Papá se suicidó

(Publicado el 21.02.08)

Papá se suicidó
por mi culpa

Lic. Víctor M. Barranco C.

Solo. Sentado al borde de un camino que se le repite cada hora, cada segundo, cada momento culpándolo…drena sus fantasmas en la búsqueda de la duda, de la aclaratoria, del echar atrás a ver si de alguna manera alguien le dice que es falsa su sospecha. Cada vez que recuerda la escena, su rabia, su descontrol, el alcohol ingerido, su ceguera momentánea siente, que detrás de cada arrepentimiento marcha también una lágrima solitaria que, como las horas, había nacido en cualquier lugar del tiempo. Después de su muerte, después de haberlo conseguido colgando de aquella cuerda, se ve al espejo y solo ve su rostro marcado por una pasión cansada de trasegar tristezas y voluntades, ese espacio que cultivó sin querer y donde florecen angustias que van a estrellarse justo, en el suburbio donde van a morir los hacedores de la vida. Por eso en su silla, donde es fácil disfrazar los sueños, incluso recomponerlos, la mente incauta, marcada por el trazo inconfundible de vivir culpable y en constante espera del castigo justo…anuncia arideces que, como sus recuerdos, se refugian en los rincones de su cuarto para no divagar por sus miedos, sin rumbo…e impunemente. Nunca pensó hacerle daño…nunca creyó que iba a hacerlo. Con sus manos desató la cuerda, tocó su garganta y cuando se percató que la tempestad de aquella respiración que sintió tantas veces cerca, había cesado…sintió que fue la ofensa suya la que destrozó taludes y sembró la muerte primero en su mente, y después en su cuerpo. No había perdón. Su ligereza, su malcriadez, su insensatez, había roto con lo que más quería, aunque pocas, muy pocas veces, se lo había dicho. Después que se marchó su madre, después que fracasaron los negocios...todos vivían con los nervios a flor de piel y el humor hecho pedazos. Con una rabia realenga en cada conversación…con la ofensa en la punta de la lengua, buscando un blanco para saciar sus miserias. Hoy, las culpas se siembran en la espera solitaria del voluntario del miedo que, sentado al borde de su propio precipicio, de su recién nacida incertidumbre, de su conocida rabia, de su desafortunada reacción…suma las mismas esperanzas que las del mendigo, tratar de olvidar lo que se vive…o recordar a la muerte el mayor número de veces posible. Hoy sin anuncios, como llega la brisa…con torbellinos, como el agua del mar rompe su silencio…inquieto, como los pájaros en la lluvia…lleno de temores como los niños de la calle, aguarda. Sin más espejismos que esa cuenta nueva con la vida, donde desde ese día fatídico se revuelcan en su carne todas las heridas, todos los charcos… y todas las culpas.

- ¿Te puedo ayudar en algo?...le pregunto
- “Sí, me dice. Oyéndome. Dejándome drenar esta angustia que me carcome. Dándome la oportunidad que muchos hijos me oigan, y eviten lo que a mí me pasó por necio. Permitiendo a otros ver a esto que queda de mí, después de lo que hice, para que no haya en sus vidas otras cruces que aquellas que adoramos en las iglesias. Que otros puedan escuchar mi grito. Que sepan que la relación de amor entre padre e hijo debe ser sagrada, que no puede, ni debe, violentarse. Que soy culpable de la muerte de mi padre. Que mi inconciencia me hizo autor, por omisión, de una monstruosidad. Que soy, desde ese día, pasajero obligado en el viaje al infierno”

- ¿Te sientes muy mal?... ¿quieres que lo dejemos para otra oportunidad?
- “No Licenciado, por favor. Escúcheme ahora que tengo la piel sangrando. Escúcheme ahora que tengo voz para gritar mis culpas. Que tengo el recuerdo vivo. Que las cicatrices no han cerrado. Que no hay benevolencias para mis culpas. Óigame a ver si me quito este nudo de la garganta, este dolor en el pecho, el peso de esta angustia que me atormenta. Perdóneme, tenga un poco de paciencia, entiéndame, que este es el momento.”

- Bien hijo, te escucho.
- “Papá murió. Papá se suicidó, y creo que es por mi culpa. Es más, estoy seguro que es por mi culpa. Después que usted me oiga, después que sus lectores me lean –si es que llega a publicar mi historia- van a concluir que esa muerte, de alguna manera, lleva mi firma…el dibujo de mi inconsciencia grabado en alguna parte de ella.”

- ¿Cómo es éso?...cuéntame
- “En mi casa últimamente las cosas venían saliendo mal. Papá, un comerciante conocido y reconocido, enamorado hasta los tuétanos de mi madre, amigo de sus amigos, con conciencia del compromiso social, del servicio colectivo, del trabajo comunitario…triunfador personal y profesionalmente, comenzó a experimentar una de esas rachas desastrosas que a muchos les toca pasar alguna vez en sus vidas. Una especie de lago cenagoso donde todo es barro, todo hiede, todo hace daño. Primero, comenzó a irle mal en los negocios. La crisis del país le dio un coletazo y vio sus ingresos reducirse en términos realmente dramáticos. Ese fue el primer round. Luego, esa misma crisis económica trajo consigo una crisis familiar que consecuenció la rotura del matrimonio, lo que dejó a mi papá sin el bastón más importante de su vida, mi mamá. Fue su segundo round. Y luego, una tarde que yo llegué con unos palos de más, ajeno a la razón, ajeno a cualquier principio… y él me regañó. Entonces yo reaccioné, brutalmente reaccioné…como una bestia me dicen, porque en ese momento no sabía lo que hacía, dándole un manotazo y derribándolo…que fue, para mí, su tercer y último round. Me dicen que él, se fue al baño a lavarse la boca, que yo le había roto…después me auxilió en mi “pea” y de ahí en adelante se dispuso a morir lo que le quedaba de vida. Yo lo vi alejarse de todo. Lo vi llorar muchas veces, y cuando le preguntaba, o le pedía perdón…me decía que lloraba era por lo de mamá, por lo del negocio, por lo que pasaba. Que no era por mí, que no me preocupara, que él sabía que yo no estaba en mis cabales en aquel momento. Que ése, era un episodio olvidado. Pero yo Licenciado sabía, sentía, que desde ese día papá no fue nunca más, el mismo”

- Ahora bien…
- “Espere un segundo y perdone que lo interrumpa Licenciado. Déjeme seguirle contando. Pasaron los días, y papá se fue olvidando del mundo, como despidiéndose, y yo no me di cuenta. Cada vez más solo. Cada vez más triste. Imagínese, su hijo le había pegado…y yo, que había leído su reportaje del hijo que le pegaba a la madre, y junto a él y mis amigos lo había condenado…pasando por lo mismo. Me saludaba distante. Dejó de interesarse por sus cosas, por las mías, por la gente. Apenas alguna que otra actividad comunitaria le animaba en su último trance. En San Felipe, donde vivimos, todos nos conocían y a todo nos invitaban…pero papá cada vez más ausente y más distante. Un día, entrada la mañana, me pide que le vaya a comprar alguna cosa que necesitaba. Le dije, vamos juntos, y así sales de este encierro. Vamos papá déjame devolverte la alegría que te robé, la sonrisa…ese brillo en los ojos que tanto nos inspiró. Pero, con alguna excusa, me convenció diciéndome que para después. Que en la próxima oportunidad. Qué seguro, la próxima vez…pero no hubo próxima vez”

- ¿Presentías algo? ¿Había algún indicio de lo que estaba pensando??
- “Qué le digo Licenciado, sabía que estaba pensando yo…y pensaba que él estaba muy triste, pero hasta ahí. Nunca me imaginé, ni en el peor de los escenarios, el suicido de mi padre. Total que salí a buscar lo que me había encomendado. Me encontré con unos compañeros de Universidad, me distraje un tanto, y al mediodía regresé a la casa. Lo llamé nomás entrar, y cuál sería mi sorpresa cuando lo vi colgando de una cuerda. Muerto, caliente aún. Con un rictus en su cara, pero –creo yo- con la serenidad del que descansa de tanto agravio y tanto infortunio. Papá se había suicidado. Cosa que jamás pensé…y se había suicidado seguro, por mí. Porque yo le había pegado. Porque lo ofendí, lo irrespeté. En su momento de mayor debilidad, cuando sus defensas estaban por el suelo, cuando había erosión en su autoestima, abandonado por todos, disuelto el matrimonio, huérfano de amor…yo, quien le quedaba, su hijo, su acompañante, su orgullo… le da –en medio de una borrachera- un trompón y le rompe la boca. Déjeme decirle que yo también quiero morirme…que no hay nada que calme esta culpa que llevo por dentro. Que no hay perdón posible…que Dios debe estar preparándome un fuerte castigo, que además me merezco, y que voy a aceptar humildemente.”

- Y, ¿si no fuera por eso que se suicidó? ¿Si él, como te dijo, te hubiese perdonado en medio de ese gran amor que te tenía, de esa gran bondad que lo caracterizaba, y fuera otra la causa de su decisión? ¿No te flagelas precipitada y a lo mejor indebidamente?
- “No Licenciado. Cómo quisiera que así fueran las cosas. Cómo quisiera yo que usted tuviera razón, pero no. Ese día, y solo ese día, entendí el daño que podemos hacerle los hijos a los padres, solo con faltar a la reciprocidad del cariño que nos brindan. Cómo podemos ofenderlos gravemente, cuando atentamos con esa relación de amor que siempre ellos alientan. Cuando no entendemos que nos corrigen para bien. Cuando en nuestro egoísmo no queremos percatarnos que jamás puede haber mala intención en una corrección suya. No Licenciado, cada día que pasa, estoy más convencido que un hombre puede sobreponerse a una quiebra económica, a la partida del gran amor de su vida…pero nunca, a la agresión de un hijo. Eso es contra natura. Eso fue lo que acabó con papá. Eso lo condujo a esa decisión de ahorcarse…y esa conducta, marca mi castigo.”

- Pero ¿tú crees que quería castigarte con esa decisión?
- “Yo he hablado con mucho especialista. Es más estoy en tratamiento con uno. He leído bastante al respecto, y todos concluyen que en el suicidio hay una razón de llamar la atención, de despertar algunas culpas. Yo creo que mi papá, me ha proporcionado el castigo justo. Y ha llamado mi atención, para siempre, sobre lo que nunca debí hacer…porque a lo mejor, si me lo hubiese perdonado del todo como me decía, en cualquier borrachera uno lo vuelve a repetir. No. Creo que mi papá fue buen papá hasta en éso. En su silencio. En pagar con su vida…su último esfuerzo en hacerme aprender”

Me cuesta dejarlo. En esa cuesta abajo en que está, todo es posible. Su marcha al sur, es indetenible. Va hacia allá, hacia donde quedan los manantiales, los pozos sépticos…donde mueren las alondras, los turpiales…allí donde se escriben los castigos, los sarcasmos, y hasta las venganzas. Donde hay abono para la rabia, la confusión y el arrepentimiento tardío. Donde se cosechan rencores y desechos, por donde transitan solo los pies. En ese sitio ha anidado tempestades, recogido podredumbres y escrito en las paredes de su corazón historias tristes de personajes valientes, como su padre…como él, que arremanga culpas, donde todavía hay confusiones. Cómo quisiera devolver el tiempo…cómo a veces quisiera borrar lo hecho o dicho frente a un ser querido. Cómo a veces, en nombre del amor, se hace tanto daño sin querer. Ambos se han hecho daño…mucho, para el aguante de cualquiera. Ambos han sembrado sus huellas, profundo en el sentimiento de quienes quieren, pero sobre todo en sus propios sentimientos…como para no ser olvidadas nunca, ni por ellos, ni por sus familias, ni por sus amigos… ni por quienes se enteren.

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