Tan viejo y creyendo

(Publicado el 28.11.07)

Tan Viejo
y creyendo en San Nicolás


Por: Lic. Víctor M. Barranco C.


Sucio. De barro, desprecios, frustraciones, odios, injusticias, sinsabores y rechazos. Silente, sin brillo en los ojos. Sin sonrisas. A veces, tan solo una mueca arrancada a alguna sensación agradable. No conoce de abrazos. Ni del calor de una cobija. A veces el papel, la rabia, la escondida tristeza… en la mejor de las noches, ocupa el lugar donde –a su edad- deberían estar los afectos. La noción de mamá y papá, en nada se parece a la de los libros de cuentos. Mucho menos a ésa que, por naturaleza, nos imaginamos aunque no conozcamos. Una mezcla desafortunada de rencor, odio, carencia, ignorancia y desconcierto aparece en su vida cuando de esa materia se trata. Y él, ignorante de alegrías, analfabeta de cariño...prefiere no hablar de lo que desconoce. No alcanza la docena de años y, sin embargo, conoce el rigor de la sobrevivencia del más fuerte. La humillación en el sitio de la dignidad, consecuencia del abuso en materia de consanguinidad y de sexo. Su madre prefirió al macho que le daba sexo y alguna que otra compensación, que al varón que parió. Que al hombre que lleva su misma sangre y que por instinto, debió proteger. Pelea por la subsistencia cada día. Nadie le ha regalado, nunca, nada. Ni siquiera esa relación de amor que tiene, se basa en la ternura. Hay quienes, desde su opulencia, ha tratado de imponerle a cambio de ayuda conductas indignas que él, en su escasez…ha rechazado, y rechaza. Hombres que en vez de ver en él un ser humano a auxiliar, solo ven una debilidad más, donde poder saciar sus miserias. Una fragilidad capaz de ceder. Una inocencia capaz de ser aprovechada desde el rincón más despreciable de sus propios infiernos… De eso también tiene que defenderse diariamente. Conoce de injusticias, de ese resultado adverso que le persigue en contraste con el que ve...persigue a otros.Mientras él no tiene qué comer...otros botan la comida.Mientras él no tiene medicamentos para una simple gripe…hay clínicas que cobran fortunas por arreglarle el pelo o las uñas a los perros mimados de alguna casa. Hay gente, me dice, que gasta millones en el cuido de sus animales, y se molesta porque él le pide cien bolívares para limpiarle el parabrisas. Porque él ose ofenderlos tocándole el vidrio de su carro para pedirle algo que apacigüe el ruido ensordecedor en el lugar de su hambre. La vida, le ha enseñado sus miserias más crueles, y frente a la opulencia de los sitios donde sale a mendigar, o a arrebatar, o a evadirse en alguna sustancia indebida...su realidad de cada día le hace odiar aún más a aquellos que tienen lo que él desea.

- ¿Cómo te llamas?
- “¿Por qué me lo preguntas?, me dice”.

- ¿Puedo hablar contigo?
- “¿Qué me vas a dar?, me responde”

- Quiero hablar sobre ti, sobre lo que piensas y haces
“¿Y éso para que?”

- Dime, ¿de qué vives?
- “Me rebusco por ahí. Unas veces pido, otras veces robo. A veces realizo algún trabajito, limpio un jardín, lavo un carro, aseo un patio. Otras veces le quito a alguno que pasa, más chiquito que yo, lo que ha hecho en el día”.

- ¿Y eso no te parece malo, quitarle al que no puede defenderse?
- “Igual me hacen a mí. Primero el hombre de mi mamá, me quitaba lo que hacía para bebérselo. Y si no se lo daba, me metía unas palizas que me dejaba todo lleno de rasguños y moretones. Después los más grandes de por aquí, me quitaban a palos la plata que cargaba. Eso me hizo andar siempre con este cuchillo, para que me respeten…y para que vea, ahora pocos abusan de mí. Es preferible comer a que te coman”

- ¿Qué dice tu mamá?
- “Esa no me quiere. Cada vez que su hombre me pegaba, ella más adelante también me regañaba. Hasta que me obstiné, y me fui de la casa. A ella nunca le he importado. Siempre me ha echado en cara que fui su sufrimiento, su estorbo. Cuando se embarazó, porque perdió tiempo y chances por estar preñada...y después que nací porque, según ella, nadie quiere hembra con hijos. Fui, como siempre me dijo, su maldición. Y cómo me lo hizo sentir!!!”.

- ¿No la viste más?
- “Si, desde lejos. A veces sueño que ella está conmigo. Que me hace una arepa. A veces con uno de mis hermanos le mando diez mil o veinte mil “bolos” para que se resuelva. Yo creo que ella no tiene la culpa, ella esta muy enamorada de ese tipo que vive con ella, y él la maneja. Total, él la hace feliz y yo no. Me lo ha dicho miles de veces. El es su premio, y yo su castigo”.

- ¿Te abrazó alguna vez?
- “No. Nunca me abrazó. A veces yo llegaba de la escuela, y me tenía mi arepa y mis huevos fritos que me gustaban mucho. Antes que llegara el hombre por el que me botó de la casa, cuando no estaba brava, cuando estaba sola, ella me complacía con éso. Mi mamá es una mujer fuerte. Me pegaba por cualquier cosa. Me regañaba por cualquier cosa. Yo debo haberle hecho mucho mal con mi nacimiento porque me maltrató mucho. Hoy, ya nadie me pega, y si me pega lo puyo”.

- ¿Dónde duermes?
- “Allí detrás de donde ve aquellas personas. En esas escaleras. A veces en el banco de una plaza. Hay un señor que guarda su camión en aquel estacionamiento y me deja que duerma dentro de él. Así se lo cuido”

- ¿Dónde te bañas?
- “En la fuente que está detrás de Los Leones….cuando me baño”.

- ¿Cómo aguantas el frío?
- “La pega me ayuda, o la pintura de uñas, cuando no hay real para algo más picante.
A veces hay un trago que me regalan, o alguna cosa más fuerte para dormir y olvidar. Algunas otras mi mujer se queda, y esa noche tengo calor y todo lo demás”.

- ¿Qué tiene que olvidar un niño como tú?
- “Que niño, ni que niño. Estas equivocado. Yo tengo una mujer, y por acá todos me respetan.
Pero a mi edad, debo olvidar lo que tu no conoces chamo. Mucha hambre. Mucho golpe. Mucho dolor de cabeza…pero una cosa es querer y otra, poder. De lo que más me quiero olvidar, es de lo que más me recuerdo”.

- La gente ¿te ayuda?
- “Muchos me ayudan, y me dan cien bolos. Otros me dan comida, ésa la regalo, porque la mayoría de las veces no tengo hambre.
Otros, como un musiú y un chino que están en “aquel” centro comercial, me han ofrecido burda de plata y de atenciones, si yo le hago cosas medio raras. Si yo los complazco yéndome con ellos...como hacen muchos de los que andan por acá, y se resuelven. Yo prefiero seguir pelando que complacer a esos degenerados”.

- ¿Complacerlos en qué..?
- “Sexo. Me proponen cosas de sexo. Pero yo les digo, que va, musiú. Qué va chino. Yo seré un “pelabola”, pero “maricón” sí que no”

- Y la policía, ¿cómo te trata la policía?
- “Cómo va a ser, mal...me trata como carro e’ chichero, a empujones y campanazos. Y a veces hasta tengo que dales real, para que me dejen seguir por acá sin molestarme. Aunque una vez nos recogieron de la Fundación de la esposa del Gobernador, y nos trataron burda de bien. Nos dieron comida, cama, ropa…pero no me acostumbré y me fui”.

- Me dijiste que tenías mujer, ¿qué edad tiene?
- “No sé, yo no llevó esa cuenta. Será como yo. Ella pide en el otro semáforo, y de noche nos encontramos. Nos comemos unas hamburguesas y de allí...bueno, tú sabes, lo que resulte. Ella a veces me regala alguna cosa, y yo también le regalo. Es muy brava y muy celosa. En estos días que andaba “hasta aquí”, me vio hablando con otra chama, y me cortó. Mira la cicatriz. Aunque no es como mi mamá. No cocina. No me hace arepas, ni los huevos fritos”.

- ¿Te abraza?
- “Ah no chico, no sigas ya con la preguntadera…eso forma parte de lo que no se cuenta. De nuestra intimidad”.

- ¿Quisieras salir de aquí, tener casa. Cama, estudio, cosas bonitas?... Me mira y por primera vez, sus ojos brillan. Siento que en medio de sus sinrazones, hay un espacio para el sueño, para la esperanza. Para dibujar ferrocarriles y cuentos en ese cuaderno que, aunque desconocido para él, le toca las puertas de la esperanza. Y aunque se niegue a primeras, pienso que si la vida insiste, él puede abrir la puerta.
-“Claro que sí chico. A veces veo esos carrotes, cierro los ojos, y me veo manejándolos. Veo esas inmensas motos, y me veo ganándome un kino y comprando una de esas bichas para mí. Me veo tirando pinta por Los Leones con mi jeva de parrillera. Sendo casco y sendas botas para impresionar. De pronto hablo con esos doctores que se me acercan y me gustaría ser como ellos. Comer otras cosas. Viajar. Oler sabroso. Comer lo que se me antoje y no lo que me dejan. Que me sirvan y no en platos de cartón usados. Renunciar a las sobras, a las chivas. Comprarme una pinta nueva. Dejar de dormir con un ojo abierto...pero no, pana. Eso no es para mí. Yo tengo que seguir cayéndome a trompadas con la vida. Este cuchillo es mi compañero. Y yo he aprendido que frente a él, no hay doctor que valga”.

- ¿Tendrás hijos?
- “Ah, no sé. Ni me importa. Eso es en lo que menos pienso. Sobre todo cuando mi mamá me ha metido en la cabeza que los hijos somos una maldición.”.

- Si yo fuera San Nicolás, y te pudiera complacer en un deseo, ¿qué deseo me pedirías te complaciera?
-“Ah caramba panita, tan viejo y creyendo en San Nicolás”.

Me sacude la frase. Me dibuja a alguien que, en el ínterin de su vida siente, que alguien le ha manchado sus libretas de apuntes. Que alguien le reventó sus globos de colores, y con la goma restante, ha hecho un nido para la descreencia. Me mira, y siento en esos ojos, todas las acusaciones del mundo. Es alguien que más que la carencia de dinero, siente el rechazo del calor humano. Alguien que solo ha tenido chubascos. Un ser que apenas lindera los doce años, y ya tiene amargados los sueños. Una pena grande, que nos acusa a todos cada vez que tiene que abrir los ojos para seguir viviendo. Cada vez que oímos y vemos a una Miss, a un funcionario público o a alguien que quiere ser bien visto por la sociedad cuando opina en público, nos habla de los niños de la calle. Han pasado varios años, y estos seres que no tienen más pecado que haber nacido, siguen sintiendo el abandono. El frío en los huesos. Esa ilimitada exposición a la violencia, y al abuso, que ha dejado un hueco grande que produce oleadas de vértigos en la voluntad, un ruido que enciende estruendosas alarmas en el sitio de su hambre, y una soledad inmensa que garabatea fantasmas en el sitio de su afecto.El desamor llevado a sus extremos más vergonzantes. Niños de la calle, que es lo mismo que niños de la tristeza. O de la vergüenza de quienes poco o nada hacemos por ayudar a que dejen de serlo. Los mismos que nos erizan la piel en su dolor, pero a quienes a veces se trata mal cuando piden la oportunidad de trabajar. De limpiar el parabrisas de nuestro carro. Ojalá y la próxima vez que se acerquen, si les dices que no -que es tu derecho-…lo hagas sin maltratarlos...simplemente respetándolos, que es el derecho de ellos

0 comentarios: