente, busqué a un primo mío que le había pasado una cosa parecida, quien era además mayor que yo, y a quien yo admiraba porque andaba en una buena moto y era bien bravo. Lo conseguí, le conté y dándome un golpe en la cabeza me dijo, cómo carajo te dejas pegar de un borracho!...vente conmigo, que yo te voy a hacer un hombre. Me llevó a una casa por Yaritagua que él tenía con sus amigos con tan solo quince años. Desde ese momento se convirtió en mi héroe…y en mi jefe.

- ¿Qué hacía que le iba tan bien a tan corta edad?
- Estaba en una banda. Es más, él la lideraba. Andaba siempre encaletado. No comía nada. Hacía de todo lo que pudiera para obtener dinero. Y me enseñó una vida que no conocía. Fácil. Aventurera. Temeraria. Como de película. Donde las carajitas se vuelven locas por lo que uno hace. Y los chamos le tienen a uno burda de miedo. Del mandadero de todos, pasé a ser el que mandaba.

- ¿Qué hiciste?
- Primero lo primero. Fui y le di hasta por el cielo de la boca al hombre de mi mamá. Para que aprendiera a no pegarle a los carajitos. Aprendí a usar las armas, conocí las drogas, e hice muchas cosas que no debía. Allí si bien me vengué de ese carajo, me gané el odio de mi mamá quien me dijo que ahora se daba cuenta que él tenía razón en haberme botado de la casa.

- ¿Qué sentiste?
- Fue una vaina horrible. Porque siempre guardé la esperanza que mi mamá fuera mi mamá por encima de todas las cosas. Que ella a lo mejor estaba molesta porque no se había enterado de lo que él me había hecho, y el día que se enterase se lo iba a reclamar. Pero él le contó una historia diferente a la verdad, o mi mamá prefirió un marido que un hijo.

- ¿Te sentías cómodo viviendo esa violencia?
- Cuando eres joven, siempre quieres hacer lo que está prohibido, llevar la contraria. En el grupo conseguí complicidad para cualquier exceso que se me ocurriese. Panas para ayudarme en cualquier vaina loca que me pasara por la cabeza. Ayuda para conseguir cualquier cosa que se me antojara. No había límites. Ni vergüenza. Nada es imposible cuando uno está en ese grupo de panas. Uno puede hacer lo que se le ocurra. Ellos, al principio son como una familia para ti, te lo dan todo, pero después tienes que hacer cosas por ellos, porque sí. Sin preguntar. Sin asco. Sin pena. Sin arrepentimiento.

- ¿Qué tipo de cosas?
- Cosas que no vale la pena repetir, y a veces ni siquiera recordar, pero de las que uno no puede sentirse orgulloso. No hay amistad, sólo un compañerismo extraño. Hay solidaridad, protección mutua, ayuda, asistencia…pero no hay afecto. El afecto en las bandas es una debilidad. A veces me cruzo con gente que estuvo conmigo, pero no nos saludamos. En el grupo uno encuentra defensa para su inseguridad y acaso una especie de hogar sustituto que lo arropa cuando procede de un hogar donde el amor saltó roto en pedazos irreparables…pero nada más.

- ¿Te arrepientes?
- Claro. Muchas veces me he arrepentido de haberle hecho daño a otros. De tomar lo que no me pertenece. De abusar de una superioridad coyuntural que te da el grupo o el arma que llevas. De ver el miedo en el rostro ajeno. De saberte maldecido. De no poder ser respetado si no es por la violencia que puedes desatar sobre alguien. De ser bravo solo en grupos. De fanfarronear una rudeza extrema, sabiendo lo frágil que somos por dentro. Odiar, porque a veces no es sino una forma de pedir a gritos algún gesto amable, alguna atención sobre uno. No sabe Licenciado que una vez, haciendo esas cosas raras que hice, una señora me pidió que no le hiciera daño, que no tomara lo de ella porque era el pan de sus hijos…y no solo me compadecí de ella, sino que le di parte de lo que cargaba en el bolsillo. ¿Y sabe que pasó? …mis compañeros me pegaron. Me corrieron del grupo, se burlaron de mí…

- ¿Por eso te fuiste? ¿Porque te pegaron?
- No. Me fui porque me obstiné. Porque uno pierde la personalidad. Porque se olvida de pensar. Entre las drogas y el delirio de la violencia, entre el dinero fácil y el miedo...entre el odio y el deseo de venganza, uno pierde la noción de quién es uno. Llegué a convertirme en un animal. Y lo peor es que mientras uno lo vive, no se da cuenta del daño que le hace a otros y del que se hace a uno mismo.

- ¿No viste más a tu familia?
- Una vez a mi mamá. Pero lo que hizo fue recriminarme. Como si ella hubiese sido tan buena madre. Mire Licenciado, yo no quiero evadir mis culpas, pero muchas veces pienso que si ella no me hubiera cambiado por su hombre, mi vida sería hoy otra cosa. Si ella me hubiera buscado, y mire que le mandé pistas de dónde encontrarme, me hubiera evitado esos años de mi vida envuelto en la inmundicia.

- ¿Has estado preso?
- Una vez en el retén. Y tuve que caerme a trompada limpia para que en esas tres noches no me hicieran nada. Mis panas con dinero, me sacaron. Hay cosas más corrompidas que las bandas. Hay bichitos del gobierno, peores que los delincuentes.

- ¿Qué vas a hacer?
- Me voy con Mariana para otra ciudad. Voy, con la plata que tengo, a montar un negocio de autoperiquitos y ella una peluquería. No regreso más. Quise hablar con usted porque lo he leído mucho. Porque sé que le ha inspirado confianza a mucha gente como yo que, por una razón u otra, ha convertido su vida en una tragedia. Porque quiero comenzar esta etapa de mi vida, no solo pasando la página, sino mostrándoles a otros mi vida, para que no la repitan. Hoy día hay niños armados hasta los dientes. Es más, hay adolescentes que se echan la culpa de algún delito sin haberlo cometido, cobran millonarias sumas por ello, sabiendo que por su edad no hay gobierno que los encane. No soy un santo. No quiero arreglar el mundo, creo que no me sale. Pero si quiero que otros no lleguen a sentir, después de la euforia, después de la violencia, ese vacío grande de tenerlo todo y saber que puede uno perderlo cualquier tarde que se voltee la suerte. Y para que mi mamá, que se que lo lee, sepa alguna vez lo que siento. Que se entere que ella tiene parte de culpa, no por lo que yo hice, sino por lo que ella dejó de hacer. Que vea lo que pudo evitar, sin ningún esfuerzo. Solo ejerciendo de madre.

- ¿No es injusto que le eches la culpa de todo a tu madre...ella te mandó a hacer esas cosas raras que dices?
- No. Lo que he hecho, lo asumo como usted ve. Me arrepiento, por eso estoy cambiando de vida y sentado con usted en esta oficina. Pero si aquella tarde en que me botaron a patadas de la casa, me recoge como creo era su deber…me cura los moretones, pone a su marido en su sitio, me lleva a estudiar y no me quitan ni el techo, ni el cariño, ni la vergüenza…seguro licenciado, que mi vida sería otra. ¿no cree usted?.

No es fácil juzgar. El reparto de culpas por parte de un tercero, no siempre hace honor a la justicia en este tipo de situaciones. Lo veo renunciar al grito, a la protesta violenta, a ese continuo goteo de los albañales que lo ha estado martirizando. Lo veo tratar de acudir a lo que nunca ha sido. A despojarse, al contrario que los demás mortales, de todo lo aprendido. A reflexionar y pasar la página, en medio de un coloquio triste y continuado con la desesperanza. A borrar ese concubinato con la sin razón, solo. Tratando de sobreponerse, en medio de una oportunidad, a ese llorar sus propios miedos. Va por fin, a hundirse profundamente en él. A domesticar todo lo vivenciado. A hurgar en el conocido sitio del hambre, para recoger el rostro de los terrores provocados. Va a volver al sitio donde sabe existe el límite entre el amor y el odio, porque lo ha transitado… entre el afecto y el desprecio, a tratar de establecer allí la mejor de sus renuncias. Va a mirar atrás por última vez, a desechar algunas sonrisas. A devolver solo lo amado, si es que algo hay de eso. A tratar de recomponer, en lo que pueda, el saldo de lo recibido. A trasegar primaveras. A no encontrarse nunca más con aquella soledad encerrada con él, cada noche en su mismo cuarto. Va a hacerle un sitio a la vergüenza. A dejar de alegrarse solo con la venganza. A tratar de recitar los olvidos. Va a tratar de cambiar, que no es sino comenzar a callar…lo mucho que ya ha vivido.








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